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Tribuna de opinión

‘Mundo Donum Victoria Est’: medio milenio casi en el olvido

  • El autor lamenta que en los actos por el V Centenario de la Primera Vuelta al Mundo no fuera engalanada la Giralda o los puentes de la ciudad

La réplica de la Nao Victoria llegando al Puerto de Sevilla.

La réplica de la Nao Victoria llegando al Puerto de Sevilla. / José Ángel García

La hazaña que un par de centenares largos de arriesgados navegantes se atrevieron a emprender hace ya algo más de quinientos años ha materializado su epílogo después de cinco siglos con la arribada al puerto de Sevilla de tres veleros de escaso fuste, más un buque de la Armada Española, conocido como Audaz, que han dado escolta a la réplica de esa nave que se podría decir, casi milagrosamente, lograra volver al puerto hispalense del que saliera formando parte de la flotilla integrada por cinco barcos que zarparon a lo largo de todo el mes de agosto de 1519. Llegadas a Sanlúcar de Barrameda, una vez agrupadas y pertrechadas, se hicieron a la mar el 20 de septiembre de ese mismo año, para emprender la más grande gesta llevada a cabo hasta entonces por el hombre.

No hay certeza exacta del número de componentes que integraban la expedición, pues se habla según las fuentes de 239, 244 e incluso más. Lo que sí está contrastado es la exigua cantidad de los que lograron paupérrimamente regresar: Tan solo 18, que, como almas en pena, aún tuvieron fuerzas para ir a postrarse en la seo hispalense ante la imagen de la Virgen de la Antigua y en su otra advocación de Victoria, que daba nombre a la embarcación que les había permitido regresar.

De los sinsabores y tensiones vividas a lo largo de la travesía ya se han encargado diversos autores y eruditos en la materia, desbrozando minuciosamente toda la serie de hechos y circunstancias que ese acontecimiento supuso, añadiendo incluso la especial singularidad de no ser conscientes sus partícipes del logro que habían alcanzado, pues su cometido inicial era marcadamente económico: tratar de acercar por otra vía marítima alternativa las ansiadas y valiosas especias provenientes del Archipiélago de las Molucas al ya desde aquel entonces conocido como Viejo Continente.

Otro factor que determinara el interés real por amparar e incluso financiar parte de esta iniciativa lo fuera el hasta cierto punto cuestionado Tratado de Tordesillas entre Portugal y España, mediante el cual ambos reinos se repartían los mares del mundo de un Polo a otro. Y bien que fueron asediados y capturados muchos buques españoles por las flotas lusitanas. Como ejemplo, la propia nave capitana de la expedición magallánica, la Trinidad, sufrió el apresamiento, requisada su carga, hecha cautiva su tripulación para, posteriormente, dejarla hundir debido a las serias averías que sufriera.

Este hecho propició que tan solo quedara con posibilidades de culminar la singular gesta, la nao Victoria, que en su viaje de regreso, bordeando el continente africano, tuviera que evitar los puertos y asentamientos portugueses para no ser apresada y confiscada su carga por los navíos del país hermano. En cuyo caso, de haber sido así, hoy no se podría hablar de que fuimos los pioneros en dar la primera vuelta al mundo, demostrativa de la redondez de la Tierra.

En la serie de actos programados con motivo de esta efeméride, tanto en Sanlúcar como en la capital que fuera conocida como el Puerto de Indias, se ha contado incluso con la asistencia y participación de nuestro Rey, Felipe VI, quien ha dignificado con su presencia la entidad y fuste de este magno acontecimiento.

Ahora bien, ¿ha sido consciente en general el pueblo sevillano del alcance y proyección universal de esta singular conmemoración? Sinceramente y con cierta tristeza, deberíamos decir que cabe dudarlo.

Este pasado 8 de septiembre de 2022 y fechas posteriores, ha concurrido una relativamente importante cantidad de curiosos a los muelles del puerto, donde se habían montado un indeterminado número de carpas en las que se expendían bebidas, bocadillos y otras viandas, siempre con la vitola de revestir las atracciones con un cierto viso medievalista. Largas y pacientes colas discurrían por los muelles para visitar los buques, donde destacaba por su singularidad la airosa réplica de la nave agasajada. Tropas de la Armada han rendido honores a los pies de la Torre del Oro, engalanada al efecto con gallardetes y la enseña nacional, envolviendo el ambiente en un cálido y emotivo recuerdo a los héroes de esa trascendental aventura.

Pero en nuestro fuero interno nos preguntamos: ¿Han estado todo este rosario de actos a la altura del acontecimiento que se rememoraba? Sinceramente y con todo respeto, diríamos que no.

Pero claro, ello llevaría a plantearnos la siguiente pregunta: ¿qué más se podía hacer? Pues sí, cabe pensar que tanto la cantidad como la trascendencia de los distintos escenarios con los que se ha contado –hecho aparte sea el máximo reconocimiento a la visita real– podrían haber llevado a las conciencias y al ánimo de los sevillanos y de esa amplia panoplia de visitantes que ansiosamente pretende descubrir las claves de nuestra ciudad, lo que Sevilla representó en su día y la trascendencia de ese legado, recogido cual tesoro único, en ese excepcional estuche pétreo que custodia el Archivo de las Indias.

Entiende que al programa le faltó una salida extraordinaria de la Virgen de la Victoria

Echamos en falta que se hubiese engalanado nuestra torre mayor como se ha hecho en otras ocasiones de espacial relevancia en determinados actos conmemorativos hispalenses, posibilidad igualmente extensiva al propio Ayuntamiento y, por qué no, la celebración de un solemne Te Deum, a modo de simbiosis de lo religioso y lo profano, en las mismas naves catedralicias que vieron llegar a aquellos marinos. Y, como otro eslabón que añadir a esa cadena, resaltar esa imperecedera tradición de alancear toros bravos como ya se hiciera en estas tierras desde tiempos de Julio César e incluso antes. La Real Maestranza de Caballería está a un paso. Motivos sobrados entendemos había para ensalzar esa gesta del modo más singular y trascendente, añadiéndole las singularidades de las que dispone una ciudad tan universal como Sevilla.

Y otro espacio, huérfano de elementos que magnificaran la efeméride, no cabe la menor duda que ha sido nuestro río Guadalquivir, pues salvo el lugar en el que estaban atracados los navíos, a lo largo de una de sus orillas, no había signo alguno que denotase la excepcionalidad de un cauce que, a modo de una gran avenida principal, recordase la arribada a ese ansiado destino de quienes finalmente habían logrado sobrevivir. Y tal vez por ello, bien hubiese estado que se revistiesen ambas márgenes con gallardetes, guirnaldas, banderas y otros símbolos a lo largo de todo el recorrido al igual que esos nueve puentes que unen ambas orillas, rememorando aquel primitivo de barcas que sirviera de nexo y unión a Triana y Sevilla.

Y como colofón, en una ciudad donde tan amantes somos de las tradiciones, en particular las marianas, ¿por qué no completar este singularísimo programa con una salida especial de la imagen que diera nombre a la nao que logró culminar la gesta y que tan cercana se encuentra? Bendiciendo desde una de sus pasarelas el preciado legado que España repartió por todos y cada uno de los rincones más apartados del planeta: Mundo donum Victoria est. Lema éste para celebrar una conmemoración que bien mereciera el honor de tener carácter anual y servir de permanente recordatorio, en una fecha tan señalada para la humanidad entera, como es cada 8 de septiembre.

Que no sufra la evocación a su memoria la misma suerte que corriera la propia protagonista de la historia, que yace en un lugar ignoto del fondo del océano Atlántico tras sufrir la humillación de ser vendida en subasta a un oscuro comerciante genovés radicado en Sevilla.

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