TV-Comunicación

La revolución que 'Gran Hermano' no esperaba

  • El 'reality' marca sus peores datos en la edición más caótica de su historia

El presentador Jorge Javier Vázquez ha reconocido que la audiencia del programa es "un drama".

El presentador Jorge Javier Vázquez ha reconocido que la audiencia del programa es "un drama". / mediaset

La revolución comenzó con un cambio de imagen. El tradicional logotipo del ojo que durante años había caracterizado al programa daba paso a otro en el que el iris desaparecía y en su lugar había una X roja. Ahora ese cambio cobra más sentido que nunca, aunque no se corresponda con la intención que tenían los responsables del formato con la renovación de la imagen. Parece que esa X tacha algo, que cierra el ojo. Y esa sensación de apagar, de tachar, de errar, se identifica con lo que está ocurriendo con la décimo octava edición del reality. A Gran Hermano le ha venido grande cumplir la mayoría de edad. La edición se torció desde el principio y la revolution que pretendían no ha sido la esperada. El año pasado la marcha de Mercedes Milá supuso el lastre más grande al que el programa se había enfrentado a lo largo de su historia. Jorge Javier Vázquez lo tuvo difícil y no convenció, pero el resto de elementos que componen la vida en directo mantuvieron gran parte de la esencia. Superado este obstáculo era difícil pensar que algo podía ir peor. Pero así ha sido y los datos de audiencia lo demuestran. La gala de este jueves fue vista por menos de un millón y medio de espectadores. Un número fatal para un programa que ha batido todos los récords de audiencia a lo largo de su historia y que hasta ahora sabía hacer frente a las nuevas formas de consumo de televisión y a la programación de otras cadenas.

Las decisiones que se han tomado desde Mediaset y Zeppelin para intentar remontar el reality han sido erróneas incluso antes de empezar a emitirse el programa. La primera gala tuvo lugar un martes con la única intención de competir contra Masterchef Celebrity. Los días por excelencia del estreno de cada edición son el jueves y el domingo y esto se había convertido en una tradición para los seguidores. Los concursantes entraron en la casa antes de comenzar el juego, y esto hizo que el espectador perdiese empatía con las tramas que podían surgir en la casa y con los participantes. El canal 24 horas no llegó hasta varias semanas después del inicio y lo hizo gracias a la reivindicación y enfado de los fans. Si durante los últimos años se ha podido seguir minuto a minuto lo que sucedía en la casa no tenía sentido que en esta ocasión se retirase el canal. Han llevado a cabo experimentos como meter en la casa a famosos como Kiko Rivera, Carlos Lozano o Alyson Eckman o han hecho que los concursantes expulsados regresen a la casa para intentar remover y dar vida a las tramas. Y ni por esas. Estas estrategias se perciben forzadas y no tienen ningún sentido. Todas estas decisiones han provocado que los más fieles defensores del reality, los que lo han sostenido durante diecisiete años, ya no lo vean con los mismos ojos. Por si las malas decisiones fueran poco además tienen mala suerte. El jueves Jorge Javier mostró sin querer el nombre del concursante que debía abandonar la casa antes del momento de la expulsión, algo que no había ocurrido nunca y que ha sucedido en el peor momento. Esto debe servir para que la cadena y la productora reflexionen. No es suficiente con retirar los resúmenes semanales o con comenzar el debate de los domingos pasada la medianoche. Asumir las derrotas es positivo y una cancelación puede hacer que la agonía no se alargue más. No tiene por qué ser el fin de Gran Hermano, pero es indudable que el reality necesita un descanso y será entonces cuando pueda volver a lo grande.

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