Heroicididad que pudo ser completa, pues el Sevilla desperdició ocasiones muy claras de gol que pudieron darle la victoria y no ese sorprendente empate ante un muy inferior Alavés. Soñaba el sevillista con que su equipo durmiera como líder de Primera y lo hizo, pero una serie de circunstancias, especialmente la meteorológica, impidió la alegría completa y la envidiable marca que representa contabilizar sus partidos de local por triunfos.

Cuando las nubes sólo eran una promesa del diluvio que caería poco después ya se le había torcido la tarde al Sevilla. Un despiste de Montiel en la marca a balón parado hizo que el Alavés se adelantara cuando ni siquiera se había roto a sudar. Eran los vitorianos un equipo ordenado atrás bajo la vieja premisa de acumular efectivos y otro despiste defensivo propiciaría que Ocampos empatase la partida para que nadie dudara ya de que choque sería un uno más en la quiniela.

Pero se abrieron los cielos y una manta de agua hacía su aparición para que ya al borde del descanso surgiese el VAR, ese artilugio que de esclarecedor pasa en ocasiones a impertinente escudriñador de lances dudosos. Una mano de las que sólo se ven al microscopio de Ocampos en la barrera es requetemirada para que acabe en penalti. Otra circunstancia adversa cuando todo indicaba que el viento soplaba definitivamente de popa para los de Lopetegui.

Y el segundo tiempo se juega en una piscina para una suerte de waterfútbol en el que adivinar qué hará la pelota es un enigma. Puede marcar el Alavés, Rioja hace estragos por su costado y apela Lopetegui al toque de corneta consumiendo los cinco cambios en favor de gente con vocación atacante. Y este Sevilla que nunca se rinde machacó hasta igualar en el descuento y así dormir de líder. Un testarazo a quemarropa de Munir pudo completar la heroicidad, perotodo quedó en semimaracanazo.