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Memoria Pepín Bello fue elemento aglutinante del grupo de la Residencia de Estudiantes

Despedida al artista sin obra

  • 'Conversaciones con José Pepín Bello' (Anagrama) recoge los recuerdos y la visión del mundo del último integrante de la Generación del 27 l El compañero de Buñuel y Lorca murió el pasado día 11 en Madrid

La pasada semana murió a los 103 años José Bello y, con él, la memoria viva de una parte muy importante de la historia de nuestra literatura. Bello fue testigo de excepción de tres brillantes generaciones literarias: las del 98, 1914 y, sobre todo, del 27. Artista sin obra, hizo de la amistad un arte y de la vida su particular producción artística. En diciembre de 2006, concedió una larga entrevista a David Castillo y Marc Sardá, entrevista que publicó la pasada primavera la editorial Anagrama bajo el título Conversaciones con José "Pepín" Bello. En este amenísimo libro, Bello, que contaba entonces 102 años, nos regalaba generosamente su memoria de sorprendente lucidez para una persona de sus años.

Sus entrevistadores lo definen como un hombre "sonriente, bondadoso y en algunos momentos socarrón" que hablaba durante horas "con humildad y brillantez" de su mundo, que fue el mundo de muchos de los mejores creadores del siglo XX.

Las charlas duraron diez días en los que Bello fue desgranado anécdotas divertidísimas, opiniones no siempre "políticamente correctas" y, sobre todo, orgullo y amor por sus amigos, de los que habla con pasión y sinceridad. De Dalí dice, por ejemplo, que era "asexuado, como una mesa" y aseguraba que no había visto "un hombre más inútil" para enfrentarse a la vida cotidiana. Por Federico García Lorca, con el que compartió habitación en la Residencia de Estudiantes, sentía verdadera devoción y lo describía como una persona "extraordinaria, luminosa, brillante de verdad", aunque rehuía hablar de su homosexualidad.

Pepín Bello nació en Huesca en 1904 en el seno de una familia que le enseñó a ser libre de espíritu y a cultivar su imaginación, enseñazas que siguió al pie de la letra durante toda su vida. Este niño, que guardaba como primer recuerdo impactante el hundimiento del Titanic, estudió desde 1915 en la Residencia de Estudiantes, que luego sería el lugar de encuentro y convivencia de muchos integrantes de la Generación del 27. Entre sus amigos, nombres como Buñuel, Dalí, Lorca o Emilio Prados, al que conoció siendo niño, un niño que, en palabras de Bello, ya tenía mucho "del hombre extraordinario que fue". Para todos ellos tiene en este libro, y en las pocas entrevistas e intervenciones públicas que ha tenido, palabras de cariño, de un cariño sincero que no cae nunca en la adulación.

A él, sus amigos lo recordaban como el más artista de todos. Un artista sin obra pero que, sin embargo, funcionaba como un perfecto dinamizador con sus ocurrencias disparatadas, con su desparpajo y sus ganas de vivir. De él se dice que fue la idea de ese famoso burro sobre el piano que aparece en la película Un perro andaluz de Luis Buñuel. De su imaginación desbordante salieron también esos peculiares juegos poéticos que vinieron a bautizar como "anaglifos", y que practicaron muchos miembros del grupo; y de su cámara, instantáneas tan importantes como la que inmortalizó al grupo del 27.

"El grupo", al que constantemente se refería Bello, estaba formado por nombres como los anteriormente mencionados Lorca, Buñuel o Dalí, pero también por José Moreno Villa, José María de Hinojosa, Juan Centeno, Juan Vicens, Diego Buidas de Dalmau o Luis Eaton Daniel.

Durante muchos años ellos fueron su verdadera familia y él para ellos su referente, su punto de apoyo, su norte, como refleja la correspondencia que mantuvo, por ejemplo, con Dalí.

La Guerra Civil lo dejó sin sus amigos, los que fueron asesinados y los que optaron por el exilio. El se quedó en España y se dedicó a negocios más o menos prósperos y a sobrevivir rodeado de sus recuerdos y de sus libros. La última etapa de su vida la pasó en un modesto piso de la calle Prosperidad de Madrid, verdadero santuario del recuerdo dónde Bello vivía como vivió siempre: rodeado de amigos, rodeado del recuerdo de sus amigos y de los libros y las fotografías de sus amigos.

Pepín Bello recibió en 2004 la Medalla de Oro al mérito en las Bellas Artes y pocos la han merecido tanto como este hombre que no nunca tuvo pretensiones artísticas porque le bastaba con hacer del arte su vida.

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