Sevilla

Las camareras de los seises

  • Concepción Izquierdo y Ángeles Sánchez llevan 17 años vistiendo a los 10 niños que bailan ante el Santísimo en la mañana del Corpus

La sala donde se guarda la Custodia de Arfe todo el año es hoy un trajín continuo. Casullas, capas pluviales y albas colmatan el espacio. Son los preliminares de una mañana de Corpus que ha comenzado hace varias horas. En un habitáculo, bajo llave, se lleva a cabo uno de los ritos del día. Sobre dos sillas bajas Concepción Izquierdo y Ángeles Sánchez ajustan bandas, casacas y pantalones. Son las camareras de los seises, las encargadas de vestirlos cuando llega la Inmaculada, el Triduo de Carnaval y el Corpus.

Antes de las siete, Concepción y Ángeles -madre e hija- ya se encuentran en las naves catedralicias. El maestro de capilla, Herminio González Barrionuevo, es el encargado de supervisar que no falte ni un solo detalle esta mañana. Todo tiene que estar a punto. Un dobladillo mal cogido o una arruga inoportuna pueda dar al traste con los preparativos. Por ello, todo cuidado que tengan estas camareras es poco.

Empiezan colocándoles las medias blancas. Después llegan el pantalón bombacho y la casaca, sin duda, la prenda más complicada. "Es lo más difícil -comenta Concha- porque hay que ajustarla de forma cruzada. Unas van a la izquierda y otras, a la derecha".

Los minutos van pasando. Ahora es el momento de colocar la banda. Sobre ella, la carapela, el único complemento que se conserva en su estado primitivo. Cuenta con varios siglos, ya que desde 1613 se tiene constancia de los bailes de los seises para la Octava del Corpus. El canónigo Herminio subraya que es un traje idéntico al que aparece en el tratado de baile del francés Arbeau. Danza barroca cortesana. Hasta el cardenal Palafox quiso prohibirlos por considerarlos irreverentes. Desde Roma se determinó que dejarían de bailar cuando se estropearan los trajes. Pero la picaresca sevillana -según cuenta la leyenda- se las ingenió para que esto no ocurriera. Por este motivo la casaca se dividió en tiras, y cada tira que se deterioraba se reemplazaba por otra. Así había traje para rato. Y para siglos.

A Concepción y Ángeles les queda ahora el peinado. En los 17 años que llevan en esta labor han constatado la moda. Gomina sí, gomina no. "Ahora parece que no se lleva", dice Concepción. Los seises mitigan la espera jugando a la consola. En sus manos, simbiosis de castañuelas y videojuegos. Las camareras recogen el desbarajuste de alfileres e imperdibles. Ya están tranquilas, sólo queda el baile. Pura danza de la infancia.

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