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Hitos del Rey

Diez momentos estelares

  • Ninguna otra persona en España ha protagonizado tantos hechos realmente históricos: la reforma de un régimen dictatorial en una democracia, la única dimisión de un presidente de Gobierno vivida hasta ahora, el mensaje para desactivar el golpe del 23 de febrero de 1981 y su propia abdicación.

1. Juanito llega a la España gris

ROMA, Lisboa, Friburgo.. y Madrid. En el mes de noviembre de 1948, frío e intenso en los campos castellanos, llega en el Lusitania Express un niño de apenas 10 años , hijo de reyes, aunque al cruzar la frontera por Extremadura se convierte en una suerte de peón en la partida de ajedrez que entablan su padre, don Juan de Borbón, heredero de Alfonso XIII, y el general Francisco Franco, jefe del Estado español. Lejos de sus amigos, de sus padres, el pequeño Juan Carlos va a ser enviado a España para que sea educado bajo los estrictos márgenes de la dictadura franquista, con sus demonios, sus mártires y sus complejos. De hecho, el niño, nada más bajarse en la estación de Villaverde, que ha sido buscada así por estar alejada de la capital para evitar choques entre monárquicos y falangistas, es conducido al Cerro de los Ángeles, centro geográfico español. Allí, su abuelo Alfonso XIII había consagrado España al Sagrado Corazón de Jesús, y durante la Guerra Civil, la estatua había sido fusilada por un grupo de milicianos. Lo bueno que había sido Franco, aunque ya el niño, en Lisboa, en Villa Giralda, había oído no pocos quejares sobre el supuesto restaurador de la Monarquía a España. Posiblemente, el peor sacrificio a la patria -por el más duro- que el rey Juan Carlos haría a España fueron esos años de niñez, adolescencia y juventud en Las Jarillas, una magnífica casa situada en la carretera de Colmenar Viejo prestada por un aristócrata. El niño había salido casi en secreto de Lisboa, no lo hizo por la estación principal, ni llegó a Madrid por una de sus grandes bocas: se fue a Villaverde. La noche anterior a su llegada había fallecido en la cárcel  el monárquico Carlos Méndez, y se preveían enfrentamientos entre facciones del régimen con motivo de la llegada de este nieto de Alfonso XIII. Los falangistas cantaban: "El que quiera una corona, que se la haga de cartón, que la Corona de España, no es para ningún Borbón".

Franco no encontraba una plena legitimidad a su régimen del 18 de julio  y comenzó a negociar con don Juan, se vieron en el Azor, pero don Juan rechazó la Ley de Sucesión que se aprobó en junio de 1947. Según ésta, una de las leyes fundamentales,  el heredero de Franco sería una persona con título de Rey, y España sería el Reino de España, no poco pronto se puso a regalar títulos nobiliarios quien no provenía de ninguna de las dinastías. Al niño Juan Carlos le montaron un colegio en Las Jarandillas con ocho alumnos, cuatro de la aristocracia; otros cuatro, de la clase media alta: Alonso Álvarez de Toledo, Carlos de Borbón-Dos Sicilias, Jaime Carval y Urquijo, Fernando Falcó, Agustín Carvajal Fernández de Córdova, Alfredo Gómez Torres,  Juan José Macaya y José Luis Leal Maldonado. A los pocos días de su llegada a Madrid, a Juan Carlos lo llevaron a visitar al Caudillo. Le pareció menos fornido y más fofo de lo que esperaba, aunque su padre le había aconsejado no abrir boca "para que no entren moscas". Le preguntó por él, por "su Alteza", por don Juan, no por "su Majestad", aunque el niño, aún bisoño en exceso, se atrevió a responder: "El Rey está bien".

2. El sucesor de Franco

CASI 20 años esperó don Juan Carlos a que Franco le designase como sucesor a título de Rey. El franquismo, como el peronismo, era un régimen transversal, y había varios tipos de monárquicos: los carlistas y sus facciones, el aspirante Alfonso de Borbón y Juan Carlos. O lo que pudiera ocurrir. El ministro López Rodó y Carrero Blanco presionaban a Franco para que diera salida a la Ley Orgánica del Régimen. Según los historiadores, pocas dudas albergaban al dictador, aunque Juan Carlos contaba con un serio problema: su padre. Franco no tragaba a don Juan, y don Juan debía admitir que el sucesor fuera un miembro de la familia Borbón que se saltase su propio paso en la línea de sucesión. Así actuaba Franco. El 15 de enero de 1969, Franco le comunicó por primera vez a Juan carlos que podía ser su sucesor, y éste contestó que si podía comentarlo con Estoril, con su padre. "No comprendo la actitud de vuestro padre; no se hace cargo de las cosas. Tenga mucha tranquilidad, Alteza. No se deje atraer ahora por nada. Todo está hecho". Y el hijo de don Juan contestó que sin problemas, que él también había aprendido del "galleguismo" de Franco. En efecto, todo comenzaba a estar atado y bien atado; el hijo traicionaría al padre si era preciso, aunque eso le acarearía no pocos problemas de conciencia que el Rey llevó hasta el final. La siguiente escena es la del 15 de julio de 1969, cuando Franco le comunica de modo oficial que será su sucesor.

El Príncipe no duda de la aceptación del cargo, sino del deber con su padre, primero en la línea sucesoria de los borbones, el hombre al que ha llamado Rey desde que nació. Es duro, pero Franco le obliga a no telefonear a Estoril; no llama al padre. Sí le envía una carta a través del marqués de Mondéjar en la que escribe. "Me resulta dificilísimo expresarte la preocupación que tengo. Te quiero muchísimo y he recibido de ti muchas lecciones. Estas lecciones son las que me obligan como español y como miembro de la Dinastía a hacer el mayor sacrificio de mi vida y aceptar el nombramiento para que vuelva a España la Monarquía y pueda garantizar muchos años de paz y prosperidad" . Don Juan apenas habló con Mondéjar, su enfado era evidente, aunque su esposa, doña María de las Mercedes, le envió felicitaciones para Juanito. Después llegó otra carta de Franco, en la que explicaba que su intención no era restaurar la Monarquía, sino "instaurar" une nueva . "¡Qué cabrón!", espetó Don Juan, que se negó a contestar en Villa Giralda las llamadas que su hijo le hacía desde Madrid. La enemistad entre ambos duró meses y años, apenas limada por el resto de la familia. Hay que considerar que don Juan no cedió los derechos dinásticos y la titularidad de la Casa Real al rey Juan Carlos hasta meses después de éste ser coronado por las Cortes franquistas a los dos días de la muerte del dictador. Posiblemente, la acción del príncipe Juan Carlos, desleal con  su padre e, incluso, con su regla dinátisca, es una de esas enseñanzas del buen Maquiavelo: de no ser así, su reinado nunca se hubiese asentado sobre España y el franquismo habría encontrado otra forma de prorrogarse.

3. Un Rey absoluto, pero vigilado

UN Rey absoluto, porque al fin y al cabo heredaba los poderes de Franco, pero vigilado por los sectores más reaccionarios del régimen, por el llamado búnker, por el clan del Pardo, por los más viejos militares. Meses antes del fallecimiento de Franco el 20 de noviembre de 1975, la familia de Franco, cuya hija se había casado con Alfonso de Borbón, aspirante al trono, comenzó a conspirar contra don Juan Carlos, aunque sin éxito. En el momento del fallecimiento de Franco, ese día, ese 20 de noviembre, los futuros Reyes, Juan Carlos y Sofía, acompañaron a la familia. Algunos temían algunas represalias, pero el Rey, por ejemplo, le aseguró a la viuda del general que podía vivir en El Pardo tantos años como quisiese, incluso le dio el título de señora de Meirás y duquesa de Franco. Pero los problemas con el Rey no sólo venían con la parte menos aperturista del régimen, ni con la oposición ilegalizada, con quienes ya había comenzado los contactos de manera interpuesta, sino con su propio padre, el que le seguía llamado el heredero. Juan Carlos se coronó Rey en una sesión de las Cortes el 22 de noviembre, pero no fue hasta el 28 que Antonio Fontán, enviado de Estoril, le entregó una carta en la que su padre le consideraba legítimo heredero de la dinastía. Pues, incluso, así, aún tuvo que esperar ni más ni menos que hasta el 14 de mayo de 1977 para que abdicase de modo formal en una sencilla ceremonia celebrada en La Zarzuela. El día de su coronación, el presidente de las Cortes, Rodríguez Valcárcel, debió decir al coronarlo: "Desde la emoción y el recuerdo a Franco, una nueva era: ¡Viva el Rey! ¡Viva España!". Pero omitió lo de la "nueva era". Su discurso, en el que ya apuntaba al aperturismo y a un nuevo tiempo, no fue acogido de gran gana por los procuradores, más bien con frialdad. Durante esos días, España enterraba a Franco, el primer rey Juan Carlos aún no había dados pistas de cómo sería su reinado. Sólo la llegada de un nuevo presidente, abriría el proceso democratizador pero el de esos momentos, Carlos Arias Navarro, era más de Franco que de él.

4. La casa de la vieja democracia

Amedida que pasaban los primeros meses de reinado, se constató que el Rey no se entendía con su jefe de Gobierno, Carlos Arias Navarro, nombrado por Franco y ratificado por él. A principios de verano de 1976, ni se devolvían las llamadas telefónicas. Ya don Juan Carlos contaba con  su mentor Torcuato Fernández-Miranda, el diseñador de la Transición jurídico-política, a su lado, había conseguido convertirse en presidente de las Cortes, pero Arias era una gran piedra en el camino. Era un obstáculo y era el temor, porque era el propio Rey quien no se decidía del todo a destituirlo a pesar de los consejos de Fernández-Miranda, en los días previos a junio de 1977, el Rey se reunió en La Zarzuela con algunos enviados de la Embajada de los Estados Unidos, y allí les pidió ayuda o consejo para deshacerse de Arias. Estados Unidos ya sabía del plan democratizador de don Juan Carlos, pero no quiso implicar a Washington en la dimisión de este presidente de Gobierno.

Y en eso llegó el viaje. A veces hay que tomar perspectiva y recibir el apoyo desde fuera para sentirse con fuerzas, y es eso lo que necesitaba el Rey para enfrentarse con Arias. El 1 de junio inicia un viaje a Estados Unidos junto a la reina Sofía, que marcaría su trayectoria. Se entrevistó con el presidente Ford, pero su acto más relevante fue la intervención ante una sesión conjunta de la Cámara de Representantes y del Senado. En ese discurso, del 2 de junio, no deja dudas de que España será una democracia: en la casa de una de las más viejas del mundo, congresistas y senadores se levantaron para aplaudirle. El calor que no tuvo en su coronación lo logró en Washington.  A la vuelta, llegó otra persona. "Como quien se ha quitado un peso de encima", indicó Areilza al verlo el jueves 1 de julio. Todo estaba decidido: comunicó a Arias su destitución, que pasó a la formalidad de los papeles como un cese solicitado a petición propia. El enfado del ojeroso presidente de Gobierno que anunció a los españoles la muerte de Franco fue patente en su último Consejo de Ministros, donde prácticamente ni habló.

5. El ejecutor del plan de Torcuato

LA Transición tuvo tres actores: el Rey, como patrón; Torcuato Fernández-Miranda, como diseñador del rumbo, y Adolfo Suárez, como ejecutor, piloto, una figura que los otros dos, con el tiempo, considerarían prescindible. Lo cierto es que Fernández-Miranda había concebido la salida del franquismo hacia la democracia en apenas dos folios, un cambio de la ley a la ley. La propia Ley de Reforma Política fue la octava ley fundamental del Movimiento, el texto normativo que provocó el haraquiri del régimen a manos de las mismas Cortes franquistas que habían expresado su fidelidad a Franco. A Adolfo Suárez lo había conocido años atrás en Segovia, donde el joven ambicioso fue gobernador civil; eran de edad similar, jóvenes, ideológicamente muy flexibles y seductores, tenían don de gentes. El Rey consiguió que Torcuato Fernández-Miranda incluyese a Suárez en la terna que le preparó el Consejo del Reino. Mediante una estrategia muy estudiada, y en la que contó con la ayuda de, entre otros, Miguel Primo de Rivera, de la aristocracia falangista, Torcuato llevó al Rey lo que el Rey le había pedido. En julio de 1976, Suárez fue nombrado presidente del Gobierno, y a finales de ese mismo año, llevaba a referéndum la ley para la Reforma Política. A pesar de que la oposición democrática boicoteó esta votación al considerarla que aún no estaban legalizados los partidos, la abrumadoras participación y el gran respaldo supuso un éxito para Suárez. A partir de ahí, legalización de los partidos, amnistías políticas y vuelta de los exiliados. Tan pronto y tan rápido, que en junio de 1977 se celebraban las primeras elecciones legislativas democráticas, que ganó el joven Adolfo Suárez a bordo de un invento llamado UCD. A partir de entonces, las relaciones con el Rey se complicaron, con Torcuato llegaron a desaparecer y Suárez se convirtió en la fuente de todos los males del país. Conciliar tantos intereses fue imposible sin medias verdades, algunas mentiras e improvisaciones. El gran presidente de la Transición, el primero, entró en barrena, nadie lo quería.

6. La televisión salvó el golpe del 23-F

DEMASIADO tiempo, pero España respiró cuando, a la 1:15 del 24 de febrero, el Rey apareció ante las cámaras de televisión para anunciar que la Corona no podía tolerar  acciones que "pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrático que la Constitución determinó en su día". Horas antes, a las 22:15, el Rey, casi atrincherado en la Zarzuela, había enviado una comunicación a todas las capitanías generales para que impidieran que fuerzas se sumaban al golpe que el teniente coronel Tejero había iniciado por la tarde con el asalto al Congreso de los Diputados. A partir de ese momento, el Rey -se ha dicho en muchas ocasiones- se ganó el sueldo, desmontó un golpe militar que sólo él podía efectuar, ya que el Gobierno y los diputados se encontraban secuestrados. Se ha especulado con que el Rey  no emitió el mensaje hasta que el general Armada no había salido del Congreso con la negativa de Tejero a dejarle entrar para constituir un Gobierno de concentración. La revisión de esta página de la historia ofrecerá aún sorpresas, porque no se han aclarado todos los términos ni se han publicado todos los documentos. Pero hay un hecho evidente: con la participación o simpatía del Rey, ese golpe hubiese triunfado, al menos en los primeros días. Y no fue así.

7. El año que España llegó al 92

EL programa político del reinado de Juan Carlos I ha tenido dos grandes ejes, cuyo balance es plenamente positivo, aunque con matices. El primero es la restauración de la democracia en una España que cuando él accedió al trono aún estaba dividida por los ecos de la Guerra Civil. España se convirtió en una democracia sin que ninguno de los bandos del enfrentamiento fratricida fuera expulsado  del sistema: cupieron todas las ideologías menos aquellas que llamaban a los totalitarismos. El segundo fue la modernización del país, que ha tenido en la europeización el principal vehículo. En enero de 1986, España se adhirió a la Comunidad Europea y ese mismo año, y mediante referéndum, a la OTAN. El país tomo otro brío desde entonces, y alcanzó su cenit en el año 1992, con la celebración de la Exposición Universal de Sevilla y los Juegos Olímpicos de Barcelona, dos eventos para los que tuvieron que pasar muchos años  para ser superados. En el caso de Andalucía, la Expo supuso una recolocación de la comunidad en el mapa España: las nuevas autovías y la llegada del AVE, en la primera línea de alta velocidad de España, constituyen un hito en la historia del tradicional alejamiento del sur. El apoyo del Rey fue el elemento básico que promovió estos dos grandes eventos.

8. Las lágrimas más amargas

LAS imágenes de televisión aportaba lo que, en teoría, los reyes no podían hacer: llorar, mostrar sus sentimientos. La reinstauración monárquica después de 40 años de ausencia debido al franquismo recuperó unas nuevas normas que nunca estuvieron contrastadas por la historia. Una de ellas mantenía que los reyes nunca lloraban en público, y llovieron las críticas de estos supuestos expertos en monarquías hacia don Juan Carlos y doña Sofía. Don Juan de Borbón, padre del Rey, se enterraba en El Escorial, el hombre que nació en La Granja en 1913 y falleció en Pamplona el 1 de abril de  1993, pero que nunca pudo llamarse Juan III, llegaba al cementerio de los reyes. Las relaciones entre el rey y su padre no fueron siempre buenas. Durante años, la aceptación del Rey del trono que le dejó Franco los tuvo separados, hasta el punto de que don Juan siguió siendo el Jefe de la Casa del Rey hasta mayo de 1977. Las lágrimas de compasión de la Reina con su esposo, y las de éste por el hombre que solventó la anomalía franquista definen un momento muy especial del matrimonio. Don Juan salió de España con la proclamación de la segunda República, cruzó la frontera en 1936 para unirse a los monárquicos que luchaban contra el Gobierno legítimo, pero el general Mola ordenó sacarlo del país.

9. El perdón del error

NUNCA se había oído pedir perdón al Rey, y de un modo tan cristiano: "Lo siento mucho, me he equivocado, no volverá a ocurrir". Asunción de daño causado y propósito de enmienda. El Rey salía así del Hospital San José de Madrid donde tuvo que ser intervenido de urgencias por la fractura de la cadera producida durante un safari en Botsuana. El hecho fue grave porque nadie sabía que el Rey pasaba unos días de vacaciones en África, ni que estaba cazando elefantes mediante el país pasaba por los peores momentos de la crisis. Era abril de 2012, y el lunes 9, don Juan Carlos se marchó Botsuana. El sábado, 14 de abril, el país se despertó con el ingreso del Rey. Un artículo clarividente del periodista José Antonio Zarzalejos acababa de un plumazo, o un teclazo, con el tabú: el antiguo director de El Correo Vasco informaba del hecho, así como de la compañía que llevaba el Rey: Corinna, una amiga habitual de los últimos viajes, incluido los oficiales. Zarzalejos pedía lo que ayer ocurrió: la abdicación en la figura del Príncipe para renovar la institución y salvarla de descrédito. El hecho, que molestó profundamente a la opinión pública, también enfadó a la Reina, que optó por quedarse en Grecia y llegar días después al hospital. La primera visita fue breve, de apenas 20 minutos. A partir de entonces, el Rey retomó su agenda, se hizo público el presupuesto de la Casa Real, así  como los sueldos de los Reyes y los Príncipes, además de los de las infantas. Sin embargo, esta caída marcó un deterioro físico que apenas se ha ido corrigiendo: la sucesión de fracturas y de problemas en la cadera han limitado bastante la movilidad del Rey desde entonces. En los últimos meses retomó su agenda con visitas a los países del Golfo Pérsico, sus viejos amigos de siempre. Pero el caso Urdangarín le ha dejado pocos respiros, una infanta declarando ante el juez y el delito denunciado por Hacienda sobre su yerno han constituido una tortura para el Rey. Y, al final, las dinastías saben liberar el mecanismo de su propia renovación: la abdicación.

10. La línea de la continuidad

LOS reyes mueren siendo reyes. Eso es lo que contaba la renovada tradición monárquica española, aunque las abdicaciones no han sido tan extrañas en la historia. Don Juan, padre del Rey, abdicó como jefe de la Casa del Rey en su hijo, le cedió los derechos dinásticos aunque nunca llegó a ser soberano. Ayer, en televisión, al anunciar su abdicación, don Juan Carlos habló bajo una pintura de Luis I, un hijo de Felipe V en el que el primero de los Borbones llegó a abdicar, aunque debió de volver por la repentina muerte de su elegido. La escena del Rey ante televisión fue, cuanto menos, seria, como requería el momento, pero también triste: una iluminación centrada en su persona le confería una situación de soledad. Sus gestos, o la ausencia de ellos, refleja la falta de movilidad que ha sufrido durante los últimos meses. En el despacho, vacío, sí había dos fotografías simbólicas. La primera, la de sus herederos, el símbolo de permanencia de la dinastía. El príncipe Felipe, que pronto será Felipe VI, junto a Leonor, que terminará siendo la Princesa de Asturias. Junto a este marco, otro con don Juan, su padre, el hombre que decidió sacrificar su trono en favor de la propia dinastía. A ellos se refirió, don Juan Carlos en un mensaje en el que dijo que el príncipe Felipe "encarna la estabilidad", recordó a su padre y elogió a la Reina. Incluso habló de doña Letizia, a la que señaló como un apoyo eficaz para el reinado de Felipe VI. Detrás de esta abdicación hay muchas razones, pero don Juan Carlos subrayó la que, probablemente, es la de mayor peso: España, y no sólo la Corona, necesita una renovación generacional que afronte con mayor fuerza los nuevos retos. La despedida del que probablemente ha sido el mejor Rey de la historia de España ha sido, de hecho, su último gran servicio al país: facilitar un cambio en la Jefatura del Estado sin ruptura, dejándolo al criterio político y no al hecho biológico de la muerte.

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