De la sustanciosa intervención del ganadero Fernando Cuadri sobre el escenario del teatro valverdeño hace apenas tres noches me queda la desazón de haberle escuchado decir que poco a poco lo va a ir dejando porque a partir de ahora su tema "va a ser el papeleo". Habían puesto en suerte la noche las féminas de la peña El Abanico y allí, sentado frente a la audiencia, vi llegar a ese Cuadri, último de ese triunvirato de cuadris que uno encontró en plena Babia en los inicios de reportero. Ya el padre, apartado en su despacho de Juan Vides, repasaba sobre el humo del recio tabaco negro las circunstancias del diario ganadero y poco más. Luis era el conocimiento supino de los misterios del toro y Juan la amabilidad y la amistad necesaria de un gran conjunto de ganaderos en una ganadería diferente. Sí, diferente en todo y por todo. Con sus tardes malas y sus tardes mejores. Esa H, doblada sobre la piel de los toros de Comeuñas la hizo grande el patriarca Celestino, la lucharon sus hijos y ahora imagino que la deberán mejorar los que lleguen con las fórmulas y los modos que mejor entiendan. Pero más allá de la piel de un toro el símbolo de un hierro hay que asentarlo, explicarlo, amarlo, quererlo y hacer que lo quieran los demás como cosa importante de tu vida. Fernando Cuadri ha sido siempre ese hombre vital que sobre un cuatro latas o un Citroën fue capaz de hacer más grande, más importante, más querida esa H después de muchos kilómetros hasta el último rincón donde un aficionado le haya llamado para hablar de los toros de su familia. El cariño y el aprecio por los toros de la divisa morada, amarilla y blanca no es gratuito. Lo trabajó día a día un hombre llamado Fernando Cuadri, parte vital para entender estos últimos cuarenta y cinco años de toros en tierras de Comeuñas. Otra cosa son cuentos.

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