Muere Antonio Burgos

Maestro de periodistas, pionero del andalucismo

Antonio Burgos junto a Juanito Valderrama

Antonio Burgos junto a Juanito Valderrama / D.S.

MI amigo Cristóbal me pidió hace un par de días que le recomendara alguna novela histórica sobre Sevilla. Le confesé que soy lector de novelas y me apasiona la Historia, pero no tengo a la novela histórica entre mis géneros favoritos, con las consabidas excepciones: Yo Claudio, Sinuhé el egipcio, partiendo de la premisa de que obras como La cartuja de Parma de Stendhal o los Episodios Nacionales de Galdós son novelas llenas de historia. Pese al escepticismo de partida, le sugerí dos libros de Juan Rey, 1396, sobre Pedro el Cruel o el Justiciero, y El manuscrito de Ómnium Sanctórum, A sangre y fuego, relatos sobre la guerra civil de Chaves Nogales, La última noche, de Paco Gallardo y Las cabañuelas de agosto. Cuando leí el libro de Burgos con el que en 1982 ganó el premio de novela Ateneo de Sevilla, me pareció una obra deslumbrante. Burgos era pura ironía, sarcasmo labrado en frases de diamante, salada claridad, pionero del andalucismo cuando ni los políticos sabían lo que significaba esa palabra.

Ha muerto en el cincuentenario del atentado contra Carrero Blanco. Él también estuvo en el punto de mira de los terroristas. Y en la víspera de los cuarenta años del España-Malta. Antonio era y es Sevilla. Tanto como Ocnos de Cernuda, los cielos que perdimos en el recuento de Romero Murube o el miedo según Curro Romero. Un sevillano de la estirpe de Almutamid y de Villalón.

Su pregón de Semana Santa se vio eclipsado por las elecciones generales que le dieron a Zapatero su segundo mandato en la primavera de 2008. El mismo día que Antonio Burgos pregonaba la Semana Santa de Sevilla, Antonio Bustos pregonaba la de Cádiz, ciudad a la que se acercó con el Callejón de los Negros que le unió para siempre con Carlos Cano.

Curro Romero y el Betis lloran la muerte del Jenofonte que cantó sus proezas, que relativizó sus esquinazos y que sublimó el arte contenido en frascos de sevillanía. Cuando llegué a Madrid a estudiar Periodismo, lo leía en las páginas de Triunfo, cuando la Operación Triunfo era leer a Burgos, a Vázquez Montalbán (con los dos hacen las tonadilleras una bata de cola y de palabras en el cielo), a Márquez Reviriego, a Haro Tecglen o Fernando Savater.

Académico de Buenas Letras, sus recuadros era alambiques de palabras. Recuerdo mi emoción contenida cuando me citó por lo que escribí del cartel de Juan Valdés: que la gente no venía a Sevilla a ver cómo se hacían los aviones, sino a ver cómo se hacía Sevilla. Una disciplina que se está perdiendo, porque como bien sabía el maestro, lo que ignoran los sanedrines de la memoria histórica es que las franquicias hacen muchos más estragos que el franquismo en las ciudades que hay que cuidar como se cuida un niño, desde que se acuestan hasta que se levantan, cuidarlas sobre todo cuando duermen.

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