calle rioja

La hoz y el martillo

  • Despedida. Una hermosa metáfora de la Transición en la coincidencia de dos entierros: debajo, el funeral por Nicolás Salas, y arriba, un féretro con las banderas de la República y del Pecé

El periodista Nicolás Salas, fotografiado durante la presentación de uno de sus libros.

El periodista Nicolás Salas, fotografiado durante la presentación de uno de sus libros. / juan carlos muñoz

Los nombres de los dos aparecían en el listado del tanatorio de la SE-30. Abajo, no se cabía en una de las capillas donde un sacerdote oficiaba el funeral por el eterno descanso de Nicolás Salas. Reconocí a muchos de los que lo tuvieron como director: Félix Machuca, Juan Manuel Ávila, José María Aguilar. Los hijos de quienes habían sido sus compañeros de tarea: Javier Blázquez, Manuel Lorente. Los apellidos de sus padres todavía suenan a periodismo del bueno. En la segunda planta, habitación 22, la reunión era más modesta, pero el dolor el mismo. La escena que vi a continuación parecía la portada de uno de los más de cincuenta libros que había sacado Nicolás Salas, y dice Reyes de la Lastra que estaba muy entusiasmado con el que pronto, si sus hijos lo recuperan del ordenador, verá la luz. La escena era impactante: un féretro cubierto con una bandera de la República y otra del Partido Comunista. Dentro, descansaban los restos de Javier Navascués, ingeniero, el compañero de Paula Garvín, que llegó a ser candidata a la Alcaldía de Sevilla y portavoz del grupo comunista en el Ayuntamiento.

Paula hablaba con un amigo y correligionario. Al saber que yo había estado antes en el funeral de Nicolás Salas, su interlocutor le dijo a la desconsolada viuda que aun estando en las antípodas ideológicas del periodista que acompañaba a Navascués en la diligencia de la Parca, la izquierda estaba en deuda con sus investigaciones, como pionero de lo que después se ha terminado llamando la memoria histórica. Nicolás fue el primero que sacó los nombres de los que mataron en la guerra, decía el visitante a la sala de duelos. Y era hermoso ese puente entre convicciones. A Nicolás le hubiera encantado meterse en la información para recordar que fue él quien propuso que el Ayuntamiento rotulara una calle con el nombre de Pepe Díaz, quien rescató la honorabilidad de Saturnino Barneto o, como recordó la propia Paula Garvín, asistió a un homenaje a Manuel Benítez Rufo, el veterano comunista que fue el primer alcalde democrático de Dos Hermanas.

A Paula Garvín le debe este cronista una serie periodística que con el título Plaza Nueva desde hace más de dos años sale todos los domingos y por la que ya han pasado 91 personas que han sido alcaldes o concejales del Ayuntamiento desde las municipales de abril de 1979. Fue ella la que encendió la mecha de esa curiosidad el día que me la encontré muy contenta por la calle Feria. Venía del instituto Macarena, donde había sido una excelente profesora de Física y Química, con los papeles de la jubilación. Con todo el tiempo por delante de una mujer con ganas de compartir la vida con su familia, de comerse el mundo en los viajes, los libros y su inquebrantable fe en el comunismo y en la República cuyos colores llevó en un traje de flamenca en una recordada campaña electoral.

El féretro de Javier Navascués me devolvió ese recuerdo de una jubilación ahora truncada, palabra incompatible con una vocación tan desbordante por vivir y alegrar la vida de quienes la rodean. Debe ser de familia, porque en la misma sala del dolor le di el pésame a su hermana Pepa Garvín, durante 44 años profesora de Educación Física en un colegio de Archidona, el bello municipio de la plaza Ochavada y la montaña de los amantes donde creció una familia orginaria de Villacarrillo (Jaén).

En el funeral de Nicolás Salas estaba Rafael Gordillo, que profetizó un par de horas antes del partido que el Madrid le metería "dos o tres" goles a los franceses. Cuando el vendaval del Polígono debutó en el Betis, como el dinosaurio del relato de Monterroso, Nicolás Salas ya era director del Abc. Una semana antes de su debut contra el Burgos, se produjo la matanza de Atocha, que el Partido Comunista condenó en una manifestación cuya ejemplaridad responsable, que no oscurecía la indignación por los cinco asesinatos, fue la alfombra que la izquierda puso para que la Transición no se produjera en España a garrotazos.

Dos días después de enterrar a Javier Navascués, su mujer y sus hijos se fueron al cine a ver El joven Marx. Cuando Carrillo llegó a España furtivamente en febrero de 1977, se fue a ver El jovencito Frankenstein.

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