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Personas sin hogar | El Ayuntamiento de Sevilla premia a ocho personas con trayectoria ejemplar

Sobrevivir al infierno de verse en la calle

  • Dos mujeres sevillanas que han pasado entre ocho y diez años malviviendo sin un techo cuentan cómo lograron superar el círculo vicioso de la exclusión

Sandra y su pareja Carlos, en la puerta de la parroquia del Carmen del barrio de Su Eminencia

Sandra y su pareja Carlos, en la puerta de la parroquia del Carmen del barrio de Su Eminencia / Juan Carlos Muñoz

Dos de las personas sin hogar premiadas por el Ayuntamiento de Sevilla por su trayectoria ejemplar y su esfuerzo para superar su situación nos cuentan su testimonio, las circunstancias que derivaron en su vida en la calle y cómo lograron salir de aquel infierno. Son Purificación Magariño, de 54 años, y Sandra Lara, de 43 años.

Las dos trabajaban con normalidad antes de verse en la calle. Las dos han atravesado por vivencias tan dramáticas que resulta increíble que estén vivas para contarlo. "Es un milagro de Dios que estemos vivos", admite Sandra.

Las mujeres representan un 20% de las personas que viven en la calle (frente a un 80% de hombres), pero sufren el doble o el triple de acoso y violencia que los hombres, advierte Joaquín, trabajador social y educador social del programa Housing First. La esperanza de vida se reduce casi 30 años en las personas que viven en la calle por los problemas de seguridad y salud que afrontan para sobrevivir. Las dos protagonistas de nuestra historia lo corroboran: muchas de las amistades que hicieron en esta difícil etapa han muerto en los últimos meses. 

El infierno comenzó cuando perdió su trabajo como vigilante   

Purificación Magariño (Sevilla 1954), Puri para los amigos, ha dejado atrás su larga vida de 10 años sin casa gracias al programa Housing First del Ayuntamiento de Sevilla, que ofrece un hogar en un piso tutelado y acompañamiento profesional, personalizado y permanente a estas personas en empleo, salud (adicciones, discapacidad) y trámites administrativos (empadronamiento para que pueda tener un médico de cabecera).

Purificación (54 años) en la ventana de la casa donde vive. Purificación (54 años) en la ventana de la casa donde vive.

Purificación (54 años) en la ventana de la casa donde vive. / Juan Carlos Vázquez

En la actualidad hay 20 personas acogidas a este programa en Sevilla, en pisos repartidos por los barrios, una opción que soluciona el problema de seguridad y da una vida digna a estas personas. La ciudad de Sevilla fue de las pioneras en ponerlo en marcha en 2015. 

Puri está feliz en su primer hogar después de un calvario. Allí lleva varios meses. Ha iniciado un programa de ahorro para cuando esté preparada para llevar una vida autónoma y cobra una pensión no contributiva. “Ahora estoy bien, se va pasando el agotamiento que he sufrido en mi situación de exclusión. Deseo trabajar y seguir conservando un techo”, relata Puri. 

Puri tiene tras de sí una larga historia de desarraigo y abandono familiar y ha sido víctima de varios episodios de maltrato que la han convertido en una persona sumamente vulnerable. Ha pasado por casas de acogida y albergues. Su relación con la familia, residente en el barrio de Torreblanca, es irrecuperable. Sufre poliartrosis en los pies de tantos años malviviendo en la calle usando zapatos de otros. Duerme con pesadillas que le angustian cada noche: sueña que no tiene un sitio fijo dónde alojarse. Confiesa que ha quedado marcada con una profunda huella de tanto sufrimiento. 

El detonante que la lanzó a vivir en la calle empezó al quedarse sin el trabajo de vigilante que tenía hasta ese momento. Años antes no le faltaba el trabajo: cuidando a los hijos del torero Espartaco y Patricia Rato, en la Exposición Universal de 1992 y en Cartuja93. De pagar un alquiler alto en pleno centro de la ciudad, en una casa palacio de la Judería, se vio obligada a abandonarlo. Se encontró sin casa y sin ahorros. 

Ocultaba su triste realidad vistiéndose con la mejor ropa (de primeras marcas) que encontraba en el servicio de ropero de los comedores sociales. Siempre iba lo más limpia y aseada que podía.

Consiguió con mucho esfuerzo una vivienda de alquiler en un barrio periférico de la ciudad. Pero, el hecho de vivir sola, unido a sus problemas de salud y a presiones imposibles la obligaron a abandonar el piso en el que vivía. Las Hermanas de la Cruz le habían ayudado a lograr esa vivienda muy asequible, de 60 euros. Sin un techo donde vivir y sin trabajo, recurrió de nuevo a comedores y albergues en busca de cama y comida.

Sin apoyo familiar alguno es complicado salir del círculo vicioso, explica Joaquín, trabajador social y educador social del programa Housing First que está acompañando a Puri en su proceso de recuperación.

Entrar en el circuito de los recursos sociales que atienden a las personas que están en la calle te deja agotado, siempre pendiente de estar a la hora señalada para recibir comida, ropa o aseo, explica Joaquín y corrobora Puri. Sabía que la única manera de salir del bucle era volver a encontrar un trabajo. 

Purificación ha atravesado momentos muy duros. Purificación ha atravesado momentos muy duros.

Purificación ha atravesado momentos muy duros. / Juan Carlos Vázquez

Mientras estaba en la calle pudo volver a trabajar como vigilante en una conocida tienda de ropa: 14 largas horas de jornada. Se instaló bajo el puente de la Barqueta y se lavaba la ropa de trabajo como podía. Saltaba cada madrugada, al salir del trabajo, la valla que había debajo del puente para que no la vieran. Dormía en un cartón con mantas. Su función era vigilar a los clientes que robaban algún artículo.

El trabajo no duró mucho porque era imposible acudir con la ropa bien limpia y aseada cuando no podía secarse bien.  

La tristeza de su hijo le hizo reaccionar

Se rapó el pelo y, sumergida en el alcohol, se olvidó de que tenía un hijo y una madre durante ocho años. Intentó varias veces acabar con su vida haciéndose cortes en el cuello y en las muñecas. En la actualidad lleva tres años rehabilitada, sin probar el alcohol ni la droga, y vive una vida feliz junto a su hijo adolescente Manuel, su madre, que sufre de los nervios, y su pareja Carlos, que también ha superado varias adicciones que lo sometieron durante 30 años. "Lo único que le pido a la vida es un hogar, un plato de comida y limpieza. Me acuerdo mucho de la gente de la calle y digo que sí se puede, pero hay que tocar fondo", confiesa conteniendo las lágrimas.

Sandra y su pareja Carlos aseguran que es un milagro que sigan vivos. Sandra y su pareja Carlos aseguran que es un milagro que sigan vivos.

Sandra y su pareja Carlos aseguran que es un milagro que sigan vivos. / Juan Carlos Muñoz

Su hijo fue lo que le hizo reaccionar para volver a la vida. "Mi Manué me hizo darme cuenta de la situación en la que estaba. Veía a mi hijo triste y vacío cuando venía a verle una vez al mes, con la cara apagada. No lo voy a abandonar nunca más", cuenta. El niño, hoy adolescente, estuvo al cuidado de la abuela y desarrolló algunas conductas de adicciones que hoy parecen superadas.   

"Un mes bien y siempre mal" es su resumen de ocho años en la calle. Cuenta que se bebía a diario muchos litros de cerveza y dos cartones de vino blanco. Sandra Lara, sevillana de la carretera de Su Eminencia, era hasta hace pocos años una asidua del albergue de la Macarena de la calle Perafán de Ribera que tantas quejas genera entre no pocos vecinos. La bebida le hinchaba tanto las piernas que no podía caminar. Compraba el alcohol con lo que ganaba aparcando coches en la Macarena. 

El detonante de su estrepitosa caída fue la muerte repentina de su padre, víctima de un cáncer de pulmón. Le afectó tanto que no lo encajó. Su padre lo era todo en su vida. En esos años trabajaba como camarera profesional en Lanzarote, Canarias, y una noche sirvió a Felipe cuando aún no era rey. Se refugió en la bebida y en las drogas hasta perder su trabajo.  

Ha pasado por varios albergues pero volvía a la calle. Dormía en los cajeros y, tras sufrir varios intentos de violación, su obsesión era estar lo más sucia posible para que nadie se le acercara y no le hiciera daño.

Su salvación llegó cuando la encontró el equipo de calle del albergue municipal, Juanma y David. "Ellos son mis ángeles y me siguen ayudando", dice. Sus otros ángeles son Perico del Banco de Alimentos, y un maestro de asociación juvenil Tarfia. La Iglesia evangélica, a la que acude cada domingo, y su profunda fe en Dios también le han dado una gran paz en su corazón, confiesa.    

Sueña con trabajar pronto. Le encanta coser y ha echado los papeles para hacer varios cursos. De momento va tirando con las pagas de su madre y de su pareja. Agradece el premio que le ha dado el Ayuntamiento. "Mi galardón es de Dios que fue quien me mandó a los ángeles que me han salvado y de todas las personas que me han ayudado", concluye.   

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