Romería 2024

Triana y Sevilla en el Quema. En busca del hábitat natural del rociero

Así cruza Triana cantando el vado de Quema / Juan Carlos Muñoz

El Rocío tiene la virtud de reconciliar al hombre (inclúyase aquí el femenino) con la naturaleza. De reintegrar a los especímenes urbanos en el medio natural de donde fueron expulsados en la génesis de los tiempos. Sevillanos de asfalto (y velador) vuelven al campo por estas calendas. El acomodo al éxodo rural de mayo logra la plenitud cuando se llevan tres días de camino. Jornadas suficientes para perder el pudor a levantarse los volantes por impetuosa necesidad fisiológica (la cual no conviene detallar por si usted lee estas líneas mientras come). 

De cuclillas y sin temor a las miradas ajenas. Algunas aviesas, otras de escaso disimulo y no faltan las que se desvían ante tal estampa. Es una de las primeras imágenes del viernes de romería cuando la Hermandad de Triana está a punto de cruzar el vado de Quema. El cortejo partió dos horas antes, tras la misa de alba. La polvareda se levanta en estos terrenos de Aznalcázar, custodiados por patrullas de la Policía Nacional que impiden el paso a cualquier vehículo no acreditado y en contramano. No dejan títere con cabeza. Ninguna concesión. Aquel muro de Trump era un juego de niños en comparación con esta barrera infranqueable. 

Volvamos a la estampa bucólica del comienzo. La romería está en plenitud. Las primeras hermandades sevillanas llegan este viernes a la aldea almonteña, mientras que otras se encuentran a mitad de camino. Las peregrinas se remangan hasta donde haga falta con tal de liberar la vejiga. Un grupo de ellas, detrás de un arbusto de escasa altura, son descubiertas por un agente de la Guardia Civil, que desde lo alto del puente que cruza el Guadiamar les reprocha su mínimo respeto por el medioambiente: "No dejéis los pañuelos que habéis usado ahí, tiradlos a las papeleras. ¿Tan difícil es cuidar esto?", vocifera este miembro de la antigua Benemérita para risa de los presentes. Las féminas aludidas ponen cara de indiferencia. A estas alturas del camino, el sonrojo se vende caro.

Un eurodiputado en el vado

Puntual a la cita, la carreta de la Virgen Chiquita se adentra en el cauce de un río bastante caudaloso. Nada que ver la corriente del agua con la del año pasado, cuando un hilo de barro discurría por este vado ahora colmatado de público. Hay gente en todas sus laderas. Hacerse un hueco no es empresa fácil. Entre el tumulto, a pocos metros del templete que el pueblo de Aznalcázar dedicó a la Blanca Paloma, se encuentra el eurodiputado popular Juan Ignacio Zoido, quien fuera alcalde hispalense hace diez años. 

El gentío llena el vado de Quema al pasarlo la Hermandad de Triana. El gentío llena el vado de Quema al pasarlo la Hermandad de Triana.

El gentío llena el vado de Quema al pasarlo la Hermandad de Triana. / Juan Carlos Muñoz

El tiempo pasa tan rápido como el discurrir del agua por este paraje donde el sol no acaba de despuntar. El líquido elemento queda atrapado entre las piernas de los miles de rocieros que se concentran para rezar la salve y gritar los vivas del clásico repertorio de vítores. La caballería dibuja una perfecta hilera en ambas orillas del río. Suenan la flauta y el tamboril. La dulce melodía se agradece en horas en las que cuesta entonar las gargantas. Se cuela el olor a anís, reconstituyente que hace más llevadera la somnolencia. 

Triana es un cosmos en el universo rociero. Un mundo en estas sendas de pinos, arenas y mosquitos. Muchos mosquitos, hasta el punto de hacer del Autan artículo de primerísima necesidad. Son diminutos y se cuelan en la boca al hablar. Mejor permanecer con los labios sellados y centrar la vista en la multitud de detalles que depara tal transitar. Romeros de estudiada combinación. Otros que hacen del desaliño su seña de identidad. Y no faltan ciertos rostros recauchutados con pánico a cumplir años. Yo me quedo con quienes no sufren complejos en mostrar la huella del tiempo cuando se meten en este trozo del Guadiamar. Celulitis, piel naranja y varices se suceden como metáfora naturalista del tempus fugit en esta fresca mañana de mayo. 

Una romería fresca

"Lo peor para el Rocío es el calor", explica Ignacio Sabater, teniente hermano mayor de Triana, quien asegura que las temperaturas tan benévolas que se registran desde que comenzó la peregrinación permiten llegar a las paradas sin demasiado cansancio, todo lo contrario de cuando el termómetro se pone por las nubes que salpican este viernes el cielo. Los bautizados en la fe rociera reciben nombres que provocan un exceso de glucosa por cursis. Muy cursis. "Lucero del Camino". "Romerito de las Arenas". Y buscando la igualdad entre géneros, "Amapolo", como es llamado un catalán del Ampurdán, cuya familia emigró de aquellas tierras cuando el procés se convirtió en seña de identidad (y jartura).

Las carretas de bueyes de Triana por el río Guadiamar. Las carretas de bueyes de Triana por el río Guadiamar.

Las carretas de bueyes de Triana por el río Guadiamar. / Juan Carlos Muñoz

Se va el bullicio trianero buscando la marisma gallega. El Quema se queda tranquilo, con la bella estampa de las carretas de bueyes (37 en total) transitando por estos terrenos, donde el sector hostelero se reduce a un puesto de refresco y agua. Eso sí, no faltan veladores delante de un trasunto de chozo marismeño. Allí, alrededor de una mesa conversan José María Arrigain y Xaime Villar. Embajadores del norte de España en la fiesta que vertebra el sur peninsular. El primero viene de un pueblo de Guipúzcoa; el segundo, de la Galicia profunda. Ambos, frecuentes en todo tipo de festejos, llevan tres años captando a través de sus cámaras el Rocío. "Para los fotógrafos, esta romería es como un parque de atracciones para los niños. La disfrutamos muchísimo", asevera Villar, mientras Arrigain hace memoria de aquellos años de imágenes analógicas, sin ayuda de redes ni wifi, servicio ausente en este enclave por falta de cobertura. Regreso tecnológico al siglo XX.

Y Sevilla...

A lo lejos ya viene la caballería de Sevilla. El gentío vuelve a arremolinarse en las laderas del vado. Los peregrinos bajan formando una amplia comitiva delante de la carreta del simpecado. El camino hace mella en las flores. Gladiolos naranjas con piel de polvo. Se repite la escena de cada año. El cante al unísono. Los sombreros al aire y esos instantes que detienen el tiempo cada viernes de Rocío. 

Fuera ya del cauce, tanta emoción sólo se puede digerir con un buen refrigerio. Se abren las copiosas neveras poco antes de las once de la mañana. Un brunch para reponer cuerpo y alma. Y a seguir andando, hasta que la noche caiga en Palacio y el Caoso. Preludios de la marisma. Hábitat natural del rociero. 

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