Canaria de nacimiento, de padre sevillano y madre de Alcalá de Henares, Julieta entró en contacto con el mundo de las ONG en 1996, colaborando con Amuvi, una asociación que ayudaba a mujeres víctimas de agresiones sexuales. En la Fundación Madrazo, en cuyo departamento de sensibilización y divulgación estuvo trabajando, comenzó a formarse y a pensar en serio en vivir de como cooperante profesional. Aunque ella distingue entre cooperantes de campo, algo que sólo ha hecho ocasionalmente en países como Guatemala, y los que "estamos aquí, con un trabajo que se parece mucho al de cualquier oficina". También las ONG se parecen cada vez más a empresas, lo que a ella le parece bien en lo que se refiere "a su gestión, no al lucro". De hecho, cree que para ser cooperante se necesita "una sensibilidad especial, no sólo porque el sueldo no es ni mucho menos lo prioritario, sino por la formación que se requiere". Ella lleva muchos años formándose y desde este verano presta sus conocimientos como técnica a la Fundación Vicente Ferrer, en la que lleva a cabo labores de divulgación, de captación de fondos y redacción de proyectos. Todavía no ha podido conocer in situ el trabajo de la Fundación en la India -lo hará próximamente- pero afirma que entró en ella "porque el puesto se me adecuaba y por su prestigio y seriedad, que hoy día no es poco".