Los Invisibles | Manuel Aparicio Villalba

“Soñaban con un patio de vecinos y aseo compartido”

  • Con el decorado de la Exposición Iberoamericana de 1929, este gestor de hospitales recrea una Sevilla innombrada con índices de miseria innombrable

Manuel Aparicio Villalba, un gestor de hospitales que ha publicado su primera novela.

Manuel Aparicio Villalba, un gestor de hospitales que ha publicado su primera novela. / Antonio Pizarro

MACONDO al otro lado de la Ciudad de los Prodigios. El realismo mágico según Manuel Aparicio (Sevilla, 1964), un gestor hospitalario que en su primera novela, El retratista de los niños muertos (Alfar) vuelve al barrio de sus ancestros.

–¿Es la historia de un fotógrafo?

–Una historia épica de mujeres.

–¿Dónde estaba Villalatas?

–Se corresponde con la zona Amate, de Los Arcos a la Negrilla. Las fotografías aéreas de la época recogen lo que fue el mayor suburbio de Europa, 35 asentamientos chabolistas donde vivían 35.000 personas.

–¿Más realista que mágico?

–Son miles de personas, incluida mi familia, que llegaron atraídas por las obras faraónicas de la Exposición del 29. Las alojan en un cinturón de la miseria del extrarradio para que no lo vean los futuros visitantes de la Exposición.

–¿El revés de la postal?

–Se habla mucho de la Sevilla de los patios de vecinos, pero aquella gente soñaba con vivir en un patio de vecinos con aseo compartido.

–En la novela aparecen el cardenal Spínola, Aníbal González y hasta Juan Belmonte...

–El arzobispo mendigo es protagonista. Uno de los personajes se llama Marcelo por él.

–¿Existe la figura del fotógrafo de niños muertos?

–Es de un tiempo anterior, propio de familias pudientes en tiempos de gran mortalidad infantil.

–Su otra especialidad eran desnudos de prostitutas. ¿Son las más decentes de la novela?

–Son las más honestas, mujeres fuertes y con carácter. Los hombres son de perfil más bajo.

–Trabajando en hospitales, en ese medio la vida y la muerte aparecen sin medias tintas...

–Lo he vivido en un doble sentido, por mi profesión y porque me pasé un mes en la UCI y no me fui al otro barrio de puro milagro por culpa de una diverticulitis.

–¿Es literaria la pobreza?

–A Villalatas le llamaban Estados Unidos de Amate o de la Miseria.

–Sevilla es la “ciudad sin nombre” como en ‘Ocnos’ de Cernuda o ‘Florido Mayo’ de Grosso.

–Yo quería hablar de Villalatas. Si te pasas todo el tiempo hablando de Sevilla te sale una novela local y yo quería un escenario universal. No hablo del Guadalquivir sino del Tamarguillo. No sale Triana, sale la Cava.

–¿Cuál fue la Villalatas del 92?

–Quizás el Polígono Norte.

–¿El 29 pasó de largo como el mr. Marshall de Berlanga?

–Totalmente. De hecho, el único signo de modernidad, el único acontecimiento del 29 que vivieron fue el Zeppelin.

–¿Le marcó la vida de hospital?

–Cuando nací, las monjas le dijeron a mi madre que de esa noche no pasaba y me bautizaron en la capilla del hospital. Después me he pasado toda mi vida trabajando en el hospital donde nací.

–¿Qué autores le marcan?

–García Márquez el primero, como se ponga. Por él llegué a Rulfo y a Faulkner. Vargas Llosa también, aunque no toda su obra.

–¿Tiene familia en Villalatas?

–Mi tía Encarna vive en Los Pajaritos y tengo primas viviendo en Las Candelarias.

–Dirigió un programa de cooperación internacional con Mauritania. ¿Los niños de ese país son los de su novela pero en pleno siglo XXI?

–Con el agravante de que allí existen niños y niñas esclavos. Firmamos un convenio con el hospital de Nuakchot. Mauritania ha sido el último país de África en abolir la esclavitud, en 1982. Una parte importante de la población son haratines, hijos de los antiguos esclavos.

–¿Es Buenos Aires el París de las Américas?

–Culturalmente sí. Sevilla fue un aeropuerto terminal de Europa en los primeros vuelos con Buenos Aires.

–¿Se siente parte de la ciudad que no nombra en su novela?

–Soy el único armao honorífico de la centuria macarena. Hace cinco años los llevé al Hospital Infantil, la primera vez que veían esas plumas en el autobús que iba hasta Bami. No hay luz más bonita que la de la Feria de abril.

–Se acerca la Velá de Triana. En su novela hay una Velá de los suburbios...

–Está inspirada en la Velá del Cerro del Águila, mi barrio. Todo lo que cuento lo viví allí: las voladoras, los columpios, los fantoches, los concursos de feos, las calles llenas de cadenetas, flores y mantones de Manila.

–¿Hay segunda novela?

–Ya está en marcha. Se titulará El Costurero de la Reina, con el mismo subtítulo de la primera, En los tiempos del porvenir.

–¿Qué va a contar?

–Me voy al verano de 1898 y recupero algún personaje masculino de la primera novela que reclama más presencia. Empieza con el hundimiento del Maine en aguas de Cuba y la declaración de la guerra por parte de Estados Unidos en plena Feria de abril.

–La época gloriosa del periodismo amarillo...

–En Estados Unidos y también en España, con algunos panfletos llenos de triunfalismo.

–En este retroceso en el tiempo, ¿es como pasar de la generación del 27 a la del 98?

–De esa generación me atrae Unamuno, pero me gusta más el modernismo que el realismo, con la salvedad del realismo mágico. Igual es por la cantidad de veces que nos hicieron leer en el instituto, que era el Luis Cernuda, poeta del 27, libros como El árbol de la ciencia, de Baroja.

–García Márquez (’Memoria de mis putas tristes’) y Vargas Llosa (’Pantaleón y las visitadoras’) también tocan el género...

–El burdel de la novela está junto a una parada de diligencias, acabó siendo hotelito con encanto.

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