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El libro donde no se pone el sol

  • Termómetro. Entre los miles de lectores de María Elvira Roca, que mañana recibe la medalla de Andalucía, está el sacerdote del Gran Poder que tenía el libro en el confesionario

Portada del libro. Portada del libro.

Portada del libro.

Me encanta ver qué libros lee la gente. En verano mi curiosidad me lleva a acercarme a sombrillas y tumbonas, porque afortunadamente por esos pagos el libro electrónico apenas tiene partidarios. En los trenes, en los autobuses urbanos. "La novela negra es magnífica para los transportes públicos", me decía la ex diputada andalucista Pilar González. En un reciente trayecto en tren yo viajaba sin pasaje literario y a mi lado dos chicas pasaban las páginas de Rayuela de Cortázar y de una novela de Margaret Atwood, creo recordar que se titulaba El cuento de una criada. Esas visiones furtivas de las lecturas son un termómetro infalible de modas y tendencias.

Pero nunca había visto que un libro cuyo éxito ha venido precedido del boca a boca pudiera estar en el sitio más insospechado. Había terminado la misa de doce y media en la Basílica del Gran Poder. El sacerdote de uno de los dos confesionarios había salido a dar un paseo por la plaza de San Lorenzo. Donde uno suele encontrar los santos Evangelios o el Misal, estaba el libro titulado Imperiofobia y Leyenda negra, cuya autora, María Elvira Roca Barea, malagueña de El Borge, recibe mañana una de las medallas de Andalucía, que es una manera indirecta de reconocer el fenómeno de lectores y de opiniones que ha supuesto este libro. Un caso insólito tratándose de un ensayo, género que se asocia injustamente con el tedio y las musarañas.

La primera persona a la que le oí hablar de este libro fue a Alfonso Guerra. En un almuerzo en El Rinconcillo previo al dictamen de un premio de relatos, el político que fue librero habló de dos libros fundamentales. Uno era la novela Patria, de Fernando Aramburu, de la que había sobrada presencia en playas, trenes, autobuses y en muchísimas mesitas de noche convertido en libro de cabecera de una legión de lectores. Del otro libro con un título tan escasamente comercial, "Imperiofobia y qué más..." casi ninguno de los comensales había oído hablar hasta entonces. El olfato libresco de Guerra había vuelto a funcionar.

El secreto de confesión me impide revelar la identidad del sacerdote que estaba leyendo este libro apasionante, tan políticamente incorrecto que he llegado a pensar que le van a dar la medalla de Andalucía porque no se han leído su libro. Este originalísimo repaso de las nociones imperiales de Roma, Rusia, Estados Unidos y el Imperio español.

La autoría de la leyenda negra le corresponde a la escritora gallega Emilia Pardo Bazán, que la acuñó en una conferencia sobre la España de hoy y la de ayer que pronunció en París a finales del siglo XIX. Francia nunca fue un imperio, y fue caldo de cultivo de las fobias a los imperios español, norteamericano y ruso. No tuvo imperio, dice la autora con cierta socarronería, "porque puso su admiración en un modelo de hombre que es poco partidario de dormir al raso". Un francés nunca buscaría El Dorado ni protagonizaría Dersu Uzala.

La autora no es católica apostólica -sí es romana-, pero desmonta todo lo que la leyenda negra fabricó con intereses espurios a cuenta de la Inquisición. A los moriscos no sólo los expulsaron de España: aquí fue mucho más traumático por la sencilla razón de que estaban mucho más integrados. A diferencia de anglosajones y franceses, los españoles siempre incluyeron a los indígenas en el censo de sus territorios coloniales. Fray Bartolomé de las Casas y Noam Chomsky, con medio milenio de diferencia, son cómplices de las leyendas negras que mancillaron la fama de España y de Estados Unidos. "Creo que es atea", dice el sacerdote con un punto de admiración. En una recepción con el rey Felipe VI, le confió que su familia era republicana pero se hizo monárquica cuando oyó su discurso del 3 de octubre reivindicando la legalidad en el proceso catalán.

El libro equipara la izquierda canónica con una organización eclesial, plagada de mártires, herejes, diluvios y salvadores. El capítulo de Roma lo inicia con la letra de la canción de la nicaragüense Elsa Baeza, "... siendo Pilatos pretor / el romano imperialista, puñetero y desalmado".

La confesión es un ámbito muy literario. Yo confieso es una magnífica novela de Jaume Cabré. José María Conget reunió sus últimos relatos con el título de Confesión General, con la rejilla de un confesionario en la portada. Thomas Mann escribió la novela Confesiones del estafador Félix Krull. Otros autores más mediáticos estarán pronto en las playas, viajarán en trenes y aviones, pero pocos pueden presumir de estar en un lugar tan reservado a la confidencia como un confesionario.

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