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Agua dulce y agua salada para apagar la crisis

Rogelio Velasco

Investigador en la Stern School of Business New York University

Al final de la época dorada de la Macroeconomía-desde la II Guerra Mundial hasta el año 2008- la mayoría de los economistas pensaban que los problemas más graves que habían azotado a las economías -especialmente las grandes depresiones- se habían resuelto.

Los expertos en mercados financieros creían que estos mercados eran esencialmente estables. Los activos financieros e inmobiliarios estaban siempre correctamente valorados. No se contemplaba un colapso porque los precios recogían toda la información disponible sobre los activos.

Los economistas de agua dulce (de las universidades de Chicago y Minnesota, entre otras) simplemente ignoraban las limitaciones de la racionalidad humana -que con frecuencia conducen a burbujas-, de las imperfecciones de los mercados financieros y de instituciones que no funcionan adecuadamente, que pueden dar lugar a graves crisis que no se pueden prever.

Esta creencia en el correcto funcionamiento de los mercados no fue modificada ni siquiera por las crisis de los años 1973 y 1987, que hundieron las bolsas mundiales de forma inesperada. Robert Schiller, de Yale, había ya advertido en el año 2004 que la espectacular subida del precio de la vivienda había provocado una burbuja y que, si estallaba, daría lugar a desastrosas consecuencias. Sus advertencias no fueron tenidas en cuenta. El alto valor de los activos inmobiliarios se atribuía a la fortaleza de la economía.

Frente a este purismo metodológico, los economistas de agua salada (de Berkeley, Harvard y MIT) admitían que las recesiones podían ser provocadas por el lado de la demanda, separándose del punto de vista neoclásico de mercados perfectos y admitiendo no racionalidad en los comportamientos, para acomodar el punto de vista keynesiano de las recesiones. Las políticas activas para combatir esas situaciones seguían considerándose deseables.

No obstante, desde el punto de vista analítico, las desviaciones de los neokeynesianos del modelo neoclásico se encontraban bastante acotadas, de tal manera que no había lugar a modelos que contemplaran la posibilidad de grandes burbujas o colapsos en el sistema bancario. Además, las disputas entre las dos escuelas de economistas se limitaban al ámbito teórico o analítico, pero no al de la policía económica.

La razón principal obedece a que, al contrario que los primeros keynesianos, los nuevos no pensaban que la política fiscal fuera necesaria para combatir las recesiones, de manera que cambios en el gasto público o en los impuestos no se incorporan a los nuevos modelos macroeconómicos. Solo la política monetaria era necesaria para combatir los problemas que transitoriamente pudiera sufrir la economía.

Sin embargo, la crudeza de la crisis puesta de manifiesto desde el año 2008 ha provocado que las discusiones de las dos escuelas económicas sean ahora mas fuertes que nunca. Efectivamente, la constatación de que las herramientas monetarias no son suficientes para sacar a la economía de una recesión ha colocado en el escenario nuevamente a la política fiscal.

Durante una recesión normal, el Banco Central compra deuda pública a corto plazo, reduciendo el tipo de interés, que se extiende al resto de la economía, estimulando una vuelta al crecimiento. En la recesión anterior, en 2001, la Fed redujo los tipos hasta el 1% desde el 6,5%. En la actual recesión los ha llevado al 0% desde el 5,25%.

Sin embargo, el 0% no es suficiente para sacar a la economía de la recesión porque, a ese tipo, los inversores acumulan recursos en lugar de prestarlos. Además, ese nivel representa un suelo que no puede traspasarse porque los Bancos Centrales no pueden fijar tipos de interés negativos.

Esta situación ha conducido a los neokeynesianos a admitir que la política monetaria había alcanzado sus límites y que, como en los tiempos en los que se publicó la Teoría General de Keynes, los estímulos fiscales eran necesarios para sacar a la economía de la depresión.

Esta es la visión que, finalmente, se ha incorporado a la política económica de Obama y que ha llevado a cabo tanto a través de un incremento del gasto público, como del mantenimiento de la reducción de impuestos personales, que fueron aprobados en el anterior gobierno de Bush.

Los economistas de agua dulce han reaccionado actualizando los estudios empíricos sobre el valor del multiplicador del gasto público. La intención es demostrar que el valor del multiplicador es menor que la unidad, con el objeto de desacreditar las políticas fiscales expansivas llevadas a cabo tanto en EE.UU como en Europa para salir de la crisis.

Por su parte, los neokeynesianos están incorporando a sus modelos la escuela de las finanzas del comportamiento (behavioral finance), que sostiene que los inversores del mundo real no son solo fríos y racionales calculadores, sino que tienen también instinto de rebaño. Incluso cuando son racionales, pueden sufrir restricciones financieras o de otro  tipo que se lo impiden. "El mercado puede ser irracional más tiempo del que soy solvente", en palabras de un teórico de esta escuela.

La Macroeconomía que se construya los próximos años irá incorporando finanzas del comportamiento, mercados financieros imperfectos y políticas fiscales, con el objeto de poder ofrecer una mejor respuesta a las crisis del futuro.

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