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Opinión

Ver los trenes pasar

Sevilla ha sido históricamente la ciudad de las oportunidades perdidas. Con condiciones más que sobradas para convertirse en una de las grandes metrópolis del sur de Europa, ha dejado pasar todos los trenes por su propia incapacidad y falta de impulso para subirse a ellos. Con la perspectiva que dan los 20 años transcurridos, la Exposición Universal de 1992 no fue una excepción. Como no lo fueron la del 29, el proceso de industrialización y desarrollo en todos los órdenes que vivió España a partir de los primeros años de la década de los 60 o el largo periodo de prosperidad que ha antecedido a la actual crisis.

Cierto es que la Expo cambió la faz de la ciudad y la dotó de infraestructuras que la pusieron al día y acabaron con un retraso de más de medio siglo. Cualquiera que tenga edad para recordar la Sevilla anterior a 1992 se llevará las manos a la cabeza al evocar en qué ciudad vivíamos. Cierto es también que al socaire de las oportunidades de negocios que surgieron en torno a la celebración nació toda una generación de empresarios de un dinamismo desconocido por estos lares y que hasta la debacle de 2008 le dio otra perspectiva a la ciudad y la región. Pero es también evidente que la Expo no fue la palanca que hubiera permitido que Sevilla, una vez cerradas las puertas de la Cartuja, se proyectara al resto de España y al mundo. De hecho, la ciudad ha perdido posiciones en el concierto nacional e incluso en Andalucía se ha visto superada por Málaga en demasiados aspectos.

Las razones se pueden buscar en muy variados ámbitos. Pero seguro que no fue la menor que hasta que el 20 de abril la ciudad tomó plena posesión del recinto de la Cartuja y empezó a disfrutar a tope la inmensa fiesta que le habían organizado, Sevilla estuvo en contra de la Expo porque se había puesto mucho empeño en que así fuera. La había puesto en contra el sector más reaccionario de la ciudad con sus poderosas terminales sociales, económicas y mediáticas. La campaña contra los preparativos de la Exposición y contra la propia celebración pasará a los anales como una de las mayores torpezas cometidas por esta ciudad en el siglo XX, que no fueron pocas. Y la que se hizo, de forma grosera e inmisericorde, contra el ingeniero Jacinto Pellón, enviado in extremis por el Gobierno para desbloquear un proyecto que no marchaba al ritmo requerido, llena de oprobio a algunos que todavía se pasean por nuestras calles.

El velo cayó tal día como hoy de hace 20 años y Sevilla aprovechó durante seis meses para divertirse como tan bien sabe hacerlo. Cuando el 12 de octubre se dijo adiós a la Expo, en medio de la penúltima crisis económica que ha vivido Europa, la ciudad estaba deslumbrada, pero bastaron pocos años para darse cuenta de que, a pesar del AVE, de los puentes o del aeropuerto, otra gran oportunidad se había perdido. Cartuja 93, convertirnos en el Silicon Valley europeo, fue una quimera que se disolvió en el aire y Sevilla volvió a darle la espalda a todo lo que había significado el 92. Habíamos visto pasar otro tren desde el andén.

José Antonio Carrizosa es director de Diario de Sevilla y director de publicaciones de Grupo Joly

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