Sevilla

La estampa imperecedera del 8-D

  • El baile de los seises mantiene el espirítu original con el que se concibió en el siglo XVII el día de la Purísima, una fiesta eclipsada por las vísperas adelantadas de la Navidad

Cuando en 1654 Gonzalo Núñez de Sepúlveda legó todos sus bienes para que la octava de la Inmaculada se celebrara con la misma "solemnidad y aparato" que la del Corpus no existían cintas que delimitaran el recorrido por la Catedral, ni azafatas que comunicaran a través de un walkie-talkie nada discreto las órdenes de seguridad dentro del principal templo de la archidiócesis sevillana. Tampoco había, ni mucho menos, un tranvía que se detuviera a mitad del trayecto por la avalancha de público. Por no existir ni existía el turismo de puente festivo. Y el 8 de diciembre quedaba aún bastante lejos de la Navidad.

Lo que sí contemplaban por aquel entonces sevillanos y foráneos era el danzar de los seises. Fue hace 360 años cuando comenzó esta tradición en el día de la Purísima. Sevilla había hecho gala años antes de su defensa del dogma concepcionista. Coplillas y letras ponían la nota sonora a lo que la ciudad llevaba tiempo abanderando, pese al empecinamiento de los frailes de Regina en llevar la contraria. Miguel Cid lo dejó por escrito: "Todo el mundo en general...". El caballero de la Orden de Santiago, Gonzalo Núñez de Sepúlveda no quiso ser menos. Y para dar mayor gloria a las fiestas que ya la ciudad celebraba en honor de la Inmaculada decidió que antes de abandonar este mundo debía dejar en testamento todos sus bienes para que la octava de la Pura Concepción se celebrara con igual solemnidad y boato que la del Corpus. Esta intención incluía el baile que los seises venían realizando 38 años antes ante el Santísimo durante el junio eucarístico. Una danza cortesana que también llenaría el aire de diciembre del dulce repiqueteo de las castañuelas.

La voluntad del caballero veinticuatro de Sevilla se sigue cumpliendo. Del 8 al 15 de diciembre de cada año, a las 17:30, empieza la octava de la Inmaculada en la que estos diez niños -pese a ser llamados seises- muestran su mayor destreza en un baile ceremonioso con el que rinden pleitesía al Santísimo y a la Inmaculada de Felipe Martínez, la que participa en el cortejo del Corpus. Lo hacen en el altar mayor de la Catedral. El mejor de los escenarios para una danza de aire cortesano y el peor para la mayor parte del público que ha de conformarse con seguirlo a través de las pantallas colocadas en el recinto catedralicio. Asistentes que han pasado previamente por un interrogatorio de las azafatas colocadas en las cintas de acceso. Todo sea por la seguridad y para la seguridad. Si el espacio está colmatado, tendrá que acudir al día siguiente. Así que lo mejor es estar a las 16:45 en la Puerta de San Miguel y esperar casi una hora a que empiece la octava.

Mientras que Herminio González Barrionuevo, maestro de Capilla de la Catedral, llega al altar mayor con la escolanía de voces femeninas que preceden a los seises, la vista se recrea en las bóvedas catedralicias. Los que han tenido más suerte pierden la mirada en los nuevos brillos del altar mayor tras su restauración. El oído, mientras, se embelesa con el eco del ruido que llega de la Avenida de la Constitución, convertida estos días en el mejor termómetro de la bulla sevillana. Contexto que queda relegado a un segundo plano cuando los seises bailan. La tierna infancia en celeste y blanco.

Terminada la ceremonia, la calle es un hervidero de gente. Una vigilante de seguridad impide el paso a más personas al interior de la Catedral. La noche se ha echado encima. El cielo se cubre con destellos navideños. Sale del templo un tuno con cara de haber hilvanado las horas sin solución de continuidad. Se escuchan villancicos. Hay colas para ver belenes. También para visitar besamanos. El tranvía se ha detenido en la parada del Archivo de Indias. Imposible transitar por una Avenida tomada por la masa humana. Los seises abandonan el altar mayor. Son, sin duda, la estampa imperecedera del 8 de diciembre.

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