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La guerra de los minifundios

  • Las tres corrientes en liza dentro del socialismo sevillano vuelven a medir sus fuerzas en las once asambleas territoriales de la capital, donde los críticos parten con ventaja pero se enfrentan al empuje del 'aparato'

El minifundio: la unidad básica en que puede dividirse una propiedad rural. Un espacio privativo con un señor único. Usualmente pequeño. Incluso puede que diminuto. Pero que, como todo propietario, en primer término aspira a mantener su patrimonio, por humilde que sea; y, en segundo, intenta ganar tamaño. Sueña con crecer a costa de los demás. Una constante histórica que en determinadas situaciones ha sido la semilla de los grandes imperios. En otras, en cambio, no ha generado más que lágrimas y sufrimientos. Batallas y conflictos.

En el PSOE de Sevilla, la organización que controla el poder en la mayoría de los ayuntamientos de la provincia y -sobre todo- el ejecutivo de la ciudad hispalense (en coalición con IU), comienza esta semana una pieza teatral que reproducirá, con las lógicas variantes locales, la vieja historia que desde el principio de la humanidad siempre adoptó la forma de guerra continua. De batalla perpetua. Algo que parece ser ya consustancial a la acción política.

Los socialistas hispalenses inician hoy en cinco de las once agrupaciones territoriales de la capital -Nervión, Triana, Este, Miraflores y Sur- el proceso formal de renovación de los órganos de dirección de las asambleas locales. De cada uno de los minifundios en que se divide el partido en la capital. Escenario en el que volverán a enfrentarse, de una u otra forma, las tres familias que tienen algo que decir en el seno de la organización, cuyo último pulso abierto tuvo lugar en el aún reciente congreso provincial, en el que los oficialistas -corriente que lidera el secretario general de Sevilla, José Antonio Viera; y la actual secretaria de Organización, Susana Díaz- se impusieron por casi un 90% a la federación de los críticos, que agrupa a los partidarios del alcalde, a los del edil de Urbanismo y Presidencia, Alfonso Rodríguez Gómez de Celis, y a otros grupúsculos de menor tamaño cuyos referentes son Evangelina Naranjo, consejera de Justicia, y Francisco Fernández, edil de Movilidad, conocidos como Los Compadres.

La tercera fuerza en discordia, minoritaria, pero importante a la hora de armar las mayorías y minorías dispares que se pelearán en cada una de las once agrupaciones, es la que lidera el parlamentario andaluz José Caballos.

Oficialmente lo que se elige es a los secretarios generales de las distintas agrupaciones de Sevilla capital. Pero a nadie se le escapa que hay mucho más en juego. En primer lugar porque se trata del primer duelo expreso -en campo orgánico; en el ámbito institucional, en cambio, los litigios no han dejado de sucederse- que estas corrientes de poder celebran tras el último cónclave provincial. Y, en segundo término, porque es una especie de antesala para la guerra a campo abierto que implicará la formación de la Comisión Ejecutiva Municipal, un órgano de coordinación política de nueva creación en el que los críticos confían para crear un contrapoder a la actual dirección provincial y, de paso, garantizar la permanencia de Monteseirín al frente de las listas electorales del PSOE a las elecciones municipales. La revalidación de la Alcaldía, al depender del criterio de los votantes, sería ya otro cantar.

Dicha Ejecutiva local se constituirá en su momento -sobre cuándo nacerá y qué competencias exactas tendrá hay versiones distintas en función de con quién se hable- mediante una suerte de congresillo, cuyos participantes (los delegados) saldrán de cada una de las asambleas territoriales, cuya dirección es justo lo que ahora está en juego. Aunque el sistema de elección de dichos delegados se hará pues en función de cuotas (los grupos de oposición en cada agrupación podrán ir al cónclave si reúnen un mínimo del 20% de los avales necesarios), la figura de los secretarios locales será clave a la hora de administrar los apoyos propios y ajenos, incluso los sobrevenidos, con vistas a ese momento. También es, sobre todo para críticos y oficialistas, una forma de medir fuerzas para que la militancia sepa por dónde puede soplar el viento en los tiempos venideros. Los críticos, que tienen sus principales bastiones en las agrupaciones de la capital -la actual dirección arrasó en la provincia en el último congreso pero no cuenta más que con la plaza orgánica de Triana en la urbe hispalense- parten, a priori, con ventaja. Pero se enfrentan a la firme voluntad de los oficialistas de plantar batalla -aunque sea para perder- en muchas de sus agrupaciones. Una forma de medir el grado interno de oposición potencial que tendrían los referentes críticos en su propia casa y, en su caso, ver opciones para empezar a desgastarse su supremacía en la capital. En este proceso de división es donde cobra cierta importancia la corriente caballista, que en el congreso provincial apoyó a los oficialistas -sin ganar puesto alguno en la Ejecutiva provincial- pero que ahora, en función de la coyuntura, puede terminar haciendo una cosa o su contraria. O apoyar de nuevo a los oficialistas -en caso de que éstos quisieran reeditar el acuerdo del cónclave provincial, algo poco probable- o, alinearse con los críticos, aunque siempre dependiendo de determinadas contraprestaciones. Junto a la agrupación Centro, donde hace unos meses la lista caballista se impuso en una de las dos votaciones celebradas para elegir los delegados a los congresos, el efecto Caballos podría ser clave en asambleas como Cerro-Amate. En el resto de las sedes socialistas, en cambio, su influencia es menor. Casi testimonial.

En este juego de las banderas que celebran oficialistas y críticos -con el fin de sumar determinadas agrupaciones a sus respectivas cuotas de poder; unos, como fórmula de resistencia; otros, como comienzo de una operación de mayor calado para perpetuarse en la dirección política- tiene cierta importancia un elemento bastante más prosaico, pero no por ello menor. Las aspiraciones personales. Algo inevitable, salvo excepciones, en política. Porque, con independencia de que los cabezas de cartel de los dos grandes sectores en liza sean políticos curtidos -Viera ha sido consejero de la Junta y delegado del Gobierno; Monteseirín, presidente de la Diputación y alcalde durante casi una década-, una de las claves de la partitura que convulsiona a los socialistas es la personalidad de los respectivos segundos de a bordo en ambos bandos políticos. Tan parecida que no es de extrañar que, según muchos de sus propios allegados, exista entre ellos una más que evidente y antigua enemistad mutua.

Tanto Celis como Susana Díaz aspiran a convertirse en los únicos referentes del PSOE de Sevilla. En parte, ya lo son. O, al menos, intentan serlo. De hecho, ni Monteseirín ni Viera tienen un apoyo orgánico natural. Su respectivas cuotas de poder proceden en buena medida de los grupos de militantes que gestionan -por ahora a su favor; más adelante, ya se verá- sus dos escuderos, que lógicamente aspiran a ser un día caballeros andantes. En el caso de Susana Díaz, secretaria de la asamblea de Triana, su poder deviene de esta agrupación y -vía Villalobos- de la Diputación Provincial. En el caso de Celis, que lleva doce años al frente de la asamblea socialista de Nervión, la baza esencial es el Ayuntamiento, donde cobija a sus afines. Los apoyos orgánicos se ganan, o se sostienen en el tiempo, gracias al poder institucional. Nunca al revés. Esto explica que en la guerra entre ambas facciones el control del gobierno local sea trascendente. O lo que es lo mismo: que la batalla por nombrar al próximo candidato a la Alcaldía sea una cuestión de vida o muerte.

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