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Calle Rioja

Con más océanos que piscinas

  • Calores. En la Sevilla preolímpica (un año para Tokyo 2020), con pocas piscinas y sin cines de verano, el piragüismo matutino y la cucaña vespertina son remedios para refrescarse

Expectación en la dársena del Guadalquivir en la prueba de Dragón Boat.

Expectación en la dársena del Guadalquivir en la prueba de Dragón Boat. / Juan Carlos Muñoz

ALCOSA y Rochelambert son dos barrios de mucha enjundia en Sevilla, preñados de historia. Dos referencias veraniegas fundamentales de esta ciudad que además de perder los cines de verano (menos mal que nos queda el último mohicano de Luis Rodríguez, que se llevó el alma del Avenida de Pagés del Corro a la Diputación) se ha quedado sin piscinas. Alcosa es un barrio que tiene muchos motivos para reivindicarse. No es el menos baladí que durante muchos años han soportado la humillante señal que indicaba la dirección para Sevilla, como si ese barrio fuera de otro municipio. Tiene una biblioteca espectacular, como le consta a mi paisana María Dueñas, que más de una vez ha ido para hablar de sus novelas. Y presume de una piscina que en esta escalada de los calores es el mejor de los refugios estivales.

Sevilla se prepara con toda su logística conmemorativa para celebrar el quinto centenario de la salida de las cinco naves que iban en busca de las especias y con muchas vicisitudes le dieron por primera vez la vuelta al mundo. Gracias a Magallanes y a Elcano, Sevilla puede presumir de tener más océanos que piscinas. El Estrecho de Magallanes abrió un paso inédito y esdrújulo entre el Atlántico y el Pacífico, donde los cosmógrafos situaron el archipiélago de las Once Mil Vírgenes.

Ayer había overbooking en el río a la altura del Centro de Alto Rendimiento para Deportistas. Un grupo de nibelungos llegaban a pie con sus remos por la calle José de Gálvez, pasaban por delante del Teatro Central y se dirigían a las instalaciones náuticas. Se oía una algarabía de decenas de embarcaciones. Con atuendos diferentes, en fila de a dos, con timoneles que les daban instrucciones en inglés, en alemán, en italiano y hasta en cristiano. Algunos acompañaban las consignas con el tam-tam de un tambor para darle un aire festivo. Se disputaba el campeonato de Europa de Dragón Boat.

Entre los puentes del Alamillo y de la Barqueta, con el termómetro superando los treinta grados a las nueve de la mañana, era un puro frenesí ese baile con las manos abriendo surcos en el espejo de las aguas. Como una prolongación de la cucaña que dos puentes más allá, léase del Cachorro de José Luis Manzanares y el de Triana o de Isabel II, concentraba por la tarde a los albatros de la Cava en pos del ansiado trofeo. No pasa el tiempo por esta tradición, el mismo entusiasmo y expectación que las imágenes del No-Do que le mandó a este cronista Manuel Marchena. Además del pañuelo, ese Santo Grial al final del palo inclinado, el premio del chapuzón en unas aguas donde está prohibido el baño fuera de temporada.

Trianeros frente a la torre del Oro, una torre de Babel de lenguas junto al Alamillo. Con aires de vikingos. Jos Martín, escritor de viajes, escribió un libro sobre la historia de los vikingos y cuenta que sólo estuvieron en Sevilla dos días. Son los astronautas de Hispalis: como aquellos tres mosqueteros de Cabo Cañaveral, ellos tampoco volvieron. Dicen las crónicas que también llegaron a América antes que Colón.

Con criterios térmicos y demográficos, en el argot de los políticos las prestaciones en materia de piscinas son paupérrimas en Sevilla. Dos ríos, tres océanos y un desierto piscinero que cuando la calor aprieta convierte la ciudad en un escenario para La balada de Cable Hogue de San Peckinpah sin licencia de la Andalucía Film Commission. Ni piscinas ni lluvia, aunque lo de pertinaz sequía suene tan antediluviano, nunca mejor dicho, como valladar inexpugnable o democracia orgánica.

Envidia de los pueblos. En la iglesia de San Vicente está enterrado Leonardo de Figueroa. El arquitecto que la construyó era un valenciano de Utiel, el pueblo donde también han nacido Maxim Huerta, el ministro más fugaz de la democracia, o Antonio Cañizares, el arzobispo de Valencia que nació el mismo día, mes y año que Juan José Asenjo, arzobispo de Sevilla. De agua bendita estamos sobrados. Utiel comparte con Requena unos vinos excelentes, son municipios de la Valencia castellano-hablante, la que se rindió al Cid Campeador, y tiene una piscina de dimensiones olímpicas. ¿Cuántos Utiel caben en Sevilla? La única línea de Metro de Sevilla pasa cerca de la piscina de Rochelambert. ¿Para cuándo una línea que pase cerca de la piscina de Alcosa? Es más fácil llegar en avión que en Metro. Enorme piscina, enorme biblioteca. Hermanadas en libros como Bodas en casa, de Bohumil Hrabal, cuyo protagonista medía su forma de combatir la sed en piscinas olímpicas de cerveza.

Falta un año menos un día para que se inauguren los Juegos Olímpicos de Tokyo. Los segundos, porque la capital japonesa ya los acogió en 1964, el año que Marcelino batió a Yashin, coronaron canónicamente a la Macarena, nació María Dueñas y Quino debutó con el Betis. De un Tokyo a otro. De aquella Sevilla de los cines de verano y Piscinas Sevilla a ésta de los océanos.

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