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Inquina sin fundamento

Por razones que escapan a la comprensión humana y a toda lógica posible hay personas que nos caen mal. Puede que nunca hayamos intercambiado palabra alguna y que ni siquiera sepamos su nombre, pero su presencia nos incomoda y nos provoca el mayor de los rechazos. Poco sabemos del ser odiado en cuestión. Un rumor, una mala cara... cualquier excusa es buena para aumentar nuestro rechazo. Suele ser una actitud muy propia cuando se es estudiante, cuando todavía nos sentimos vulnerables ante la vida y nos dejamos llevar por opiniones ajenas que, sin fundamento alguno, nos invitan a tener ideas erróneas sobre los demás.

Esa inquina universitaria es perfectamente extrapolable al mundo de los famosos. Me refiero a los de verdad, a los que lo son por lo que hacen y no por lo que cuentan. Que alguien te provoque rechazo después de ver cómo cuenta su vida en los medios día sí y día también es normal. Te ha hecho partícipe de su existencia en el mundo y tú decides si comulgas o no con ella. Pero, ¿qué hay de esos cantantes o actores de los que sólo nos sabemos sus películas o discos? ¿Por qué esa inquina hacia alguien del que no sabemos absolutamente nada? ¿Por qué a todo el mundo le parece una borde Carolina Marín si nunca han hablado con ella? ¿Y qué hay de Javier Barbem? ¿Por qué nos parece un imbécil si nunca se nos ha colado en la cola del supermercado?

Suele pasar que las leyendas urbanas alrededor de una persona nos hacen pensar de ellos lo peor. De Marín se ha escuchado de todo y me atrevo a decir que es su exigencia consigo misma lo que ha dado lugar al mito. De Bardem, su escasa implicación con medios nacionales es lo que ha llevado a creer a la humanidad que es un soberbio. Pero cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia. Porque luego te sorprendes en el sofá de tu casa viendo El Hormiguero y comentas: "Pues el Bardem es normal" o "Qué simpática es Carolina". Y así con tantos otros. Como en la vida real. Como cuando esa que te parecía una estirada hace años que es tu mejor amiga. Pero es lo que ocurre con los prejuicios, que cierran puertas para siempre y nos impiden llegar a la persona sin importar lo que de ella digan, cómo se vista o qué cara pone cuando espera el autobús. ¿Y si nuestro peinado hace que haya algún individuo que también nos odie? Pues eso.

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