Sevilla

El alegre olvido de lo cotidiano

  • Estética de fiesta en los barrios de Triana, el Cerro y la Macarena el día en el que salieron sus hermandades En el antiguo arrabal hubo mucha más gente que en años anteriores

Decía la sevillana que llegando mayo se escuchaban roturas de alcancías por Triana. Ni es mayo. Ni hay roturas. Entre otros motivos, porque hace tiempo que la hucha cuesta llenarla para el día a día. Pero aun así, en el antiguo arrabal, en la Macarena y en el Cerro hay un martes en el que el estado del bolsillo pasa a un segundo plano y deja de ser un problema de urgencia, al menos, durante una semana.

En esa tesitura se encuentran Paqui Gómez y su marido, Ángel Villanueva, cuando apuran los últimos sorbos de café en la calle San Jacinto. El reloj sobrepasa las 08:30 y Paqui saca del bolsillo escondido bajo los volantes de la bata unas cuantas "perras" para pagar el desayuno. Ejerce de mayordoma familiar y a ella se debe la auténtica ingeniería financiera para ir al Rocío, con menos que antes, pero con igual o más ganas. Como esta familia, tantas otras de la Macarena y el Cerro, en las que los números se han ajustado -tanto como los trajes de hace décadas que hoy se reestrenan- para cuadrar cuatro, cinco o siete días de fiesta. Álgebra romera que concluye en el momento en el que se hace el silencio y un simpecado sale a la calle. Ahí ya no hay recortes, ajustes ni mermas. Ahí sólo queda disfrutar. No hay vuelta atrás, no queda otra. Así que a olvidarse de las penurias cotidianas, como lo hacen los rocieros de Triana que abarrotan una calle Evangelista en la que el ruido enmudece cuando la Chiquetita sale a los sones del himno de España.

Todo Rocío tiene su momento de inicio. Unos lo hacen asistiendo a la misa de romeros en la angosta capilla trianera, otros entonando el cuerpo con una copa de aguardiente cuando el sol aún es benévolo y otros -todo haya que decirlo- pisando las heces equinas que alfombran la calle. Es la huella indeleble del calzado peregrino en una alegre mañana en la que se echan en falta mantones y matas de romero en los balcones, como pregonaba aquella sevillana que repiten de boca en boca varios trianeros.

Al otro lado del río, la calle Feria es un homenaje a su nombre. Pasa rápido el cortejo macareno entre pétalos y sevillanas. El séquito romero de esta hermandad es el mejor muestrario de la moda rociera. Una escueta pasarela donde ninguna arruga en la camisa aparece de forma improvisada. Para improvisar siempre queda la emoción que aparece sin avisar cuando la carreta del simpecado -hipérbole argéntea- se encara con la basílica del Señor (no hace falta decir el nombre). En ese momento sobra la pose, el pantalón acicalado y el pañuelo al cuello minuciosamente dispuesto. Se despoja el aderezzo y se desnuda la verdad. Grandeza de una fiesta en dosis de espontaneidad, esa virtud que tanto se echa en falta.

Los pétalos se multiplican por las barrios de la ciudad. En el Cerro sirven para recibir a la comitiva, y en la calle Castilla a un simpecado al que en esta ocasión contempla mucha más gente que el año pasado. Si en 2013 se hablaba de una rapidez que dejó a bastantes trianeros con la lengua fuera, ayer el discurrir por el antiguo arrabal fue mucho más reposado y con un gentío que desde bien temprano presentó credenciales de fiesta. Como las presentaron las clavellinas que adornaban la carreta de plata.

Cintas verdes para pregonar que Triana se echa a andar. El color de la esperanza se adueña de los complementos de los romeros. Hasta el perro que lleva el torero Fran Rivera luce pañuelo de tal color en este paseo por las entrañas del barrio. Raro es quien al presenciar semejante estampa no se hace la pregunta de rigor: "¿Este señor no tiene con quien dejar el perro?". Reflexiones banales en un día que no está hecho para el pensamiento, sino para la contemplación. En el momento en el que se fija la vista aparecen esos detalles que distraen estas horas tempraneras en las que sin solución de continuidad el café da paso al primer botellín. "Pero si no son ni las nueve y media", exclama una señora con cierta indignación en la calle Callao, a lo que contesta un romero que en ese momento degusta un trago cervecero: "Señora, para subir la Cuesta del caracol hay que repostar bien el riñón".

Como se decía antes, la comitiva romera -siempre dispersa y a veces poco fluida- alberga también numerosos detalles para deleite de la vista. Algunos de digno olvido y otros de elogio. Es el caso del modista Tony Benítez, quien ha optado por hacer la salida con un pañuelo color crema estampado con la corona real. "Fui el modista de la Reina durante muchos años y quiero hacer mi homenaje a la Familia Real, ellos no podían faltar en Triana en estos momentos", dice este diseñador quien, desde luego, no parece tener la mínima intención de abdicar de la fiesta que pasa ahora mismo ante sus ojos, como pasa andando el delegado del distrito Triana, Curro Pérez, alcalde del barrio que hizo el molde para esta romería.

Curro Pérez hará todo el camino. En los anteriores iba y venía, pero en esta ocasión quiere dormir bajo ese techo de estrellas que los más místicos -en el Rocío también abundan los rapsodas sensibleros- aseguran que son las noches del camino y olvidarse de las jornadas en los despachos y de las ruedas de prensa de cada viernes en el Laredo en las que por su boca sale la retahíla de acuerdos de la junta de gobierno.

La calle Castilla es un hervidero de gente. Personas que quieren andar y se encuentran con otras que permanecen inmóviles a la espera de que el simpecado llegue a la O. Empiezan los primeros nervios. "Por favor, dejen un pasillo". "De aquí no me muevo". Y de este modo surgen espontáneos nervios y desaires. Todo se calma cuando suena una sevillana que dice: "¿Qué es lo que tiene Triana que a todo el mundo enamora?". Algo así debió plantearse Manuel Cabrera, un abogado de San Sebastián que hace 36 años conoció el Rocío con esta hermandad bicentenaria. Todo comenzó con una apuesta con los amigos un verano en Marbella. ¿El Rocío o San Fermín? Unos defendían la fiesta andaluza y otros, la navarra. Cabrera, partidario de la del 7 de julio, tuvo que desplazarse hasta el Sur. Al final, perdió la apuesta. O la ganó, pues casi 40 años andando por las arenas es una derrota de dudosa amargura. Este letrado guipuzcoano se ha hecho tan sevillano que cuando anda sus últimos pasos por Castilla avisa a los acompañantes que va a ver "al Señor de Triana". Eso sí, previamente advierte a los periodistas a los que comenta su particular historia que ni se les ocurra poner con "k"su apellido.

La carreta llega ya al Cachorro. A los pies del Crucificado que nunca acaba de morir se encuentra la Virgen del Rocío que figura en la entrecalle del paso de palio. Naranjas, limones y clavellinas la exornan, en una estética par a la de la carreta. Se cantan sevillanas y se pide salud para el camino. Se vuelve a retomar la senda hasta situarse bajo la alargada sombra de la Torre Pelli, esa nueva vigía que no le quita el ojo a los romeros hasta que posan sus pies en Castilleja de la Cuesta.

Se colocan de nuevolos sombreros. Jesús Rodríguez de Moya se despide de los amigos. Este rociero asegura que el camino que emprende será muy distinto al de otros años. Máxima que puede aplicarse a todos los romeros que ayer se echaron a andar. Con menos o más avituallamiento. Eso sea quizá prescindible. El único equipaje para estos días es deshacer la rutina. Olvidar lo cotidiano. El mejor punto de partida.

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