La colmena

Magdalena Trillo

mtrillo@grupojoly.com

Y después del Covid-19 nada será igual

El Clínico espera la llegada de los primeros pacientes de Covid-19, en imágenes

El Clínico espera la llegada de los primeros pacientes de Covid-19, en imágenes / Jesús Jiménez/Photographerssports

No necesitamos ninguna bola de cristal para saber que el impacto del coronavirus no sólo pondrá a prueba la capacidad de respuesta de nuestro sistema sanitario, la agilidad y acierto en la toma de decisiones de las instituciones y la solidez misma de la economía. Un virus global para un sistema global que, paradójicamente, debemos combatir a escala local (por fin podremos comprender con exactitud qué querían decir los teóricos de la Comunicación cuando hace décadas hablaban de lo "glocal") y con protocolos domésticos tan básicos como "ser héroes lavándonos mucho las manos" (Pedro Sánchez dixit) y mantener la "distancia social". La vida, a un metro de "seguridad".

Ni siquiera hace falta mirarnos en el espejo de Italia que, con los matices de entender que cada país tiene sus propios condicionantes y singularidades, parece ir dos semanas por delante de España en esto de batallar contra el coronavirus y, sobre todo, en la aplicación del estado de sitio. Estrictamente es de "alarma", pero a efectos prácticos resulta más comprensible identificar la idea de "sitiar" con "confinar". Con esa idea de "cerrar" Madrid como principal foco de descontrol del virus, de "aislar" a los municipios costeros andaluces que se han convertido en un refugio improvisado para las familias que huían de los controles y riesgos de la capital de España y hasta de lograr sin necesidad de "diálogo", por la 'vía del coronavirus', lo que los independendistas catalanes no han conseguido en los últimos años, que toda Cataluña levante un muro con España "para frenar" el virus chino...

Quien pueda quedarse en casa, que se quede; quien pueda practicar el teletrabajo, que se recluya; quien pueda cancelar un viaje, que lo haga. Todo lo que se pueda aplazar se aplaza; todo lo que se tenga que cancelar se cancela. ¿Pero son unas (medio) vacaciones pagadas o un castigo? Porque teletrabajar en casa con niños pequeños y adolescentes subiéndose por las paredes no parece un escenario fácil; ni seguir los programas docentes de colegios, institutos y facultades por las plataformas digitales; ni que las parejas convivan las 24 horas del día con el estrés y la presión laboral; ni que los abuelos, uno de los colectivos más vulnerables, recuperen el papel de esclavos que ya asumieron con la crisis económica de 2008.

Porque hay una dimensión de esta crisis que no se cuantificará en las estadísticas oficiales de infectados y muertos (el Gobierno ya prevé que esta semana se alcancen los 10.000 pacientes; en Granada hemos pasado de cero casos a más de cuarenta en cuestión de horas) ni en los análisis de los economistas y los gobiernos (de lo macro o lo micro, de la Bolsa a los negocios que quedarán arruinados) cuando toque hacer números del abismo económico al que nos conducirá el virus de Wuhan.

Pero hay también otra dimensión mucho más sutil y compleja que amenaza con resquebrajar nuestros resortes sociales, cambiar nuestras costumbres y fracturar el frágil marco de convivencia y de madurez democrática que, aparentemente, habíamos construido en España desde la Transición. A nivel de familia a nivel de barrio.

Nos dicen desde el Gobierno que es el momento de la "responsabilidad" pero a pie de calle lo que se viven son situaciones dantescas que nada tienen que ver con la prudencia: ¿tanto dependemos los españoles del pollo y del papel higiénico? Colas de horas en los supermercados de Granada -y de ciudades y pueblos de toda España- para hacer la compra del fin de semana, para conseguir un kilo de naranjas, para hacerse con una barra de pan; las farmacias sin mascarillas y con inacabables listas de espera en busca de antisépticos y desinfectantes; los teléfonos de Salud bloqueados y, este mismo sábado, llamadas personalizadas para que vayamos a donar sangre…

El peligro es el virus en sí mismo (¿nos imaginamos si en lugar de ser un bicho casi 'inofensivo' -como una gripe- para gran parte de la población como el Covid-19 fuera uno altamente mortal como el ébola?) pero es también la consecuencia directa del posible colapso del sistema sanitario (que no nos puedan atender cuando recurramos a los hospitales con una patología más grave) y son, sobre todo, situaciones con ramificaciones imprevisibles como que tengamos que sumar a la fiebre de los nacionalismos un repunte de la xenofobia. Y de contagiosa insolidaridad.

Cerramos las playas y confinamos urbanizaciones del litoral para mantener a raya a los madrileños (la imprudencia es suya pero las medidas son nuestras) y hasta un vicepresidente se permite invitarles a que se queden en su casa... ¿Ha tosido en los últimos días? Porque habrá visto cómo se paralizan en su entorno y lo miran como un apestado. Poco importa si es una gripe común o alergia primaveral.

Ya ha pasado el momento de los memes y las bromas. Más allá del escape de las redes y los grupos sociales, al menos no deberían ser tiempos de exhibiciones estúpidas como saltarse las normas más básicas de autoprotección ante el virus dándose besos y abrazos ni de exponernos en la calle, en lugares cerrados y en entornos de masificación sin necesidad. Ni de plantear batallas numantinas sobre la esencia de costumbres y tradiciones.

Mientras escribía este artículo, el Consejo de Ministros ha acordado las excepcionales medidas del estado de alarma para toda España y, en Andalucía, se ha ido cancelando en cadena las procesiones de Semana Santa… Mientras escribía este artículo, Ortega Smith se convertía en trending topic exhibiendo sus "anticuerpos españoles" como si viviera su aislamiento en modo Gran Hermano… Mientras escribía este artículo, me ha llegado por múltiples grupos de WhatsApp un mensaje de solidaridad para salir a las diez de la noche a ventanas, terrazas y balcones y aplaudir a los profesionales de la Sanidad que están haciendo de muro de contención…

De todo esto va el coronavirus. De lo más loable a lo más canallesco. De lo mejor como sociedad a lo más rastrero. De lo más generoso a lo más oportunista. Y después, cuando podamos contarlo en pasado, nada será igual. Nada lo es ya.

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