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Reportaje

La imagen de la Expo: una pátina de modernidad

  • La ciudad se incorporó a las nuevas tendencias y logró enriquecer su imagen más allá de lo clásico.

Fue un revulsivo, un aldabonazo, un empuje. En cuestión de imagen, de marketing y de estética, la Expo puso a Sevilla en la mejor de las órbitas. Ligó la ciudad al futuro, la vinculó con corrientes artísticas del momento, la introdujo en los debates y la convirtió en referencia. La influencia de la muestra con mayor participación y visitas de todos los tiempos en la ciudad sede fue innegable. El año 1992 supuso una pátina de modernidad para una ciudad cómodamente anclada en cánones clásicos que en no pocas ocasiones han acabado desvirtuados por el abuso y han terminado en una palmaria decadencia. Tamaña revolución supuso este acontecimiento para la ciudad en todos los órdenes que tuvo su traducción en las manifestaciones artísticas de todo tipo, desde las grandes obras creativas (la mascota o el concurso de carteles) hasta los cientos de detalles promocionales de recuerdo. Y de ahí quedó una estela de la que aún se vive en muchos aspectos.

Pocos pueden dudar de la tremenda influencia que tuvo la Expo en la imagen de la ciudad. Lo dice el escritor y colaborador de Diario de Sevilla Manuel Gregorio González, que ha estudiado el tema al detalle: “Sólo el tiempo nos permite ver en perspectiva los sucesos, y el hecho es que la Expo modificó la imagen de la ciudad. A la Sevilla tradicional se unía otra Sevilla más cercana a las corrientes del futuro, y gran parte de este cambio se debe al esfuerzo gráfico, a la creatividad convocada para la celebración del Quinto Centenario”.

Sevilla se subió al tren de la ilustración y el diseño gráfico en multitud de manifestaciones (publicidad, ediciones, portadas de disco, calendarios, etcétera). Tal era el cuidado de la imagen en todos los sentidos que el propio Ayuntamiento puso en marcha la campaña Pon Sevilla de exposición para pintar las fachadas de los inmuebles catalogados del casco antiguo y, en especial, los más próximos al recinto de la Cartuja, una apuesta que fue tildada por algunos de fachadismo, de lavado de cara oportunista, en una ciudad que necesitaría más intervenciones de fondo y menos superficiales porque cada vez quedan menos ejemplos del caserío de los siglos XVII y XVIII. El Ayuntamiento también gestionó un patrocinio para pintar las fachadas de dieciocho templos del casco antiguo.

Sevilla se abrió a artistas de todo el mundo. Prueba de ello fue el concurso para el cartel oficial o la mascota. No faltaron polémicas sobre la idoneidad de contar con autores extranjeros y pasar por alto a los locales. El diseño entró, irrumpió si cabe, en los grandes y pequeños detalles: en las obras de arquitectura de sobra conocidas y en los billetes de acceso a la Cartuja, en los uniformes de las azafatas y hasta en las papeleras del recinto, inspiradas en la Torre del Oro.

Manuel Gregorio González analiza los años años posteriores a la muestra: “Después de la Expo, la ilustración y el diseño gráfico han mantenido su presencia en la ciudad, bien con el apoyo de las instituciones, bien con el impulso de la empresa privada y los medios de comunicación”. Y añade: “La ciudad se metió en circuitos en donde ni soñaba con estar en los años ochenta”. No todo es positivo al echar la vista atrás y evaluar el presente: “La sensación hoy es agridulce. No se ha aprovechado del todo la enorme potencialidad del 92, pero aún así nos puso en la órbita de la creación, de la imagimación".

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