Los invisibles

"Veo a Sevilla como ciudad del XVIII con incursiones extrañas"

  • Con su equipo de ópera supervisó algunas de las mejores cabelleras del flamenco. Pero lo suyo es el teatro. Fue emigrante en Suiza y ahora recorre el mundo con el Ballet Nacional.

SU vida tiene un arranque épico y un colofón lírico. Manolo Cortés (Sevilla, 1945) conoció el extranjero como emigrante y ahora se pasea por él como artista. Ha vuelto de San Petersburgo con el Ballet Nacional e irá a Nueva York con las gitanas de Rubén Afanador.

-¿Cómo era su entorno familiar?

-Mi madre de Casariche. Mi padre de Paradas. Yo, de San Julián. Éramos miserablemente pobres.

-¿A qué sonaba en su casa lo de estilismo?

-A ritmos afrodisíacos.

-¿Su primer empleo?

-En una escuela de conductores. Empecé llevando los papeles y acabé dando clases de conducir.

-Lo hacía bohemio y sin carné...

-El de conducir es el único carné que tengo. Mi militancia es más emocional que otra cosa.

-¿Qué fue antes, el currante o el artista?

-Con 18 años me voy a Suiza. Emigrante, como mi padre. A un pueblo del cantón de Saint-Gallen. Al principio no trabajé, me dediqué a la dolce vita, pero me aburría bastante y me puse a trabajar. En fábricas, obviamente, porque no era una persona cualificada. De todas me echaban porque no servía para nada, nada más que para vivir.

-¿Qué empleos probó?

-Empecé en una empresa de óptica, en materiales de precisión. De ahí a una fábrica de bordados donde se le bordó el manto real que lució la emperatriz Farah Diba cuando la coronó el Sha de Persia. Y después en una fábrica de calcetines y medias. No siempre he estado en el Mariinsky (teatro de San Petersburgo). En los calcetines me obligaban a hacer turnos de noche y yo no había ido a Suiza a trabajar de noche. Soy de la generación de Un franco, catorce pesetas. La película de Carlos Iglesias es un retrato cotidiano de los españoles que fuimos a Suiza.

-¿Cómo vuelve?

-De la forma más patriótica. Para hacer la mili en el cuartel de San Fernando. En el Soria 9.

-Música, vestuario. ¿Le atrajo el estilismo castrense?

-Me gusta la imagen estética del nazismo. La arquitectura de ese periodo, que me deslumbró cuando estuve en Berlín, repudiándolo ideológicamente. Pero los militares españoles iban mal vestidos, mal calzados, mal pelados.

-¿Cómo llega al estilismo?

-Vine de vacaciones a España y me enamoré, se acabó el amor, decidí volverme a Suiza, tuve un accidente de automóvil en Barcelona y me partí el brazo. En Suiza con el brazo roto no me querían. Me operaron en el hospital de las Cinco Llagas, una rehabilitación en la que decido que voy a ser peluquero y maquillador.

-¿La peluquería es un arte?

-Fue mi trampolín. Ese impulso lo llevaba desde pequeño, pero en casa había que comer y me dijeron que me dejara de tonterías. Llegué al teatro de la mano de la mujer más guapa que he conocido, Paloma Suárez, con la que trabajé en Don Perlimplín con Belisa en su jardín. Pero mi madrina de lanzamiento fue mi queridísima Amparo Rubiales.

-Ya no tiene que emigrar...

-Ahora llevo las temporadas líricas del teatro Villamarta de Jerez y del Gran Teatro de Córdoba. En Jerez conocí al fotógrafo colombiano Rubén Afanador y me habló de la exposición de gitanas de la peña José de Paula de Jerez que después se amplió a gitanas y payas de Sevilla. Todas arregladas y supervisadas por mí. De mi peluquería sale el cartel que Rubén hizo para la Bienal de Flamenco. Hemos estado en Buenos Aires con la exposición y el 29 de octubre inauguramos en Nueva York.

-De San Petersburgo a Nueva York. ¿Ruso o americano?

-Políticamente, ninguno. Estéticamente, el público ruso acogió maravillosamente el flamenco del Ballet Nacional. Pero conozco pocos placeres como dormir una siesta bajo las desaparecidas Torres Gemelas de Nueva York.

-¿Cuál fue la modelo más difícil?

-La sesión más pintoresca fue la de Carmen Ledesma. Un día de sol a sol en una cantera de cal en el Palmar de Troya.

-El estilismo urbano de Sevilla...

-La sigo viendo en el siglo XVIII con incursiones extrañas. Me gusta más el puente de Mapfre que el de Calatrava, más el edificio de Moneo que el Cristina.

-¿Había feísmo en la exposición de Afanador en la Avenida?

-Los conservadores la rechazaban. Los pseudoprogres no sabían lo que estaban viendo, aunque se atrevían a opinar. A los que ven lo que hay más allá del clavel y la peineta les gustó. Soy un enamorado del neorrealismo, en esas mujeres, en la Farruca, en Concha Vargas, hay algo de fotografía alemana, passolinesca, felliniana.

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