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concierto

Invencible Pastora

  • La intérprete se reafirma por tercera vez en Cádiz con 'La calma' dentro del Concert Music Festival

La cantante Pastora Soler en el escenario del Concert Music Festival.

La cantante Pastora Soler en el escenario del Concert Music Festival. / sonia ramos

En ocasiones las canciones hablan de uno mismo y enriquecen su primigenio significado al adaptarse cual especies a las circunstancias del entorno, incluso las más adversas. Pastora Soler es una superviviente pero no camina sola. Comparte lo que tiene, la música, con su público y se empodera. Hay que hacerlo por narices cuando la valía puede convertirse en tu refugio o tu cárcel.

La intérprete sevillana subió, cayó y resurgió en el frágil equilibrio del éxito. Y se volvió invencible con el talento intacto, la voz diáfana e inabarcable y el fervor del respetable sin haberse movido ni un ápice del lugar donde quedó cuando, por sinsabores de la vida, decidió la artista dejarlo todo y dedicarse a Pilar, toda vez que la fuerza Pastora se comió el verdadero por qué del aquí y del ahora.

Las canciones que, a veces, hablan arrasando de uno mismo conforman hoy un álbum que retrata el inmejorable presente de una de las gargantas más prodigiosas del panorama musical español. La calma erige un repertorio que en la noche del sábado brilló como nunca en el escenario del Concert Music Festival de Sancti Petri, como ya lo hizo hace apenas dos meses en el Gran Teatro Falla de Cádiz. Una tierra que nunca se agota en la música y se rinde siempre ante el talento.

Dispuesta a entregarse como nunca y disfrutar de esas pequeñas cosas que le otorgan sentido al existir, Pastora Soler mantuvo el nivel durante dos horas de recital con un ejercicio de cercanía ante el respetable, a su altura, mirándoles a los ojos y al corazón. Literalmente abajo del escenario, donde la intérprete se situó para presentar el tema La mala costumbre. “No sabéis cómo me emociona cantárosla así, esta canción es la reina de los mensajes porque al final a todos nos importan las mismas cosas, algo tan simple como un beso, me lo recuerdo cada noche ”. Así, tan cerquita de la artista, la pista del recinto era un mar de luces móviles que pretendían captar ese instante de comunión entre público e ídolo en el que se rompen la distancia física y emocional. Enloquecieron.

De la misma forma, la memoria sentimental se hizo presente en esa copla ineludible en los espectáculos de la sevillana. Es su origen, la atalaya desde la que empezó a mirar a la música para no bajarse nunca más. El tintineo del piano anunció unas magistrales Y sin embargo te quiero y Me embrujaste vestidas de blanco pero con alma morena. “¡Qué bien cantas hija!”, le soltaba el gentío como remarque de su buen hacer. Un torbellino del sur que en el remanso coplero buscaba cambiar de tercio. “Ahora toca participación, vamos a bailar”, animaba Pastora Soler a sus seguidores.

Las primeras filas no dudaron en ponerse en pie y menear las caderas al ritmo de Vive, más que una canción una declaración de intenciones que pasa, indudablemente, por reafirmarse a cada instante en el apasionante juego de la vida. Pastora Soler quiso dejarlo claro. El escenario es su sitio y la emoción, la materia prima de su trabajo. Así, animó a sacarle punta al amor y concebirlo como conjunto, como la gran suma de sus partes, a dar y darse para mantener la chispa adecuada, a experimentarlo Contigo. Al suyo, a su amor, le dedicó esta emotiva pieza.

También a la ausencia en Por si volvieras, el reverso de ese sentimiento universal al que Pastora canta como nadie. Todas y cada una de la canciones, en un momento dado, hablan de ti. El artista tiene como misión filtrarlas y entregarlas envueltas en melodías que cada cual ejecuta como puede o sabe. Pastora sabe, porque lo ha vivido, que el instante es fugaz y la música eterna. El reto, combinar la paradoja y transmitir el más importante de los mensajes empaquetado en acordes.

Temas como Ni una más, con el que “se lo pasa muy bien” porque es el estandarte del querer desde la libertad. “”En el amor no hay que pasar ni esto”, guerreaba la artista en un caluroso entorno que provocó que espontáneamente alguien de entre la audiencia le lanzara un abanico. “Hay que ver el calor que estoy pasando”, aseguraba momentos antes de presentar a los cinco músicos internacionales, de Cádiz a Nueva Zelanda, que la acompañan en esta gira de regreso a los escenarios, bajo la dirección musical del pianista Alberto Miras.

Para que “no nos vengan más tormentas”, Pastora Soler interpretaba uno de los temas más destacados de su último álbum, el llamado precisamente La tormenta. Así pasó por el escenario de Sancti Petri, alternando la intimidad y el quejío con el pop más actual no siempre a la altura de sus capacidades vocales y escénicas, de puntillas por más de veinte años de carrera pero afianzándose en su repertorio presente. Y rematando con una terna que merecía quedarse el recital entero. Qué no daría yo de Rocío Jurado, vestido rojo para acariciar los flecos del aire y rascarle el recuerdo a “la más grande” desde la garra de otra de las más grandes voces de nuestra música; la “canción especial”, compuesta por la propia Pastora Soler para exhibir el “amor puro, grande, sin límites”, el amor de madre a su hija Estrella, un rayo de luz en medio de la oscuridad por la que la artista ha tenido que transitar en estos últimos años tras aquel obligado parón profesional; y la siempre espectacular Quédate conmigo, nuestro triunfo más reciente en el festival de Eurovisión sin ni siquiera haber hecho podio.

Pastora es única en su especie y hoy, más que nunca, se muestra majestuosa, Invencible. Nos anima también a serlo, a pesar de las tormentas vitales que inevitablemente nos caerán encima. Se despide de Cádiz hasta la próxima y saluda de nuevo a la música invitando a degustarla como se degustan los pequeños placeres, los momentos enormes y las grandes canciones que hablan de nosotros. En compañía.

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