Toros

Saltillo o un concurso de alimañas

  • Francisco Javier Sánchez Vara, Alberto Aguilar y José Carlos Venegas, a quien le echan un toro al corral, cumplen ante una pésima corrida, con un cuarto que parecía toreado

vigesimosexta corrida de la feria de san isidro Ganadería: Corrida de Saltillo, en conjunto mal presentada y de pésimo juego, muy mansa y con dos toros, tercero y fundamentalmente el cuarto, protestado en el arrastre, que fueron unas auténticas alimañas. TOREROS: Francisco Javier Sánchez Vara, de verde y oro. Estocada (silencio). Estocada (silencio). Alberto Aguilar, de nazareno y oro. Tres pinchazos y estocada (silencio tras dos avisos). Pinchazo, media y descabello (saludos tras ovación). José Carlos Venegas, de blanco y oro. Dos pinchazos, estocada y descabello (ovación con saludos desde el callejón tras tres avisos y el toro devuelto al corral). Dos pinchazos y casi entera (silencio). INCIDENCIAS: Plaza de toros de Las Ventas. Martes 31 de mayo de 2016. Casi tres cuartos de entrada. David Adalid saludó tras parear al tercer toro y al sexto.

La tercera corrida del tramo torista de este San Isidro supuso una auténtica pedrada a la tauromaquia. La corrida de Saltillo, mal presentada, dio un pésimo juego, defraudó totalmente y si no es por la gran experiencia lidiadora de Francisco Javier Sánchez Vara y Alberto Aguilar, y la entrega y reflejos de José Carlos Venegas, la cosa se hubiera certificado en tragedia. Los tres agerridos matadores de toros sufrieron lo indecible debido a un material imposible. Los diestros, más que toreros en el enorme ruedo de Las Ventas, parecían soldados caminando entre minas porque las embestidas aviesas, sin atender las telas, fueron en su mayoría frenazos y acometidas en busca del bulto, del torero, del hombre.

Francisco Javier Sánchez Vara, con el que abrió plaza, alto y de pésimo juego, no pudo lucirse. El diestro, con voluntad, se justificó en un trasteo en el que el manso animal, un mulo con cuernos, acometía con la cara por las nubes.

El cuarto, bajo y corniabierto, no embestía. Eran acometidas de una fiera aviesa que parecía toreada. Cazarrata era más bien un cazahombres. Sabía latín... bueno, más bien era políglota. Sabía todos los idiomas, fundamentalmente el de tirarse a los toreros al pecho sin atender a los capotes y a la muleta. Tampoco quería caballo y huía al sentir el hierro. El presidente le condenó por ello a banderillas negras, una triste mancha para la divisa de Saltillo. Sánchez Vara, tras una arriesgada probatura en la muleta, mató con la eficacia que le han dado sus años por capeas y en corridas de este tipo por pueblos. Si no es por su experiencia... hubiera acabado en el hule.

El segundo toro, cuesta arriba, hizo una pésima pelea en varas. Alberto Aguilar realizó una faena larga y desigual. Consiguió un par de series estimables por el pitón derecho, el mejor del toro y mató mal.

Al quinto, abierto de cuerna, le bajó los humos con el capote el banderillero César del Puerto y además lo picaron bien. Aguilar, con la muleta, consiguió tandas meritorias ante un animal con mucho carbón y poca franqueza.

José Carlos Venegas, con el regalito que tuvo en primer lugar, mansísimo y con peligro, al que no se picó adecuadamente, no tuvo opciones, esquivando por reflejos una cornada cantada que la fiera le lanzó al pecho. El diestro, en lugar de machetearlo y lidiarlo a la vieja usanza se quiso poner bonito y le costó caro porque tras un trasteo voluntarioso excesivamente largo y desacierto en la suerte suprema, recibió tres avisos y le enviaron el toro al corral. El público comprendió las dificultades de la alimaña y ovacionó al torero, que saludó desde el callejón.

El sexto, aunque derribó de un topetazo en el primer encuentro, no engañó en su mansedumbre, ya que cabeceó descaradamente en el segundo puyazo. El último saltillo se quedaba corto y embestía con la cara alta y Venegas porfió sin poder sacar agua de aquel seco pozo.

El espectáculo resultó desagradable porque con esos toros que salieron ayer en Las Ventas, alimañas en distinto grado, más propios por su peligro y mansedumbre de los comienzos de la tauromaquia, era imposible el toreo de esta época, entendido como una manifestación en la que prevalece lo artístico.

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