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Plaza España. Madrid

La metáfora del beso de Judas

  • Juan Gil Fernández. No es cofrade, pero las cosas importantes le pasaron en Semana Santa: su primera excursión a Sevilla, el flechazo con Consuelo Varela, el nacimiento de sus nietos.

Llegan los nietos y después el abuelo. Los nietos son lo mejor del currículum de Juan Gil (Madrid, 1939). "Ni doctorados honoris causa, ni sillones académicos, ni cátedras. El abuelazgo es lo más importante que he hecho en mi vida". Juan tiene 15 años y está en cuarto de la ESO. José María, 14, está en tercero. Falta Carmen, 13 años. Los tres hijos de Marta Gil Varela, aquella niña que tenía un año cuando sus padres vinieron a Sevilla en 1970 para probar un año. Llevan 45.

Juan y José María salieron de nazarenos del Beso de Judas el Lunes Santo. "Soy demasiado profano para ser cofrade", admite su abuelo, sillón e minúscula, el que ocupó Miguel Delibes en la Academia de la Lengua, en la que ingresó en 2011 con un discurso sobre El Burlador y sus estragos. No es cofrade en este Domingo de Resurrección, pero las cosas más importantes de su vida le pasaron en Semana Santa. Su primera visita a Sevilla, una excursión escolar del Colego Estudio con la directora, Jimena Menéndez Pidal, hija de don Ramón, y Julián Marías. "Don Julián después escribió un ensayo sobre Andalucía remedando el de Ortega y es posible que se inspirase en aquella excursión". En otra Semana Santa, hizo un viaje didáctico con alumnos del instituto Beatriz Galindo de Madrid por Italia: Génova, Pisa, Roma, Florencia, Venecia. Iba una chica que no era de ese centro. Se llamaba Consuelo Varela. Su esposa. La madre de Marta. La abuela de Juan, José María y Carmen.

El abuelo llega después que los nietos porque se ha pasado por el Archivo de Indias, despoblado en las fiestas de investigadores, para avanzar en una publicación sobre los japoneses en Manila. "Escribí un libro sobre los chinos en Manila. De los japoneses hay menos material". Le fascina el Pacífico, y así tituló uno de los tres libros de su trilogía Mitos y Utopías del Descubrimiento. En el que titula El Dorado es inevitable la presencia de Lope de Aguirre, del que escribieron Sender, Torrente Ballester o Castilla del Pino y al que llevaron al cine Saura o Werner Herzog. "Claro que pasó por Sevilla. Los personajes terribles resultan muy atractivos. Los que no se andan con chiquitas despiertan curiosidad y morbo. Lope de Aguirre, Pedro el Cruel o Iván el Terrible".

En el mismo instituto Beatriz Galindo fueron profesores Antonio Domínguez Ortiz, Gerardo Diego o Gil y Gaya. Juan Gil pasó del instituto a la Universidad, como ayudante de la cátedra de Latín de Agustín García Calvo. "Me propusieron suplirle cuando lo echaron con Aranguren y Montero Díaz. Obviamente, renuncié". Conoció al García Calvo que había salido por la gatera de la Universidad de Sevilla. "Había gente muy en contra, del Opus evidentemente, pero en Sevilla se lo pasó muy bien. Aquí fue realmente donde tuvo discípulos. En Madrid se evaporó un poco".

Lo mejor de que le nombraran académico fue volver a Madrid. La ciudad en la que nace recién terminada la guerra. "Nos llamaban los niños de la Victoria. Eso lo tengo como una nebulosa. Lo que sí recuerdo es la cartilla de racionamiento, las colas en las tiendas y las mujeres sacándose las barras de pan, de pan blanco como lo vendían, debajo del refajo de la falda". Lo escuchan atónitos sus nietos, que saben latín aunque no lo den en la ESO. Los dos son sevillistas y convencieron al abuelo para que mitigara el influjo de sus amigos béticos. En la Academia está sentado entre Miguel Sáenz, el traductor del alemán, y Emilio Lledó. Un sevillano en Madrid junto a un madrileño en Sevilla. Salvo el Jueves Santo, todos los jueves del año tiene cita en la Academia. "Lo primero que hago en Madrid es darme una vuelta por la cuesta de Moyano". De regreso a Atocha, suele coincidir con Carme Riera, "ella coge el AVE de Barcelona, yo el de Sevilla".

Trabaja en los cultismos y su incorporación al idioma. Mañana completa: Archivo de Indias, Plaza de España y propina con los nietos. Éstos le proponen una tapita en el Becerrita. El abuelo les tiene reservada una sorpresa. Su primer recuerdo de Sevilla es "una ciudad de patios". "Después no hay tantos, pero es lo primero que me llamó la atención". Cuando preparaban el equipaje, las amistades de Madrid les dieron al profesor y la alumna de la que se enamoró en el viaje a Italia una lista de contactos en Sevilla. "A algunas casas no volvimos". Entre las que sí volvieron y frecuentaron, la casa de Ramón Carande, que les regaló su proverbial sabiduría, su humor y su logevidad. "Su nieta Rocío es discípula mía y catedrática de Latín". Latinista y americanista, en esta faceta es cómplice de Consuelo Varela, conservadora del Alcázar antes de la Expo, con la que en fechas recientes participó en conferencias en Taiwán y en Miami. El mutuo descubrimiento.

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