20 años de 'Málaga Hoy' | Tribuna de opinión

Málaga hoy, la ciudad de mañana

La Alameda Principal de Málaga. La Alameda Principal de Málaga.

La Alameda Principal de Málaga. / Javier Albiñana

Escrito por

Javier González de Lara | Presidente de la CEA y la CEM

DECÍA el tango de Carlos Gardel que “veinte años no es nada”, pero qué veinte años más extraordinarios ha vivido Málaga, desde que esta cabecera se grabara por primera vez sobre la mancha de una página en la rotativa, en mayo de 2004. Con el vuelo de los mercurios en la vieja Europa del XVII, el periódico marcó el inicio de una nueva era, gracias a la imprenta; informando, pero, sobre todo, siendo fedatario de la historia viva de nuestro mundo, al alcance de muchos -más tarde, de cualquiera-. La prensa escrita ha sido, por tanto –y continúa siendo–, ese acta levantada cada día, el relato de lo que fue, la valiosa hemeroteca que fija nuestra memoria colectiva. Es la costura de una sociedad que renació, se transformó y nos fue legada desde la libertad, gracias a la información, el espíritu crítico y la divulgación cultural. Y he aquí que siglos más tarde, Málaga Hoy se uniría a una nómina de diarios que, como testigos de su tiempo, han venido relatando y acompañándonos en este capítulo de una ciudad reciente que cada vez queda más atrás. ¡Cuánto hemos cambiado!

Qué pronto ha envejecido aquella estampa, no tan lejana, del puerto y sus silos levantados en los años cincuenta, rodeados de grúas erguidas, cual aves zancudas, sobre los raíles que circundaban todo el trazado de muelles, desde el paseo de la Farola hasta Manuel Agustín Heredia, entre montañas de grano o mercancías apiladas. Aquella ciudad de los atardeceres en el morro, aún en la niñez de la primera década del XXI, ajada, ingenua y apartada del mundanal ruido. Desconectada de una mar que lanzaba sus abrazos a tierra sin poder acercarse demasiado, a levante o a poniente, maltratada por el paso del tiempo. Una Málaga que recibía los talgo en su antigua estación, escondida tras la clásica –y tristemente desaparecida– marquesina de hierro; con su aeropuerto de una sola pista y la escasez de infraestructuras de las que hoy disfrutamos, absolutamente imprescindibles.

La nuestra era una ciudad de paso. Por entonces asomaba la cabeza, tímidamente, afrontando algunos de los primeros hitos que marcarían el rumbo de su inminente transformación. Apenas un año antes del estreno en los kioskos de Málaga Hoy, los Reyes inauguraban el Museo Picasso en el Palacio de Buenavista, ante la enorme expectación de unos lectores para nada acostumbrados a encabezar la sección de Cultura en medio alguno. La pubertad de su Festival de Cine todavía lo alejaba en tiempo de su despegue definitivo, adolecía de una oferta museística y cultural completa y estructurada. Eso sí, había estrenado la peatonalización de calle Larios, dos años atrás, y el túnel de la Alcazaba permitía ya una mayor permeabilidad del casco histórico, que aún conservaba su papel hegemónico como espacio vital de ocio y compras de los malagueños, alrededor del comercio tradicional y un entorno, todavía barrio, malogrado y rodeado de llagas.

Repasar, por tanto, las portadas de Málaga Hoy a lo largo de estas dos décadas invita a revivir el proceso transformador de una ciudad que partió de una visión concreta, de un proyecto construido conforme a la planificación a medio y largo plazo, participado intensamente por la sociedad civil. Digo más, forjado conforme a un espíritu ilusionado, pleno de confianza, ambicioso y alejado de la confusa actitud victimista y acomplejada que durante tanto tiempo lastró nuestro ascenso. Lejos queda ya la reconversión urbanística del siglo XX, jalonada por pérdidas y ganancias que, según el caso, reconfortan o provocan añoranza y frustración, a partes iguales. Lejos, incluso, las siguientes ampliaciones de una ciudad que se fue asentando en lo que antes era campo, o descampado; o el nacimiento de un PTA que mira, de tú a tú, a tantos otros. Pero lo cierto es que, ahora, podemos sonreír contemplando una urbe nueva, que ha pivotado su extensión turística junto a la escalada cultural y, particularmente, los nuevos escenarios económicos que nos permiten soñar con metas y desafíos de mayor altura, hacia la metrópolis contemporánea.

Un contexto que nos revindica, por supuesto, como provincia; desde la Costa del Sol occidental hasta la Axarquía; hacia el interior, cruzando el Valle del Guadalhorce, hacia Ronda o Antequera, observando el desarrollo y dinamización de un territorio que crece, se impulsa y se vertebra, además, con las empresas como protagonistas. Son también dos décadas de incesante esfuerzo y éxitos consumados en sectores muy diversos; en el turismo, claro, pero, cómo no, en el campo, la logística, el comercio, la alimentación o la construcción. Con la proyección que nos ofrece, además, la internacionalización y el prestigio de nuestros productos y servicios en los mercados exteriores.

A pesar de todo, nos encontramos ante una encrucijada plena de retos –también de oportunidades–. Frente a nuestra pujanza económica, propia de un tejido productivo fortalecido, dinámico y en plena expansión hacia sectores como el tecnológico; a nuestra reputación global, poder de convocatoria y atracción de inversiones; frente a la dimensión que exportamos como centro urbano de referencia en el sur de Europa, debemos afrontar los siguientes veinte años, como mínimo, desde la lógica planificadora que nos condujo hasta aquí. Dando pasos certeros, creciendo en competitividad y sostenibilidad.

Quedan asuntos por resolver; algunos en marcha, otros en fase de letargo. La vivienda y su acceso, especialmente, para los jóvenes. La brecha del desempleo que, a pesar de ser la menor de Andalucía, ve limitada su capacidad de absorción ante el continuo crecimiento de nuestra población activa. La asimilación de espacios urbanos como el Guadalmedina, con el necesario apoyo coral de todas las administraciones. La puesta en carga de suelo productivo y de oficinas, la mejora de las conexiones, especialmente ferroviarias, con el resto de la provincia, o la optimización de los recursos hídricos. La revitalización de diferentes barrios de la ciudad y el equilibrio de las zonas de mayor concentración turística. Y, sobre todo, la conciliación del éxito con el bienestar, del crecimiento y la viabilidad; la sincronización del progreso con el desarrollo social. Conscientes del emprendimiento de un camino que haga de Málaga, hoy, la ciudad de mañana.

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