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La Virgen de los Reyes y las teorías sobre Sevilla

  • Apoteosis. La procesión es una manifestación de fe y devoción, de acuerdo, pero también una necesidad de la ciudad de reencontrarse con ella misma, con su esencia

La procesión de la Virgen de los Reyes a su paso por la calle Cardenal Carlos Amigo Vallejo.

La procesión de la Virgen de los Reyes a su paso por la calle Cardenal Carlos Amigo Vallejo. / juan carlos vázquez

Hay tantas teorías sobre Sevilla que ésta termina convirtiéndose en una ciudad poco práctica. Una ciudad que fue capaz de promover la primera vuelta al mundo y es incapaz de darse la vuelta a sí misma, siempre ensimismada en el absurdo debate entre tradición y modernidad, como si la primera no hubiera sido la segunda en sus atisbos y la segunda no sea muchas veces sino un remedo veletero de la primera. Teorías de y sobre Sevilla hay tantas como sevillanos. Cada cual lleva un seleccionador de fútbol y una teoría sobre Sevilla.

Tengo una estantería llena de teorías sobre Sevilla. Sevilla sin mapa, de Fernando Iwasaki; Sevilla, un retrato literario, de Eva Díaz Pérez; Sevilla y los sevillanos, de Fernando Ortiz; Idea de Sevilla, de Soledad Becerril; La Sevilla americana, de Antonio Cascales; La Trastienda Hispalense, de Pascual González; Cuarto y mitad de Sevilla, de Álvaro Pastor Torres; Luces de ciudad, de Eduardo Osborne Bores; Escritos sobre Sevilla, de Gustavo Adolfo Bécquer; Los días del gozo, de Antonio Burgos… Agítense todos y sale una Sevilla hiperbólica o una Tombuctú con pretensiones de Chicago.

Si hay un día en el que la teoría y la realidad de Sevilla se dan la mano, ése es el que la ciudad madruga o viene desde la playa para ver salir a la Virgen de los Reyes. Es algo que trasciende en el tiempo y hasta en el espacio. 15 de agosto de 1918. Faltan casi tres meses para que termine la Primera Guerra Mundial. "La Virgen de agosto", escribe Josep Pla en Cuaderno Gris. Misa en la iglesia de Calella, con los señores vestidos de invierno. "Por la Virgen de agosto se produce el baño de mar más delicioso del verano". Ya por la tarde, invaden la playa algunos grupos de payeses. "Vienen a lavarse los pies. El agua les da grima…".

La gente gira por Alemanes para verla regresar por la plaza que lleva el nombre de su Virgen, por la que reinan los reyes. En la Catedral un cuadro describe el momento en el que se le apareció a Fernando III, que todavía no era santo. Muchísima gente, pero en un clima de serenidad, de regusto, porque la teoría no se ha hecho añicos para caer de bruces en la realidad. Todos la ven, porque a todos mira, para eso fue llamada medianera universal. Ni el dragón del Apocalipsis pudo con ella. Lleva al niño en su regazo. Dos abuelos jóvenes, o dos padres talluditos, llevan a su nieta o a su hija, tampoco es plan de preguntar parentesco. Cuando empiezan a repicar las campanas de la Giralda, la niña, de rizos rubios, se sienta en el carrito y ve en el móvil una aplicación llamadaLos sonidos de los animales. Un pregonero entre el público, el abogado Enrique Henares. Y Juan Dobado, prior del Santo Ángel, vecino de calle de este periódico. Se mezclan los creyentes, los curiosos y los turistas, para los que la visión debe constituir un regalo. A los pies de la Giralda, poco más se puede pedir.

En el centro de la plaza, la fuente que diseñó José Lafita Díaz y que se inauguró en 1929, con motivo de la Exposición Iberoamericana. Aplausos al paso de los militares. La estirpe de San Fernando, el rey-soldado, que sólo rezando no se conquista una ciudad. No se cabe en Mateos Gago ni en la plaza del Triunfo, pero el silencio es impresionante. Agosto se parte en dos mitades, como las quincenas de los veraneantes. ¿De dónde ha salido tanta gente en una ciudad con las calles vacías y los hoteles en temporada baja? Hay gente que viene caminando desde los pueblos del Aljarafe. Peregrinos en el envés de Villamanrique y del Ajolí. El arzobispo, que viene de Tarrasa y nació en un pueblo de Cuenca, entenderá por qué a la ciudad la llaman la tierra de María Santísima.

No es mañana de bullas ni de apreturas. Había ganas después de dos años de abstinencia pandémica, pero la serenidad de la imagen de la Virgen se traslada al ánimo de los que la ven, le rezan o piden su intercesión en asuntos inmanentes. Junto a la plaza de Santa Marta, ese rincón misterioso que tanto le gustaba a Torrente Ballester cuando retó a Borges a duelo de bastones en la terraza del Doña María, hay un convento. Con mucha discreción, apenas perceptibles, las monjas no se pierden detalle. Su clausura sí es de este mundo. Hay en el ambiente un punto de misticismo cotidiano, de racionalidad mariana. La precursora del feminismo más auténtico, madre de Dios, quién da más.

No es una devoción gregaria o consuetudinaria. No van grupos. No es afición ni costumbre ni querencia. Es una necesidad que la ciudad tiene de comprobar que sigue siendo ella misma, sin artificios, sin arrogancias, sin beaterío. Es la capitalidad del cielo en la tierra con una guía de Benito Mas y Prat adobada de glosas intelectuales de Papini, Chesterton, Bernanos o Martín Descalzo. Entra la Virgen por la puerta de los Palos, preciosa redundancia bajo el relieve de los Reyes Magos. Parte de la gente busca la Avenida por la Punta del Diamante, otra parte entra en la Catedral para oír misa y obtener la indulgencia. El dragón rojo de siete cabezas y diez cuernos ha vuelto a ser vencido. La ciudad vuelve a hacerse campo, playa o montaña. Matacanónigos se queda desierto y vuelven los coches de caballos. Regresa la teoría a la muy noble, muy leal, muy heroica, invicta y mariana. Sus títulos en versión subtitulada para extranjeros y gentiles.

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