Calzado alto sí, calzado alto no

Redoble de tacones

Redoble de tacones

Redoble de tacones

Ha llegado una época del año en la que dar con un modelo apropiado es cuestión de vida o muerte. A la cena de Navidad con las amigas hay que ir espectacular, pero sin que parezca que queremos eclipsar a las demás, a la del trabajo hay que ir mona pero sin parecer una Barbie y a la de Fin de Año como si fuera nuestra última oportunidad de vestirnos de gala. Todo un quebradero de cabeza que tiene un denominador común: el uso casi obligado del taconazo. Y no sé qué es peor, si dar con el conjunto apropiado o ser capaces de montarnos en unos andamios y no morir en el intento.

Por alguna extraña razón un look no está completo si le faltan un buen par de tacones. Un vestido de Dior, siete horas en la peluquería y cuatro capas de maquillaje se ven completamente deslucidas si te calzas unas manoletinas. Cómo si alguien fuera a mirarte los pies con ese perfecto enjambre de abejas que te has colocado en la cabeza. Pues sí, sí que te los miran y hasta murmuran sobre tu falta de tacto a la hora de elegir calzado. Y yo me pregunto, ¿por qué? ¿En qué momento de la historia decidimos que utilizar tacones al estilo Drag Queen era lo más maravillosos del mundo mundial?

Prácticamente desde que la mujer existe convive con este peculiar instrumento de tortura. Lo que ahora ocurre es que lo que antes eran unos pequeños centímetros que realzaban la figura ahora se han convertido en plataformas capaces de transformar a David el Gnomo en Pau Gasol.

Lo más gracioso de todo es que en la mayoría de los blogs y revistas no hacen otra cosa que hablar de consejos para evitar que te duelan los juanetes con tan comodísimos zapatos. "Póntelos para estar por casa", "Coloca algodones en las punteras para amortiguar" o "Échale crema para que se reblandezcan" son los consejos que los gurús del calzado lanzan a las imbéciles que decidimos maltratar nuestros pies. Cuando la recomendación más acertada de la historia sería tirar los dichosos tacones a la basura y ponernos lo que nos dé la real gana en nuestros queridísimos pies, que son dos y nos tienen que durar toda la vida.

Pilar Larrondo

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