Sevilla

Una tradición que revive su origen

  • Cañada Rosal celebró como cada Domingo de Resurrección la Fiesta Colonial de los Huevos Pintados

No todo son celebraciones religiosas ni procesiones en Semana Santa, ya que las tradiciones de varios siglos se mantienen en las ciudades, sobre todo si llegan de la mano de inmigrantes que fundan y pueblan lugares y acaban convertidos en vecinos. Éste es el caso de Cañada Rosal, municipio de la campiña sevillana que celebra cada Domingo de Resurrección, desde su fundación en el siglo XVIII, la Fiesta Colonial de los Huevos Pintados.

Una tradición que llega del centro de Europa pero que se ha asentado totalmente en este pueblo, sobre todo desde que hace 20 años la Asociación de Amigos 27 de agosto se hiciera cargo de la organización de esta fiesta en la Plaza de Santa Ana, que ayer como cada año reunió a más de un millar de vecinos de Cañada Rosal y de los alrededores.

Antes de que empezara el programa de actividades de la jornada, muchos niños ya portaban en bolsas o cestas de crochet los huevos pintados por ellos mismos, de un solo color, aunque a mediodía ya pudieron comenzar a decorar otros que entregaban en la plaza Santa Ana. Para darle más emoción a la fiesta se organizó un concurso en el que se entregaron diversos premios a las decoraciones más originales y bellas.

Una exposición de canastos con los huevos pintados por voluntarios y por los alumnos de los centros educativos de la localidad se podía admirar en las mesas de la plaza, la cual se encontraba adornada por las banderas de Alemania, Suiza y el resto de países de los cuales procedían los primeros moradores de este municipio.

Desde el Domingo de Resurrección de 1770, primera vez en que los colonos celebraron su fiesta en tierras sevillanas, ha continuado ininterrumpidamente esta tradición, la cual ha pasado de padres a hijos y no se ha perdido en el olvido. Desde primeras horas de la mañana, vecinos y familiares se intercambian los huevos cocidos a modo de regalo, pudiéndose entonces optar por comerlos -en los años 50 y 60 los niños ansiaban la llegada del Domingo de Pascua- o conservarlos.

Muchos deciden esto último, ya que algunos huevos se acercan a obras de arte, con diferentes tonalidades, colores, motivos decorativos e incluso con paisajes. Pero también se guardan cuando el regalo es de alguien especial, y algún que otro vecino posee un huevo de hasta 30 años. Sin embargo, la falta de cuidado puede provocar que cualquier toque o rotura deje escapar el olor interior del huevo, con lo que se hace imposible su conservación.

La jornada de ayer también contó con una comida fraternal en la Plaza Santa Ana organizada por el Ayuntamiento de Cañada Rosal, quien promueve esta fiesta junto con la asociación 27 de agosto. El potaje colono repartió varios centenares de cazuelas a los asistentes, quienes pudieron disfrutar de actuaciones musicales.

En la Casa de la Cultura del municipio se celebró además la presentación de la novela Puerto de felicidad, del escritor local Alberto J. Fílter, un libro que agotó sus ejemplares durante la jornada, la cual finalizó por la tarde, ya que el buen día que acompañó con un sol espléndido dejó que la fiesta pudiera celebrarse sin ningún problema.

Toda una costumbre cargada de leyenda, tradición e historia que pueblos como Cañada Rosal reviven cada Domingo de Resurrección, convirtiendo la plaza de Santa Ana, engalanada con banderas de los países de origen, en un hermoso escenario donde el rito se repite y se hace presente.

Muchas culturas han visto en el huevo el símbolo mágico de la esperanza en un más allá, el emblema de la vida, precisamente cuando esta renace, como sucede en primavera.

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