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El infinito éxito de Raphael

  • El intérprete mide en Sancti Petri el alcance de su trascendencia ante un público fervoroso

Raphael en el inicio ayer de su concierto en Sancti Petri.

Raphael en el inicio ayer de su concierto en Sancti Petri. / Nacho Frade

El lugar que en la música ocupa Raphael puede medirse de muy diversas maneras. En el número de localidades vendidas en los conciertos de cada una de sus incesantes giras, una detrás de la otra y sin viso de cese, hasta llegar a la que le aclara hoy la garganta, Loco por cantar, que consiguió nuevamente colgar el cartel de “No hay entradas” en el Concert Music Festival de Sancti Petri. En la cantidad de veces que provoca que su entregado y fervoroso público se levante del asiento a dedicarle una ovación, al menos una por canción en dos hora y media de recital. En los apenas veinte segundos, gruesamente calculados, que puede tardar en volver ante el respetable al calor del reclamo entre tema y tema. En sus característicos paseos por el escenario, sus archiconocidos ademanes o su personalísima manera de frasear las estrofas. O, por qué no, en la constante repetición de su nombre como líder indiscutible de una manera de volcarse por y para el espectáculo, al unísono y respetando con sagrada liturgia el orden y duración de cada sílaba: ¡Raphael, Raphael!

La posición que hoy y siempre ocupa Raphael trasciende generaciones y abarca cada una de las épocas en las que su voz tuvo algo que decir con un rosario de sólidas composiciones. Los años 60 (Ella ya me olvidó, Digan lo que digan, La noche, Cuando tú no estás, Estuve enamorado, Mi gran noche y Yo soy aquel), los 70 (Somos y Volveré a nacer), los 80 (Ahora, Provocación, Yo sigo siendo aquel, Por una tontería, No puedo arrancarte de mí, La quiero a morir, Estar enamorado, Ámame, Qué sabe nadie y Como yo te amo), los 90 (Maravilloso corazón, En carne viva y Escándalo) y los 2000 (Cada septiembre, Aunque a veces duela, Igual e Infinitos bailes).

El trayecto que sigue recorriendo Raphael es de ida y vuelta, internacional e ilimitado. Así, se pasea libremente por el tango, la ranchera, el bolero o el folclore chileno en temas inmortales como Volver, Gracias a la vida, Adoro, Malena, Fallaste corazón, Que nadie sepa mi sufrir y El gavilán. Así, invoca al pasado con el eterno poder de la radio como vehículo para la música de las emociones en el futuro. Así, consigue traerse desde el más allá a Sancti Petri al mismísimo Carlos Gardel, “toda una institución” -decía- y a un tiempo donde “se ponía buena música. Ahora se ponen otras cosas”. Qué paradójico es que el sonoro y espiritual encuentro entre estas dos figuras de la canción se convierta en un termómetro infalible del presente de la industria discográfica. Que una leyenda dialogue cara a cara con otra para recordarle al respetable el camino hacia la eternidad, a la que uno ya pertenece y con la que el otro ha firmado un contrato inquebrantable.

El éxito de Raphael quizá pueda tasarse en canciones, millones de copias vendidas y premios por doquier pero la gloria está reservada solo a unos pocos. A aquellos que siguen sintiendo el ardor de la primera vez tras tantas noches de vino y rosas, a los que no se acomodan sobre su propia grandeza y continúan buscando la melodía, la nota, el chasquido de dedos, el vidrio quebrado contra el suelo con los que sorprender a los destinatarios del arte, a los que han creado un lenguaje tan propio que brota, muere y se renueva en cada cita con el respetable, pura comunicación de sentido universal, a los que se emocionan de verdad justo antes de despedirse y renuevan la lágrima para el próximo concierto desde la misma carga sentimental. A artistas como él, que por sí solo significa tanto para la historia de la música popular en español.

El triunfo de Raphael es haber llegado hasta aquí, besar el suelo y continuar hacia el infinito, ese es su alcance y afán y a él se debe sin ambages. Infinito el éxito e infinito el aplauso. La comunión perfecta con el corazón de la gente, la eternidad concentrada en un artista y un repertorio medido al milímetro y de expansión indeterminada. El por qué del éxito de Raphael solo se consigue vislumbrar de manera certera cuando se le disfruta en directo y, a las pruebas hay que remitirse, le quedan muchos directos aún por ofrecer hasta que el cuerpo y el talento aguanten, hasta que suba a esa eternidad a la que está llamado. Hasta entonces, Raphael seguirá siendo infinito en éxito y emoción. Hasta entonces y hasta la próxima vez.

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