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El síndrome del visitante empequeñecido

  • El bochorno del Sevilla en el Bernabéu retrata una vez más la escasa fiabilidad de un proyecto que se mantiene vivo gracias exclusivamente a su fortaleza como local

Los equipos de Sevilla y Real Madrid se saludan bajo la inmensidad del Santiago Bernabéu antes del partido del pasado sábado.

Los equipos de Sevilla y Real Madrid se saludan bajo la inmensidad del Santiago Bernabéu antes del partido del pasado sábado. / inma flores

El sevillismo no conforma una afición que exija en escenarios como el Bernabéu, pero sí es tremendamente crítica con las malas sensaciones ante este tipo de adversarios que posiblemente en otras aficiones levante alguna simpatía y que aquí genera, literal o metafóricamente, urticaria.

El 5-0 recibido en menos de 45 minutos el pasado sábado ante un Real Madrid que llegaba en crisis, con bajas y pensando en el Mundial de Clubes ha vuelto a poner en entredicho el proyecto deportivo en el que el club nervionense ha depositado la mayor inversión económica de su historia, con fichajes que sobrepasan los 21 millones de euros como Muriel (el mayor desembolso en un solo futbolista) y defensas de 12 como el internacional danés Kjaer.

El Sevilla ya salió muy tocado de sus visitas al Wanda, a San Mamés, a Mestalla y a Moscú

Pero si bien en otras ocasiones en las que salió goleado de Chamartín, como el 7-3 con Emery, el Sevilla llegó a ofrecer otras sensaciones -al guipuzcoano se le criticó por llegar a sacar pecho por la imagen que su fútbol había dejado-, lo que el equipo antes de Berizzo y ahora de Marcucci deja patente en cada comparecencia en una plaza de cierto nombre es que está incapacitado para, siquiera, empezar a competir.

Ni en el Wanda Metropolitano -donde llegó la primera gran decepción- ni en San Mamés ante un Athletic que desde entonces no ha ganado en su campo, ni mucho menos en Moscú y Valencia, donde salió goleado, ni en el Camp Nou ni en el Santiago Bernabéu ha sido capaz el Sevilla de asomarse siquiera por encima del burladero. El empate de Pizarro ante el Barcelona, que tuvo una vigencia de seis minutos, no fue más que un espejismo en mitad de un desierto. Una situación aislada en una jugada a balón parado que acabó convirtiéndose en una anécdota.

El Sevilla, a día de hoy, vive y respira de sus individualidades y de la fortaleza que ha diseñado alrededor del Sánchez-Pizjuán, donde lleva más de un año sin perder, pero cada vez está más claro que no es una fuerza fiable y que va a tener que sufrir mucho en la segunda vuelta para que le dé para llegar a los objetivos que busca, volver a clasificarse para la Liga de Campeones al menos en el cuarto puesto de la tabla clasificatoria, mucho menos cuando el Valencia se ha erigido en un firme candidato que en temporadas anteriores no contaba.

Es verdad que el equipo de Berizzo cuenta con la ventaja de que ya ha visitado a todos los grandes en la primera mitad del campeonato y que ha ganado en campos difíciles como Getafe, Villarreal o Gerona, pero el fútbol se alimenta de sensaciones y en estos tres partidos el Sevilla atravesó fases de dificultad real y manifiesta. También hay que ver el calendario al revés y pensar que esa fortaleza desarrollada en los partidos en casa ha llegado sin que ninguno de los rivales fuertes haya pasado por Nervión.

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