Toros

Castella convence en Sevilla y Manzanares vuelve por sus fueros

  • El francés, que corta dos orejas, roza la Puerta del Príncipe El alicantino cuaja una faena cumbre que no remata con la espada López Simón, con el peor lote, se marcha de vacío

plaza de toros de la real maestranza de sevilla Ganadería: Encierro, con tres hierros, de desiguales hechuras y juego. Primero, segundo y quinto, de Olga Jiménez; tercero y cuarto, de Hermanos Sampedro y sexto de Hermanos García Jiménez. El primero, con movilidad y calidad; segundo, sin clase, salía con la cara alta; tercero, manejable, pero sin clase; cuarto, encastado y con algo de nervio; quinto, extraordinario, con mucha calidad; y sexto, manso. TOREROS: Sebastián Castella, de rosa y oro. Casi entera algo trasera (dos orejas). Dos pinchazos y entera baja (saludos tras ovación). José María Manzanares, de azul y oro. Estocada, estocada y dos descabellos (silencio tras aviso). Pinchazo y estocada, ambos recibiendo (una oreja con fuerte petición de la segunda). Alberto López Simón, de lila y oro. Entera muy tendida (silencio). Pinchazo y estocada (silencio). INCIDENCIAS: Plaza de toros de la Real Maestranza de Sevilla. Más de tres cuartos de entrada en tarde calurosa. Saludaron tras banderillear al cuarto José Chacón y Vicente Herrera y en el quinto Suso y Luis Blázquez.

La segunda de la Feria de San Miguel, con más de tres cuartos de entrada, deparó un espectáculo con toreo de muchísimos quilates a cargo de Sebastián Castella, que rozó la Puerta del Príncipe y de José María Manzanares, quien cuajó una faena cumbre al quinto. El francés cortó dos orejas al toro que abrió plaza y el alicantino fue premiado con un único trofeo del quinto por haber pinchado antes de la estocada definitiva. Alberto López Simón, voluntarioso, se marchó de vacío.

Lejos del debacle ganadero del día anterior, con toros de Alcurrucén, ayer, con astados de hasta tres hierros, tras varios rechazados en los reconocimientos previos, se contó con un material variado en hechuras y juego, destacando dos toros de nota: primero y quinto, ovacionados en el arrastre. Un encierro con un primero con movilidad y calidad; segundo, sin clase y que salía con la cara alta y quinto, extraordinario, con mucha calidad; y de Fernando Sampedro, un tercero, manejable, pero sin clase y el cuarto, encastado y con algo de nervio, más otro astado de García Jiménez, el sexto, manso.

Castella, con entrega, valor y gusto, cuajó la actuación más completa de las que ha realizado en la Maestranza. El público sevillano se encontró con un torero con su habitual valor descomunal, pero que añadió garra a lo que hizo e incluso alma cuando lidió al que abría plaza, bien presentado y que embestía con movilidad y calidad, y al que toreó con lentitud y gusto. Castella recibió al toro con un farol de rodillas frente a toriles, lanceó a la verónica e hizo un quite por cordobinas. Con la muleta brilló en dos series exquisitas, con muletazos suaves y largos. Lástima que el toro se rajara y buscara tablas cuando el torero se gustó en una primera serie al natural. Intercaló un cambio de mano por delante asombroso, además de un circular invertido auténtico e inspirado antes de que el toro virase para tableros. Con sentido de la medida, el diestro remató de estocada una gran faena, premiada con las dos orejas.

El cuarto, bien presentado, resultó complicado. Sin picar, encastado y con nervio, puso a prueba a un Castella que realizó una faena muy intensa, aunque desigual, en la que se alternaron muletazos con calidad con otros en los que faltó temple. El comienzo, con ayudados en los que los cuchillos rozaron la taleguilla, fue impresionante. Se mascaba la Puerta del Príncipe, pero Castella, antes de una entera caída, pinchó en dos ocasiones y el público, rendido, le ovacionó fuertemente.

Manzanares anduvo desdibujado ante el segundo, un toro largo como un tranvía y sin clase alguna, que salía con la cara alta y al que no remató con acierto, escuchando dos avisos.

El quinto, de buenas hechuras, ya apuntó su altísima calidad de salida, recibiéndolo Manzanares con unas templadas verónicas. Tras lucirse su cuadrilla, el alicantino volvió por sus fueros en Sevilla y dio un recital de toreo clásico, con armonía, impregnando el albero con aromas de toreo añejo. Bajo los sones de Cielo Andaluz, su pasodoble preferido, José María, en las afueras, se gustó con la diestra, toreó a cámara lenta al natural, hubo un cambio de mano que puso al público en pie y series cortas en las que acariciaba las embestidas del toro y remataba con profundos pases de pecho. Una obra cumbre que Manzanares quiso rematar a lo grande: recibiendo. Ejecutó la suerte de manera perfecta, pero pinchó en lo alto, en hueso. Al segundo envite, estocada recibiendo. La plaza: un manicomio. El público pidió las dos orejas, que el presidente dejó en una. Pero más allá del debate en los trofeos, ahí quedó una faena que ya es historia.

López Simón contó con el peor lote. Se mostró voluntarioso ante el manejable tercero, sin calidad, destacando con la izquierda. Con el manso sexto, al que recibió con dos faroles de rodillas junto a tablas, se entregó, sin que su labor, que comenzó también de manera genuflexa con la muleta, calara en el público.

Festejo de emociones artísticas con un toreo de muchísimos quilates a cargo de dos toreros, ayer, en estado de gracia: Castella y Manzanares, quienes ofrecieron una gran dimensión.

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