maribor | SEVILLA

La sordina que a todo pone la rutina

  • El Sevilla se clasifica por segunda vez consecutiva para los octavos de la Champions, la cuarta en global, tras un frío y previsible partido

De la desilusión de una mala primera parte al frío dato objetivo: el Sevilla se ha clasificado por segunda vez consecutiva para los octavos de final de la Liga de Campeones, algo inédito en su historia. Lo ha logrado con lo mínimo. El empate le valía y, por si las moscas, de Anfield llegaban continuas noticias positivas en forma de goles del Liverpool sobre el Spartak. La gran explosión de ilusión y júbilo frente a los reds en Nervión puso en bandeja de plata esta clasificación, que supone la consecución del primer objetivo del club para esta temporada. Pero sería engañarse afirmar que todo fue ilusión.

El partido en Maribor no tuvo nada que ver con la fiesta explosiva de la remontada hasta igualar aquel bochornoso 0-3 del Liverpool que ha dejado el affair N'Zonzi como daño colateral. De nuevo se puso en escena ese Sevilla previsible, incapaz de desordenar a un rival corajudo pero limitado al que el Liverpool vapuleó con un 7-0 que debe hacer pensar a Berizzo y Marcucci sobre cuáles siguen siendo las carencias de su equipo. Fue un partido frío como la temperatura ambiente. Qué lejos de aquel tórrido arreón de casta y fútbol que, al calor de su gente, logró el Sevilla frente a los de Jürgen Klopp.

En Maribor tomó todo su valor aquel gol de Pizarro sobre la bocina. Porque lo de la noche eslovena fue todo como con sordina, nada de bocinazos futboleros. El rondo infinito, la posesión cansina, el caracoleo pastoso... Un bolo invernal. Apenas hizo un par de cambios en la dinámica el Sevilla el cansancio del Maribor hizo el resto. Bastaron un par de centros con veneno, uno de Sarabia y otro de Jesús Navas, para demostrar que el voluntarioso equipo esloveno ya estaba de más. Pero jugar en ese frío y sabiendo que estás clasificado...

La primera parte fue como un paso atrás en la trayectoria de crucero que parecía haber tomado el Sevilla con sus tres victorias ligueras consecutivas y aquel empate épico en la Champions. Otra vez el sistema defensivo temblando ante las mínimas embestidas del rival, que encontró el premio del gol con una simple apertura a la banda, un balón dividido que no pelea de verdad Correa y un centro pasado que, otra vez, encuentra descolocado a Mercado. Tavares, solo como la una, cabeceó a placer. Y aún pudo hacer más daño este Maribor que imprimía más velocidad en cada contraataque que un Sevilla obsesionado con no perder el balón.

Los movimientos en la fase ofensiva eran meros intentos a la galería. Ben Yedder tenía que salir a la mediapunta para intentar remover aquello. Las alas no desbordaban, los laterales no desdoblaban, por dentro no había clarividencia. Nada que abra de par en par la espita de la ilusión. Hasta el gol de Ganso tuvo la fea sordina del grosero fallo del portero rival. Entre febrero y marzo llegarán más emociones. Mucho debe crecer el Sevilla.

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