Toros

Después del pollito, un gallo

SUENA jazz bajo la ventana de la redacción. Bohemia de una noche de verano que acompasa muy suave las notas que llegan hasta arriba como un bálsamo tras el ruido de la plaza. Suave temple que le transporta a uno hasta ese otro de un torero sevillano. Tan suave como esa muleta de Morante para llenar de detalles, firmes, lentos como un reloj sin segundero. Cadencia de un torero que quiso agradar y que forjó, sin faena completa, es cierto, un ramillete de verónicas y naturales, tan bellos y tan ciertos en su primero, que encendieron la tarde a buena.

Detalles y destellos de ese toreo que se saborea de otra formas distinta a otros.

Aires de inspiración que Morante transportó en ese genial modo de embarcar la verónica. Bello como la disposición de ese castaño que hizo cuarto, yéndose largo y bravo hasta el caballo para que Aurelio Cruz le marcara en todo lo alto un puyazo de mano certera.

La transfiguración del animal duró el tiempo de que Morante sembrara de señorío el ruedo mercedario con dos tandas de verónicas lentas y creíbles, mas allá del tiempo real de al vida.

Después no quedó más y el de arte que se anuncia sin miedo, demostrando que no era gratuita la frase. Morante estuvo valiente con ese cuarto y tuvo que salirse a los medios porque Huelva lo sacó a saludar y a agradecerle la disposición con la que marcó esta feria.

Ya fue difícil, después de las dos tormentas de El Juli, aguantar la tarde. Perera debe estar pensando en la mala suerte de haberse llevado el lote más nefasto de la tarde, pero la riada que le dejó el madrileño en sus dos toros fue de órdago, y satisfecho debe andar Miguel Ángel de que la plaza se haya quedado con la verdad de su esfuerzo ante un lote, no imposible, sino infumable.

Es la suerte de una bolita de papel de fumar a las doce del día. El ser o no ser de un sueño que ayer no pudo lograr un torero en racha como Perera. Un jabonero de incierta embestida y poca clase al que se unió la infamia de un feo remate con la espada. La Suerte, esa señora caprichosa en la vida, volvió a castigar a Perera con el remate de una burra con cuernos en el sexto. Después de habérselo pasado muy cerca en dos chicuelinas, y la incertidumbre de esos pases cambiados, cuajadas las zapatillas en la hondura del albero, sólo le queda eso como argumentos grandes a un torero que sale de la feria sin premio de orejas, pero en torero.

Y no hay más. Porque todo lo demás se lo llevó Juli. Las palmas por Huelva, las cuatro orejas, la salida a hombros y dos veces el tendido en pie. Conjunto de tauromaquias. Lopecinas inmensas con el compás abierto, desafiando al toro. Faenas de mando al bueno y también al malo. Naturales destoreando, pero también naturales embarcando y ligando la bravura y clase del primero de su lote. Poder y dominio. Venganza y toreo. Ambición, sin piedad con la tarde. Ladrón de terrenos. El parón, el dominio. Todo Juli.

La tarde, para él. Para quien no dejó ni una brizna de aire donde respirar porque todo fue una sucesión de emociones . Emociones desde que desandó sus pasos para retar en versión original con unas lopecinas sin cuento. Después, la facilidad de embarcar, llevar, traer y rematar la calidad del segundo de la tarde. Después, la estocada sin concesiones.

Y después, otra vez El Juli. Un apogeo de ambición. Un gallo de pelea afilando espolones para quedarse el triunfo. Todo para él. Por lo civil o por lo militar, pero a por eso vino. Que se lo agradezca el ganadero porque ese quinto toro no estaba para más entregas y Juli lo recuperó para el triunfo con su perseverancia, con su oficio y con su soberbia. No era toro, pero a Juli ayer le servía cualquier cosa y la volvió a liar dejando para el recuerdo otra tarde grande para La Merced.

¡Qué hubiera sido de la tarde sin él! Con tan poco toro como el que ayer pisó el albero de la plaza onubense.

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