Desde el tendido de sol

Del indulto y otras peticiones

  • No entienden esos aficionados que, sin estos premios, los espectadores de ahora no sabrían si ha merecido la pena haber estado en la plaza.

Algunos aficionados viejos no comprenden ese frenético entusiasmo de los nuevos públicos pidiendo dos orejas por una faena meramente aceptable, o reclamando que se indulte un toro sólo porque ha sido cómodo y ha embestido con pujanza, facilitando así la buena faena del diestro. No entienden esos viejos aficionados que sin estos premios, los espectadores de ahora no sabrían si ha merecido la pena haber estado en la plaza. Por eso tienen que luchar para que unos gestos, exteriores a la lidia, les confirme lo que ha pasado en el ruedo. No tienen seguridad sobre el valor de lo que han visto, pero arrancándole esos trofeos a la presidencia adquieren ya la convicción de haber asistido a un acontecimiento. Si el acontecimiento no era para tanto (la faena o el toro) no importa, con los trofeos (las orejas o el indulto) ya se ha fabricado uno y se puede, al calor de los pañuelos y aplausos, disfrutar y hablar apasionadamente de él.

Resulta encomiable ver al público participar, disentir de la presidencia y airear sus opiniones con contundencia: todo eso está dentro de la mejor tradición taurina. Por algo, hasta hace poco tiempo, un destacamento de la Guardia Civil permanecía en las plazas, imponiendo su presencia y respeto. El público se soliviantaba con frecuencia y había que mantener el orden. Por tanto, no es la desaforada intervención del público lo que inquieta, más bien todo lo contrario. Lo que preocupa es la dirección que toman esas intervenciones. Casi siempre en un sentido y casi nunca en el otro.

Parece como si una varita mágica dictara a los espectadores en qué momentos mostrar su opinión de forma apasionada y en qué momentos inhibirse. Rara vez, en Sevilla, se protesta con ímpetu una faena ventajista y rutinaria, y todavía es más raro que se grite rechazando un toro inválido o toda una corrida impresentable. Sin embargo, el público se queda ronco y gesticula sin miramientos, si el presidente no asume con prontitud el veredicto popular que pretende premiar una faena o indultar un toro. Las dudas que pudieran existir deben ser inmediatamente desechadas ante el argumento unitario de tantas voces acompasadas. Voces que, curiosamente, siempre sintonizan con los intereses de los partidarios de la modernización de la Fiesta: es decir, menos riesgo para el diestro y toros más cómodos.

Premiar la lidia de un toro con el corte de una o dos de sus orejas, o indultarlo, son inventos relativamente recientes. ¿Cabe, pues, preguntarse qué haría ahora el público si no pudiera  recurrir a esas peticiones acaloradas para manifestar su opinión ante lo que ha pasado en el ruedo? De todos modos, los hechos dan a entender que de esta forma se canalizan muy favorablemente para los intereses taurinos los ecos y las voces de los tendidos. Ante la más mínima resistencia de un presidente a otorgar una oreja, o dos -que puedan considerarse, desde su palco, dudosas- se sube el forcejeo y el pulso, y éste acaba cediendo, dada la provisionalidad institucional de su estatuto. Además, así el público se siente de alguna manera también protagonista y luego puede fácilmente resumir la tarde: "Fulanito ha cortado las dos orejas" e, incluso, se dice para sí mismo: "Gracias a mi insistente petición".

La posibilidad de indultar un toro, tras su comportamiento en la plaza, fue una medida excepcional destinada a recuperar la casta y la bravura manifiestamente perdida en muchas ganaderías. Se pretendía cuando menos mantener, mirando hacia atrás, características y tipos expuestos a desaparecer. Por muchos motivos, ya muy bien expuestos por Luis Nieto en estas mismas páginas, ese no era el caso del toro de Núñez del Cuvillo lidiado días pasados en Sevilla. Una cosa es que el público quiera premiar a un toro por su comportamiento, para lo cual hay unas formas ya previstas, y otra muy distinta indultarlo. Pero el público quería tener la sensación de haber vivido algo histórico, diferente (quizás para poder contarlo: "Yo lo vi") y no le resultaba suficiente con haber asistido al acontecimiento. Buscaba la  confirmación mediante un gesto llamativo. Y las autoridades que están, en principio, para velar por los intereses a largo plazo de la Fiesta, cedieron ante el capricho inmediato de unos espectadores dispuestos a que cada corrida sea, por un motivo u otro, un espectáculo festivo y memorable.

albertotroyano@telefónica.net

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