Televisión

Amelia, la limpiadora de la aparición

  • La espontánea del programa 'Al rojo vivo' se esfumó azorada al entrar en el plano de García Ferreras

Antonio García Ferreras con la 'sombra' de la limpiadora Amelia desapareciendo por detrás

Antonio García Ferreras con la 'sombra' de la limpiadora Amelia desapareciendo por detrás

Jimmy Jump no está solo. Vamos ya a espontáneo por año en Eurovisión. En la edición de 2017 un tipo se bajó los pantalones en una de las canciones a la espera de los votos y en el pasado mayo otro individuo le quitó el micrófono a la cantante británica. Acciones más osadas que aquella del mamarracho de la barretina que asaltó con mímica la interpretación de Daniel Diges; o aquella más remota del nórdico manifestante que en 1964 se coló en pleno festival para protestar contra las dictaduras de Portugal y España.

Por muy férreas que sean las medidas de seguridad en cualquier momento salta una liebre en el campo de fútbol (sucedió el otro domingo) o en el escenario de una gala, como aquellos espontáneos que pedían oportunidades en las plazas de toros. La impertinente imprevisión ronda en cada plano en la calle, como vienen denunciando las reporteras tocadas por la retaguardia mientras que sus compañeros masculinos han de encararlo todo con una mayor resignación, tal como le sucedió a un magreado reportero de Telemadrid en los pasados sanfermines.

Ya no hay miedo al directo en un mundo rodeado de cámaras y donde cualquiera tiene el play dispuesto para grabar un accidente, un tornado o cómo un famoso se lleva la mano a las fosas nasales. De ahí que el pasado jueves despertara una inmensa ternura que la azorada limpiadora Amelia apareciera de improviso, lateralmente, en el plano del gesticulante Antonio García Ferreras en Al rojo vivo. En un universo lleno de patosos, besucones sin gracia y gente a lo Mocito Feliz dispuesto a hacerse con una fama de calderilla en segundp plano, la reacción de Amelia de escaparse del objetivo fue celebrada con empatía y aprecio. Ferreras, un tipo de reflejos, pidió el VAR para subrayar tan fugaz aparición.

Amelia salió sin querer salir y se escabulló con la meteórica naturalidad de quienes se dedican a su trabajo y aún le tienen respeto a un piloto rojo. Con ese minúsculo despiste Amelia ha dado más respeto a la televisión y a su labor de limpiadora que muchos de esos profesionales a los que se les llena la boca de ego. Entre la naturalidad impostada de tantos programas, el segundo y medio de la asombrada Amelia vale por un año entero de realities en esta televisión horizontal donde la dignidad no se fabrica.

Las cámaras solían imponer en la televisión vertical y el protagonista involuntario solía saludar, la reacción humana natural (junto a una mirada de reojo) a un cristal que enfoca. Durante lustros cualquier imprevisto era hasta recibido con carcajadas. Ibáñez Serrador calculaba al segundo el Un, dos, tres pero dejaba los flecos de la errata del aguna secretaria o la caída de un espectador entre el público presente. Los espacios enlatados tenían así un destello de viveza, de directo real, lo que durante años fue imposible en la TVE de la censura y del bucle (el retardo de varios segundos), para evitar pancartas en los córners o que el futbolista Paco Gento fuera pillado desnudo en el vestuario, como sucedió en una ocasión.

El recientemente fallecido José María Íñigo se especializó en espacios vivos en directo cuando los espectadores aún no estaban acostumbrados a ese riesgo que había sido lo habitual en los años pioneros. De ahí que estén en un estante idílico de la memoria los cucharones de Uri Geller y el pendiente de Lola Flores, la que también en La clave, otro regalo de la televisión imprevisible, dijera aquello de que muerta quería que se la metieran... la bata de cola. Cómo no olvidar, gracias a youtube, el mineralismo noctámbulo de Arrabal (que en directo no vio nadie).

La espontaneidad apenas existe en televisión. Hay espontáneos inoportunos, como el sevillano Carlos Díaz, que se coló en Más vale tarde y el Telediario 2 para advertirnos del apocalipsis. Hubo provocadores de la naturalidad, una puerta que abrió Mercedes Milá y sus confidentes antes de sacar de la mazmorra al monstruo de Gran Hermano, donde además más de un patoso exterior ha pedido su ración de fama.Por eso el rubor de Amelia es tan auténtico.

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