Toros

El Fandi, a hombros, y vuelta al ruedo a 'Picarón', de Fuente Ymbro

El diestro David Fandila El Fandi, que salió a hombros, y el toro Picarón, de la ganadería de Fuente Ymbro y premiado con la vuelta al ruedo, propiciaron los momentos de mayor euforia en la corrida goyesca con la que se celebró el 250 aniversario de la inauguración de la plaza de Zaragoza. Han pasado ya 250 años desde su inauguración, y los tendidos de la plaza de toros de Zaragoza se siguen llenando al reclamo de la emoción del toreo. Claro que, en esta corrida a la usanza goyesca -justo en el mismo ruedo donde se celebró en 1927 el primer festejo de este tipo-, los matadores ya no eran como aquellos que también aquí inmortalizara el gran pintor de Fuendetodos hace dos siglos y medios. Presente aún, en bronce, sobre la balaustrada de la Puerta Grande, Goya pintó entonces los gallardos alardes de Martincho y de Juanito Apiñani frente a los primitivos toros de la ribera del Ebro, mientras que los toreros actuales desarrollan su evolucionada técnica ante animales más selectos y de mayor trapío. Aun así, el tercer toro de la corrida de Fuente Ymbro, el más terciado de los seis que salieron por chiqueros, tuvo una arboladura tan desarrollada que bien pudo valer para ilustrar los tétricos grabados goyescos. Pero, dos siglos y medio de selección ganadera después, este fue, en cuanto a comportamiento, un toro realmente moderno, en tanto que desarrolló una incansable acometividad desde su salida al ruedo hasta doblar de una estocada muy trasera.

El Fandi, que con sus facultades físicas bien podía haber competido con los rudos toreros que inauguraron la plaza, le dio fiesta desde que lo saludó con dos largas cambiadas de rodillas, le llevó al caballo por chicuelinas al paso y puso ya en pie la plaza con un espectacular y movido quite por zapopinas. El toro galopaba incansable de punta a punta de la plaza, y el granadino aprovechó para cuajarle un tercio de banderillas de mayor impacto que ajuste, pero que terminó de crear un ambiente de desmedida euforia entre el agradecido público. La faena de muleta, desde que El Fandi la abrió con siete derechazos de rodillas en los medios, fue una acumulación interminable de pases y más pases, en los que la mayor emoción la ponía el infatigable galope de Picarón, que repetía sin pausa sus alegres embestidas, aunque faltas de un punto mayor de entrega. Con un público enervado con el movimiento continuo no hubo lugar para los matices, ni durante la faena ni para premiar al torero con las dos orejas y al toro con una vuelta al ruedo póstuma que hizo justicia. También con el sexto le dio fiesta El Fandi al público, pero esta vez sólo en los dos primeros tercios, que, como los toros de la época de Goya, fueron los únicos que aguantó embistiendo el de Fuente Ymbro.

El resto de la corrida tuvo poca historia, en tanto que los otros cuatro cornalones ejemplares de Fuente Ymbro apenas tuvieron raza para seguir con un mínimo de entrega los engaños.

Juan José Padilla, que volvía a Zaragoza cuatro años después de su gravísimo percance, se justificó con un lote sin celo ni clase, incluso librándose de las peligrosas coladas del cuarto.

Y Miguel Abellán, al que se notó un tanto desmoralizado tras su actuación en solitario en Madrid, apenas pudo brillar con un segundo que buscó enseguida las tablas y un quinto al que lució en varas pero que mostró enseguida su desrazada condición.

Ya con la corrida finalizada, cuatro recortadores castellanos y madrileños representaron con un serio cuatreño las suertes de las láminas goyescas, que también adornaban los burladeros.

Fueron saltos al trascuerno y con garrocha, quiebros en silla y demás alardes que disfrutaron los maños, igual que quienes, hace dos siglos y medio, asistieron a la inauguración de una plaza que todavía sigue sólidamente en pie.

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