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Juan José Asenjo Pelegrina

La reconquista: el confesor se confiesa

  • El arzobispo de Sevilla cumple 45 años de su ordenación. Vive en la que fue casa de los Seises, donde 'gobiernan' dos asistentas ecuatorianas.

HOY preside la misa en San Román y mañana, como todos los lunes, irá a confesar casi de incógnito a la capilla de San Onofre. Juan José Asenjo Pelegrina (Sigüenza, Guadalajara, 1945) es un obispo austero-húngaro y ahora se verá por qué. El pasado lunes saludó en la puerta de la capilla a un ingeniero aeronáutico y a un mendigo rumano. El ingeniero se llama José Carrasco Asenjo, es su primo carnal y el detonante de su primera visita a Sevilla, cuando hace más de cuarenta años vino a casarlo a la capilla del Espíritu Santo, junto al palacio de las Dueñas. Ha bautizado a sus hijos, los ha casado. Es una de las dos familias de Sevilla con las que celebra la Navidad. La otra son los presos de Sevilla I. Siguiendo una tradición que inició en Toledo y mantuvo en Córdoba, sus anteriores destinos episcopales, siempre celebra la misa del Gallo en la cárcel. "Los visito en la enfermería. Preso y enfermo, no hay peor condena".

Se protege del frío con una bufanda que le cosió Cándida Pelegrina, su madre, natural de Aguilar de Anguita. Su hijo ya le había preparado una habitación en su nuevo destino sevillano, pero no llegó a estrenarla. "El 17 de enero de 2010 fui por la mañana al Salvador a una función de Pasión y después tenía unas confirmaciones en La Puebla de Cazalla". Le llamó por teléfono su hermano Andrés, profesor de instituto, para decirle que Cándida había fallecido. Monseñor Asenjo es el mayor de tres varones. Jesús, el tercero, murió en trágicas circunstancias en la playa de Salou.

Su predecesor en la diócesis conquistó esta plaza y Asenjo la tiene que reconquistar palmo a palmo, feligrés a feligrés. Dirige su mirada a la Giralda. Turris Fortissima. Es experto en catedrales. Va enumerando sus virtudes en latín: Pulcra leonina (la de León), Dives toletana (Toledo), Fortis Siguntina, la de su Sigüenza natal. "Tiene una fachada que parece un castillo porque los moros estaban al otro lado, en la línea del Tajo, cuando reconquistó Sigüenza Bernardo de Agén, un obispo guerrero de Alfonso VI". Su ciudad natal comparte con Toledo e Illescas la condición de sede de los actos del cuarto centenario de la muerte de El Greco. "Había ocho Grecos en el retablo de la Catedral. En 1810, los franceses se llevaron siete, que ahora están en el Museo Nacional de Budapest y vinieron en la Expo".

El obispo de Sevilla nos abre las puertas de su casa. Vive en la que fue casa de los Seises, a la que se accede por la calle Placentines. "Aquí estaban las monjas que servían a don Carlos (Amigo)". La casa se comunica con el Palacio Arzobispal. Es hogareña y funcional, acogedora, como si sus paredes y muebles supieran que el inquilino está en ella de paso. La cocina es espaciosa y humilde. En los fogones y el resto de la casa gobiernan dos ecuatorianas, Tatiana y Mireya, las dos con nacionalidad española.

Hay pisto y pescado para comer. El arzobispo sugiere el postre. "Naranjas, que están buenísimas. A veces nos las mandan desde Palma del Río". El confesor de San Onofre abre en estas confidencias domésticas su alma de peregrino interior. Le gusta estar en forma. "¿Quieren ver mi circuito?", pregunta a sus huéspedes. "Empiezo en la cocina vieja, junto a la pared que da al hotel Los Seises. Son cien metros. Los recorro cincuenta veces todos los días. Tardo cincuenta minutos a toda mecha". Cien por cincuenta, cinco mil metros de un Mariano Haro de tierra adentro. Le gusta la buena música. "Tengo buenas colecciones y malos aparatos". Lo enciende y suena la Quinta de Beethoven. "Tiene una capacidad de 16 gigas, aquí está todo Beethoven y casi todo Mozart, aunque mi debilidad es Bach y su Pasión según San Mateo".

Hay un aparato de televisión, otrora icono del diablo. "Sólo lo utilizo para ver el teletexto y saber cómo van los partidos. Es el canal 202". Como su predecesor, Asenjo es del Atlético de Madrid. "En 1993, cuando llegué a Madrid como vicesecretario de la Conferencia Episcopal, Jesús Gil se enteró de que era devoto de su equipo y me mandó una bolsa con camisetas y recuerdos. Su hija Myriam me regaló unas entradas para un partido de semifinales de Copa contra el Valencia. Los obispos somos todos muy aficionados al fútbol porque hemos jugado mucho de seminaristas". Ríe la broma de Di Stéfano, la dificultad de regatear a un defensa con sotana. "Eso era antes".

Una capilla muy pequeña con una Virgen vernácula, la Virgen de la Salud de Barbatana. "Es la patrona de mi pueblo. La corona que lleva me la regaló un francés que vive en Sevilla. Cuando me jubile se la regalaré a la residencia de las hermanitas de los Ancianos Desamparados de Sigüenza, donde espero pasar mis últimos días". Todavía es joven para pensar en ese fin de ciclo que ha tenido escalas en Madrid, Toledo, Córdoba y Sevilla, metáfora de su particular Reconquista.

Está abierto a las nuevas tecnologías. "En este ordenador hay seis mil documentos míos. Ahí preparo las charlas, las conferencias, las homilías". Pero es hombre de Gutenberg cuando muestra la biblioteca. "Dos mil libros se los regalé al seminario de Córdoba". Está leyendo la última exhortación apostólica del papa Francisco y un ensayo del cardenal Kasper sobre la Misericordia. "Me ha gustado mucho la literatura castellano-leonesa, autores como Delibes o Luis Mateo Díez". Y ha degustado el buen cine. "De seminarista, iba a los cine-fórum, pero ahora no tengo tiempo ni de tener malos pensamientos".

"¿Un pecado confesable? La paella y tal vez no saber descansar. Si no estoy trabajando no estoy feliz". Le basta con un breve reposo, "si no lo hago no rindo lo mismo". De la austeridad del obispo habla un detalle que cuenta con normalidad y resulta insólito. "El único mueble de mi propiedad es esta silla que me ha acompañado a Madrid, Toledo, Córdoba y ahora a Sevilla. Aquí la dejaré cuando me vaya porque tengo otra igual en Sigüenza".

Duerme con una mascarilla para la apnea del sueño. En el mismo dormitorio donde pernoctó Juan Pablo II en sus visitas a Sevilla en 1982 y 1993. El Pontífice polaco aparece fotografiado con Amigo Vallejo y en un prototipo de una escultura de barro de Navarro Arteaga que la hermandad de la Estrella le regaló a Asenjo. Éste aparece fotografiado con Benedicto XVI cuando le impuso el palio en la plaza de San Pedro.

Casi todos los fines de semana ejerce de obispo itinerante, cura viajero por pueblos y barriadas. Ayer consagró a tres vírgenes seglares en la Capilla de Nuestra Señora de los Reyes. Hay una Última Cena en el comedor, una hilera de sillas en la sala donde recibe a las hermandades. Y la capilla, una de las joyas del Palacio. "Aquí bauticé a la hija de una empleada, la periodista Rocío López de la Chica, y casé a una hermana de Mireya". Preside la capilla una Inmaculada del portugués Cayetano Dacosta sobre una bola del mundo en la que Juan de Espinal dibujó el pecado de Adán. "Los ángeles de Dacosta son perfectos, mira el contraste con esos angelotes plebeyos de su hijo". El órgano no suena. "Al organista, Bernardo, el obispo de Córdoba lo mandó a Roma".

Tres sacerdotes lo esperan en audiencia. La agenda se la lleva Borja Núñez, un joven clérigo que es bisnieto del arquitecto Aníbal González. Ocho obispos, que se dice pronto, vinieron desde la diócesis de Sigüenza a la de Sevilla. Uno de ellos, Delgado y Benegas, aparece retratado en los pasillos de Palacio por Juan de Espinal. "Era de Villanueva del Ariscal y antes de Sigüenza y Sevilla fue obispo de Canarias".

El ordenador. El teletexto. El pisto. Beethoven. Delibes. Los cien metros lisos. "No recibí el mensaje de ningún ángel. Influiría el ejemplo de mis padres y vivir en un pueblo, ciudad, de cinco mil habitantes que tenía obispo, seminario, cabildo y una catedral con crucero y cimborrio". Nació el mismo día, mes y año que Antonio Cañizares, de quien fue obispo auxiliar. Fue seminarista en su pueblo, hizo Teología en Burgos y completó estudios en la Gregoriana de Roma. Cuando se ordenó, 21 de septiembre de 1969, empezaba la temporada en la que Luis Aragonés y Gárate, ídolos de su equipo, compartieron el Pichichi con Amancio.

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