Toros

Un Pereda con el tiempo dentro

  • Una mirada a la figura del hombre que cambió la historia taurina de esta ciudad y el papel de una plaza destinada al derribo 

José Luis Pereda en el centro de la imagen

José Luis Pereda en el centro de la imagen / Archivo (Huelva)

Cuando hace apenas dos días José Luis Pereda hijo presentaba desde el ruedo de La Merced los carteles de la feria de Colombinas en realidad no estaba abriendo una nueva etapa en la gestión del coso mercedario. Realmente estaba cerrando la que inició su padre en 1983 con aquel coso vetusto, un verdadero reino para ratas, aunque la fachada siguiera luciendo erguida frente a su historia de siempre con ese 1902 en la parte más alta del edificio.

Ese hombre, su padre, José Luis Pereda García, no estaba el viernes pasado entre la lista de asistentes. Quizás podía haber estado, pero no estaba y con ello el cambio de etapa, la imagen de la noche, la figura de un nuevo Pereda al frente de todo y por encima de cualquier circunstancia, se hizo más evidente.  Porque esa ausencia terminó siendo el espaldarazo más firme a la figura de su hijo que, ahora sí, comienza su historia.

Miré, pero tampoco estaba el busto que su amigo Manolín Muñoz le había regalado para ese huequito del pasillo por donde los toreros se escapan a hombros las tardes que pueden. Al lado del hueco estaba un photocall con la nueva imagen corporativa de la plaza donde los invitados se dejaban fotografiar.

El busto se lo llevaron un mal día. No sería mala cosa que volviera a su sitio por hacerle justicia a todos. A su dueño, a quien lo regaló y a los muchos que pensamos que estaba en su sitio.

Ahora, el veterano empresario ya tiene lo que se había prometido a sí mismo: ver a otro José Luis Pereda montando la feria de la plaza que él imaginó antes que nadie, que él montó como nadie y a la que solo él supo tocarle en sus teclas más interiores porque en el fondo fue su mente, su inquietud y su arrojo los que la fraguaron.

Inquietud y arrojo con el que pensar que la primera feria de su vida iba a comenzar un domingo y se iba a terminar un lunes con nueve tardes de toros dentro. En el fondo pienso que aquella feria de locura la montó José Luis Pereda para él mismo y que los dineros sí que entonces le dieron igual. En eso creo que Pereda nunca claudicó: en montar la feria que tenía que montar.

José Luis Pereda había montado una monumental feria. La mejor y más intensa de toda la historia taurina de Huelva. Una feria para dejar huella y con todos los toreros de Huelva dentro de ella y celebrando la restitución del edificio a la ciudad.  A los pies de esos cabezos de la Huelva litrista empezaba cada inicio de agosto el trasiego de camiones, toros, mañanas de sorteo y un bullicio de gente inmenso, inacabable, alrededor de la plaza que un espectador en la Monumental había soñado posible.

Ese fue su triunfo personal y que finalmente acabó traspasando a la ciudad.

Nada superará a aquel titular de prensa que reprodujo en letras gruesas aquello de “Un hombre, una ciudad, una plaza”, porque en eso es en lo que finalmente se convirtió aquella obsesión de un emprendedor que entendía de hornos y piezas industriales, capaz de comprar una imprenta en Zaragoza y unificar medidores y test industriales en el Polo Químico y Tecnológico de esta Huelva en donde daba sus primeros pasos como empresario.

Cada vez que pasa el tiempo por encima más me convenzo de que aquella singular apuesta de rescatar un edificio roto, oscuro, cargado de edad y tiempo no podría haberla pensado, ni siquiera imaginado, un taurino al uso.

De hecho, ni por asomo fueron capaces de defender la realidad que entonces se llamaba plaza de toros Monumental. Así que la figura de José Luis Pereda se hace más relevante no para entender La Merced únicamente desde lo taurino sino desde el punto social con la influencia que dejan a Huelva no solo cuatro tardes de toros sino la vida que proporciona a ese barrio el edificio de La Merced.

Y ahí desde ese punto social es desde donde a lo mejor la Huelva institucional si le debe a José Luis Pereda ese reconocimiento generoso que queda elegante en los discursos hasta que se lo lleva el aire.

Sin duda el escenario, bohemio, romántico y bello que los invitados de hace apenas dos noches vislumbraban maravilloso desde el atril de oradores tenía necesariamente que ser obra de alguien que siempre vio tres pasos más allá de otros muchos. Y si hay algo que me aparece determinante en la figura del Pereda veterano es precisamente la visión de ciudad que tuvo rescatando para la historia un edificio monumental de esta Huelva. Un tipo con la personalidad suficiente, la osadía necesaria y la inconsciencia justa como para volver a poner en medio de una ciudad una plaza de toros sin tener repajolera idea de si los cuartos que iba a jugarse tendrían retorno. Era una apuesta personal; un reto consigo mismo y José Luis Pereda ha sido mucho de eso. El ir a contracorriente de lo vulgar y que el tiempo hiciera el trabajo necesario terminando por darle esa pátina de lustre que amortizara al cien por cien la historia de una plaza de toros en la que esta ciudad se había metido sin complejos a dejarse jirones de emociones y sentimientos. El Nini, Caparrós, Carbonell, Litris, Chamacos y Silveras … Todo esos y más se desempolvaron en el imaginario real cuando el edificio volvió a tener vida.

El tiempo te deja inevitablemente perspectivas. No solo para mirar, sino para ver. Por eso pienso, más allá de la banalidad de las palabras que se pronuncian, que realmente José Luis Pereda ha querido de verdad a esta plaza. Que no es una frase comercial para buscar empatía. Que es verdad que La Merced ha sido ese sitio donde pensar sobre la vida, templar cualquier otro tipo de problema y refugiarse en el edificio al que le dio alma. Que los pitos cuando un toro se ha caído le han dolido de verdad en ese burladero suyo, aunque no lo pareciera. Y que la satisfacción de aquel indulto de Culito no la ha soltado aun de su alma.

Hoy más que nunca sigo pensando que la clase política e institucional está en deuda con el hombre que rescató una parte muerta de esta ciudad necesitada de esa simbología y patrimonio. Con el hombre que no le puso puertas al edificio para echar cerrojos, sino que lo proyectó durante todos los días del año de muchos años hacia el interior de una ciudad.

Hoy creo que es el tiempo de escribir estas líneas sobre el hombre que quiso hacer una plaza de toros y terminó brindando a una ciudad de pocas referencias visitables un patrimonio arquitectónico de infinitas posibilidades.

 Hoy más que nunca tengo presente la dureza de aquella Semana Santa de 2018 que nunca debió llegar. La dureza de una entrevista que costó un mundo escribir y la amargura de un hombre que nunca debía haberse bebido ese cáliz con tanta crudeza. Hoy después del tiempo, aun no se entiende que hayan tenido que pasar tantas cosas que nunca debieran haber pasado.

 

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