Contracrónica

La tarde del helicóptero

  • El segundo festejo del abono fue ruidoso por varios motivos que concurrieron en torno a la plaza

La aeronave de la Policía Nacional surcando el cielo de Sevilla en la tarde de ayer.

La aeronave de la Policía Nacional surcando el cielo de Sevilla en la tarde de ayer. / Juan Carlos Vázquez

Llegar a la plaza ya fue complicado en la tarde de ayer, último domingo del mes de abril. El tráfico, tanto de coches y peatones, era denso en la inmediaciones del Paseo de Cristóbal Colón. Y se hacía aún más dificultoso conforme se acercaba al centro de la ciudad. La celebración copera del Real Betis marcó la segunda corrida del abono de toros de la Real Maestranza de Caballería. Probablemente, ese factor restó público a los tendidos, que presentaron algo más de media entrada. No obstante, había salpicadas varias bufandas verdiblancas por la grada y una bandera a cuadros en uno de los palcos de sombra. Fue retirada pocos antes del comienzo del festejo y sus portadores se marcharon. Pero el verdadero protagonista de la tarde, aparte de los seis toros y los seis toreros, fue el helicóptero de la Policía Nacional.

La plaza de toros de Sevilla es conocida en todo el mundo por su silencio cuando se lidia un toro. Una calma tensa que es interrumpida, normalmente, por oles o críticas al ganado. Esta vez, esas voces se perdieron entre el rugido de los motores de la aeronave policial, que sobrevolaba el centro para controlar la multitudinaria fiesta bética en la Avenida de la Constitución y la Plaza Nueva. En los tres primeros toros, el helicóptero fue un espectador más de las faenas que se desarrollaban sobre el albero. El público miraba al cielo a su paso y lamentaba el ruido. “¿No puede pasar un poquito más pallá?” o “Le está gustando como está Oliva Soto con la muleta” eran algunas de las reflexiones en voz alto de los presentes. Los sones de la Banda de Música del Maestro Tejera se escuchaban con dificultad y, cuando el vehículo volador no pasaba, se escuchaban alegres cláxones desde las calles cercanas. El silencio no fue posible en la tarde de los seis. La ruidosa traca final –nunca mejor dicho– la marcaron varios cohetes y petardos que sonaron cuando el día finalizaba y la noche tomaba el relevo.

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