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Opinión

A golpe de exposiciones

Se dice que Sevilla entró en el siglo XX con la Exposición Iberoamericana de 1929 y en el XXI con la Expo 92. Un optimista diría que las cosas mejoran: la ciudad tardó 29 años en entrar en el siglo pasado, pero se anticipó ocho a hacerlo en el actual. Un pesimista diría que mala cosa es que una ciudad se modernice a golpe de exposiciones. Londres celebró la primera –la Gran Exposición de 1850– porque era la más próspera capital de Europa, no para serlo.

Las dos exposiciones sevillanas supusieron una reparación de injusticias y olvidos por vía de urgencia. A la vez que expresaban la voluntad obsesiva, propia de una ciudad de provincias que fue una de las capitales del mundo, de desempolvar antiguos esplendores. Siendo los más brillantes los relacionados con las Indias, ambas exposiciones miraron hacia ellas: la del 29 para convertirla en la cabeza de puente de Iberoamérica en Europa y la del 92 para conmemorar el quinto centenario del Descubrimiento.

Anhelo de prosperidad y modernidad, más que manifestación de ellas, las dos sirvieron al fin para modernizar Sevilla. La del 29 actuó sobre el casco histórico y planificó nuevos barrios como Nervión, Heliópolis o El Porvenir. Cuando se planteó por primera vez en 1909 Sevilla era la ruina de una gran ciudad convertida en un poblachón no exento de belleza, pero afectado por una intolerable insalubridad. La del 92 actuó, además de en el recinto de la Cartuja, en las comunicaciones de una ciudad mal crecida en los años 60 y 70.

Cuando el Rey planteó en 1976 la posibilidad de organizar una Exposición Universal para conmemorar el V centenario del Descubrimiento, España empezaba a vivir la peligrosa aventura de la Transición. Cuando en 1982 el Gobierno la solicitó formalmente terminaba la Transición y se iniciaba la era González bajo la cual, y gracias a la cual, se celebró la Expo 92.

La Exposición del 29 intervino urbanísticamente en el corazón de la ciudad y dejó importantísimos iconos que han acabado por sumarse a las postales más tradicionales de la ciudad –plazas de España y de América, apertura de la calle Mateos Gago o de la Avenida-, mientras que la del 92 actúo, por así decir, en las extremidades de la ciudad para garantizar su movilidad.

La apertura de la calle Torneo y el soterramiento de las líneas ferroviarias, disponiendo nuevos espacios de expansión en el límite de la ciudad histórica, son los elementos de mayor incidencia interna en la ciudad. Las contribuciones decisivas para su futuro, que remediaban carencias históricas, estuvieron relacionadas con las infraestructuras de comunicación: aeropuerto, estación de Santa Justa, AVE, A-92, rondas intermedias este-sur, cinco puentes sobre el Guadalquivir, prolongación de la dársena del puerto sobre el viejo cauce del río…

El punto negro fue el abandono de la ciudad histórica. Su recuperación era también una asignatura pendiente tras la Dictadura, que la había destrozado en los años 60 y 70. La llegada de la democracia supuso el freno de la barbarie desarrollista y la adopción de medidas conservacionistas. Desgraciadamente la Expo 92 pasó de largo por un patrimonio tan devastado que se puso en marcha una vergonzosa y vergonzante campaña –“Pon Sevilla de Exposición”- que disimulaba las ruinas pintándolas. Nada ha remediado, desde entonces, esa asignatura pendiente. Lo demuestra que la Torre Pelli amenace a Sevilla desde la Cartuja que albergó la Expo.

Carlos Colón es consejero editorial de Diario de Sevilla

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