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El Rey abdica

Renovación en la Corona

Siempre es fácil interpretar, a posteriori, que la abdicación del Rey guarda relación con la reciente desaparición de Adolfo Suárez: ambos protagonistas claves en la transición democrática española. Es posible que sea así pero, en todo caso, lo que pretendo señalar es que el rey Juan Carlos, junto a Adolfo Suárez, impulsó la Constitución Española (CE) de 1978 que abrió las puertas a la democracia y una de cuyas instituciones básicas fue la Monarquía Parlamentaria. Y conviene recordar, precisamente en estos momentos, que la CE fue aprobada en referéndum por la mayoría de los ciudadanos españoles. También conviene recordarlo una Constitución defendida por el Rey ante el intento de golpe de estado del 23 de Febrero de 1981.

Esta breve referencia a acontecimientos pasados es para destacar la legitimidad constitucional de la Monarquía (el artículo 1.3 de la CE establece que la forma política del Estado español es la Monarquía parlamentaria), pero también la legitimidad de ejercicio ante los españoles, acrecentada por el Rey a lo largo de 39 años de reinado y a la que contribuyo la llegada en 1982 del Gobierno socialista de Felipe González.

Después de 39 años la crisis económica y sus efectos sociales, la desafección política y el distanciamiento ciudadano de las instituciones democráticas, incluida la Monarquía, junto a los escándalos que han salpicado a la Casa Real, han reducido notablemente su legitimidad social en la percepción de una buena parte de los españoles. La Monarquía, a pesar de su papel en la consolidación democrática y en la proyección exterior de nuestro país, ha perdido crédito y prestigio ante los ciudadanos, especialmente en los sectores jóvenes de la sociedad.

El paso dado por el Rey con su abdicación es un paso en la buena dirección: la recuperación de la legitimidad social perdida, a través de la renovación generacional de la Corona en la persona del Príncipe de Asturias. Ha sido una respuesta responsable a la reclamación de los españoles. Pero no es suficiente. Es cierto que, durante los últimos años, la Casa Real adopto algunas medidas para abrirla a la sociedad, pero era necesario un nuevo Rey, joven, en su plenitud física, para llevar a cabo las reformas necesarias: la transparencia en el funcionamiento de la Casa Real, la actualización de la Monarquía y el fortalecimiento de la cercanía ante los problemas sociales. En definitiva, un nuevo Rey para un tiempo "nuevo", para impulsar lo que, en mi opinión, debe ser el reto de los españoles y sus instituciones: la calidad de la democracia española.

A diferencia de lo que ocurrió con el rey Juan Carlos, el príncipe Felipe será proclamado Rey en un contexto de estabilidad y normalidad democrática; con el apoyo de la mayoría de los ciudadanos y de los principales partidos del arco parlamentario. Cuando se debatió la CE de 1978 que cerraba definitivamente la dictadura franquista, el PSOE, partido de tradición republicana, al igual que muchos españoles incluidos los militantes del Partido Comunista, no se planteó el dilema monarquía o república sino el de dictadura o democracia. Después de 39 años está fuera de dudas, para nosotros los socialistas que, a pesar de sus errores, la Monarquía parlamentaria contribuyo a la consolidación de la democracia y a la imagen de España como un país moderno.

Algunas voces -varios partidos políticos minoritarios han reclamado la celebración de un referéndum- han vuelto a plantear el dilema monarquía o república. No pretendo cuestionar su derecho para hacerlo pero pienso que es un grave paso atrás y no hay espacio en este artículo para analizar las consecuencias. Para mí, la cuestión está en la calidad de nuestra democracia; es decir, si la renovación generacional en la Corona, en la Monarquía, hará que esta contribuya a combatir las causas de la crisis política, impulsar la igualdad de todos los españoles y de trasladar calor y sensibilidad a los ciudadanos que soportan las graves consecuencias de la crisis.

Si tuviera que resumir en pocas palabras lo escrito hasta aquí, señalaría: sentido responsable de la oportunidad, renovación generacional, normalidad democrática y calidad de la democracia. Personalmente añadiría afecto y gratitud al Rey y suerte a su sucesor.

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