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Procesión de la Virgen de los Reyes

Hora y media para ajustarse

  • La Sevilla del 15 de agosto es la que permanece fiel a su hora y su lugar, la que conoce el discreto encanto de la medida

Los canónigos preceden al paso de la Virgen de los Reyes.

Los canónigos preceden al paso de la Virgen de los Reyes. / Juan Carlos Muñoz

El sol da de lleno en Fray Ceferino González. Los concejales que integran el cortejo cierran los párpados. Cuesta trabajo resistir la embestida del astro rey. La Patrona de Sevilla acaba de realizar la última posa frente al edificio de Correos. El público ha entonado el Ave María de la marcha dedicada a la Virgen de la Encarnación. Composición de Abel Moreno que cumple un cuarto de siglo. Tantos años como la coronación de la Dolorosa de la Calzá. En el eco aún resuenan los aplausos y vítores a la banda militar. Este año tienen más ímpetu que los anteriores. 

Se avanza con el sol de frente. Resulta imposible mantener erguida la mirada. El monumento a la Inmaculada se recorta sobre un haz de luz que despunta en todo lo alto. El frescor del alba se ha convertido en pretérito. El día apunta alto. En el perímetro de la Catedral hay público con claras señales de haber disfrutado del turismo de sol y playa. Pieles morenas frente a las que aún no han conocido el descanso. En el cortejo municipal todos parecen haber pasado días de asueto en el litoral. Huella que se evidencia en este ecuador agosteño. 

Por parte de la Diputación acuden nueve representantes. Del Ayuntamiento lo hacen 15 concejales. El color de sus indumentarias se atiene a las formas. No así la estética. Alguna que otra edil de la oposición luce hombros al aire con un vestido pegado palmo a palmo a cada centímetro de piel. Toda curva queda reflejada. Sin dar cabida a la intuición. Entre los varones hay a quien el pantalón del chaqué le queda muy por encima de suelo. A modo de ático. Será por falta de costumbre. 

Son más de las nueve de la mañana. Atrás quedó el inicio de una procesión cuyo cortejo empezó a salir apenas el reloj daba las 7:40. Ya entonces el público colmataba el recorrido. Devotos con cubana y peregrinos con ropa deportiva, propia de una etapa del camino de Santiago. El turismo -principal y casi única industria de la ciudad, para qué nos vamos a engañar- también participa de este ritual veraniego. Hay guiris completamente despatarradas en un balcón hotelero. Una imagen que se ha vuelto ya habitual en este 15 de agosto

Juan Carlos Cabrera, Juan Espadas y Beltrán Pérez cierran la representación municipal en la procesión. Juan Carlos Cabrera, Juan Espadas y Beltrán Pérez cierran la representación municipal en la procesión.

Juan Carlos Cabrera, Juan Espadas y Beltrán Pérez cierran la representación municipal en la procesión. / Juan Carlos Muñoz

Por debajo de sus escuetos pijamas pasa la ciudad que parece sacada de una foto fija. Formas y modos impertérritos. Quizá más gente que otros veranos, pero nunca falta esa Sevilla fiel que permanece en el mismo lugar y a idéntica hora. Aquélla que ya se sabe el nombre de algunos concejales y que intenta adivinar el de los que se han incorporado en el nuevo mandato. 

Todo ello ocurre cuando la Virgen que preside la Capilla Real ha dejado tras de sí un tibio aroma de nardos. El bello recuerdo de lo efímero. Lo eterno en estos lares es lo que apenas dura unos minutos. Detrás del paso de tumbilla se sitúa el obispo auxiliar, Santiago Gómez Sierra. El prelado hispalense, monseñor Juan José Asenjo, no puede acudir después de su última intervención quirúrgica. 

Las vallas antipánico colocadas en el recorrido dificultan el tránsito bajo el magnolio. A partir de ahí el sol se convierte en castigo para los presentes. Cuesta dirigir la mirada al frente. Las gafas oscuras se multiplican como el milagro de los panes y peces. El paso aligera la marcha. El público se agolpa en la escalinata del Archivo de Indias y en la de la Plaza del Triunfo, auténticas tribunas al aire libre. Una señora de cabellera escardada pregunta por el desfile militar. "¿Dónde nos ponemos para verlo mejor?". 

Los aplausos a la banda militar fueron una constante durante todo el recorrido

El paso se sitúa delante de la Puerta de los Palos. Aplauso efusivo a los militares. Móviles en alto para grabar la comitiva castrense. Minutos después, la Virgen se adentra en la sombra gótica de una Catedral totalmente acordonada. Los guardias de seguridad cortan el paso en la Puerta de Campanillas. Hay que esperar a que se despeje el templo metropolitano para acceder. Suenan los primeros acordes del órgano. El cortejo municipal se dispone a participar en el pontifical presidido por monseñor Gómez Sierra. 

Fuera, agosto toma las riendas. Las temperaturas benévolas de días pasados han dado lugar a una jornada en la que el mercurio se alza de forma bastante notable. Desayunar en el entorno catedralicio se convierte en una odisea. Colas en El Comercio, cuyos calentitos son producto altamente demandado esta mañana. El epílogo lo protagonizan las visitas al Pozo Santo y Santa Rosalía. El centro se va despojando de sevillanos. Sólo quedan turistas en veladores donde se sirve paella precocinada y sangría altamente edulcorada. Trasiego de maletas a la hora del ángelus. La ciudad regresa a su cotidiana realidad. Sólo una hora y media la ha devuelto a la justa medida de la que se afana en distanciarse.

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