DEL 20 DE SEPTIEMBRE AL 20 DE OCTUBRE
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Romería 2024
Una de las peores cosas que a usted le puede pasar en estos días de Rocío es que le pille una caravana de carriolas en las carreteras secundarias del Aljarafe. Maldecirá el no haber tomado otro trayecto o, incluso, el habérsele ocurrido meterse por estos lares en la romería. En caso de verse atrapado en ese discurrir lento, ármese de paciencia, si es que le queda alguna, y sepa que la espera siempre obtiene su recompensa, aunque tal logro suponga un considerable gasto en combustible.
Todo este prefacio sirve de introducción a lo vivido este jueves en Villamanrique de la Condesa, pueblo sevillano enclavado donde acaba el Aljarafe y empieza la marisma. Alejado de la A-49 y al que hay que llegar dejando a un lado varios municipios. La suerte (o la falta de ella) ha querido que a primera hora de la mañana el desvío por Pilas esté repleto de carriolas que salen de Carrión de los Céspedes, por lo que no queda más remedio que alcanzar la patria de Goro Medina desde Hinojos, localidad onubense que dio a la historia rociera el canónigo Muñoz y Pabón, autor de las centenarias sevillanas que siguen siendo uno de los himnos oficiosos de la celebración.
Entre Chucena e Hinojos hay un local de grandes dimensiones con letrero de tamaño acorde, cuyas cuatro letras se iluminan de colores por la noche. Justo al lado, aledaño a este establecimiento alejado de cualquier atisbo de misticismo, una cafetería sirve desayunos con pan de pueblo. Delicatessen de la tierra. Gula y lujuria pared con pared en mitad de la nada.
Por la carretera hasta Villamanrique pasan varios patrulleros de la Guardia Civil. A las afueras de la localidad también hay caravanas de carriolas que lo bordean. En la Venta El Gato, los peregrinos más madrugadores hacen una primera pará de avituallamiento. Rara vez el botellín conoce un despertar tan tempranero como en las romerías, que cambian con rapidez supina el reloj biológico de sus participantes.
El sol permanece escondido este jueves de mayo. La temperatura resulta idónea. Aparcar en suelo manriqueño se convierte en odisea. Muchos coches exhiben desde hace horas en sus parabrisas esa notificación cuyo color rosáceo presagia una sanción económica por estacionamiento indebido. Sablazo al bolsillo que llega al alma.
Delante de la parroquia de la Magdalena se sucede el saludo de las hermandades. El jueves es la jornada más intensa. Con vara, camisa gris y clériman las recibe, entre otros, Antonio Jesús Serrano, párroco de Villamanrique desde hace tres años. Este cura de cuarenta y pocas primaveras vive su tercer Rocío. Nunca antes había participado de la romería hasta que el Arzobispado lo envió a este "cancelín de la gloria", como cantan al pueblo manriqueño los miles de peregrinos que lo cruzan esta semana. Es su primer destino como sacerdote, algo que le cambió la percepción que tenía de la fiesta, la cual sólo conocía por televisión e internet.
Este cura de pueblo es de definiciones cortas y precisas. Por derecho. Sin lugar al pleonasmo (tan del gusto de algunos predicadores). "El Rocío es el Evangelio hecho vida". Sigue en su argumentación. "En esta celebración existe una fraternidad palpable. Ciertos aspectos son mejorables, pero es en estos caminos donde brota la savia nueva del amor cada Pentecostés", apostilla el párroco en el breve panegírico que regala a los oídos del cronista.
El cura Serrano pasa unas ocho o siete horas al día a pie parado delante de la parroquia. Recibiendo a hermandades. Lo mismo le ocurre al presidente de la hermandad manriqueña, José Pérez, en su primer Rocío al frente de la antiquísima corporación. A las 6:30 de este viernes, despuntando el alba, sus más de 4.000 peregrinos se concentrarán en los porches para iniciar el camino que los llevará hasta la Blanca Paloma, imagen mariana que se multiplica hasta el infinito en azulejos, colgaduras y cuadros del pueblo.
Villamanrique cambia cada Rocío de hermano mayor, puesto honorífico que este año ocupan dos autóctonos: José Manuel Solís y Juan Ponce, conocido este último por los lugareños como Juan el de la carteras, por dedicarse a la venta de artículos de piel. Ambos vienen de ancestrales familias rocieras. Llevan tiempo haciendo la romería juntos. El cargo cuenta con lista de espera. José y Juan se apuntaron en 2018. "Ahora mismo tenemos aspirantes garantizados hasta 2026", indica el presidente manriqueño. Para la de carretero de promesa, hay candidatos hasta 2035.
Sólo una mujer ha ocupado tal cargo. Se llama Juana María Solís, quien fue carretera en 2002. "Me preparé durante tres meses para que los bueyes se acostumbraran a mi voz", refiere esta manriqueña de gran desparpajo y manicura perfecta. Su abuelo Fernando fue "dos veces" hermano mayor. Viene de una familia tan rociera que hasta su madre, que falleció el año pasado, murió "un martes de carretas", cuando empieza el desfile de peregrinos por el pueblo. Juana es de conversación largamente fluida. Tanto que el carretero de oficio, en aquella romería de principios de siglo, le lanzó una seria advertencia en las arenas: "Iba a volver loco a los bueyes de tanto hablar".
Este mediodía de Rocío en nada se asemeja al de años atrás. Hay nubes altas, acompañadas de un viento agradable que permite estar delante de los porches, sin necesidad de cubrirse la cabeza. Sin temor, tampoco, a que el desodorante abandone de forma prematura al usuario. En estos siete escalones se reza y se canta. Algunas voces son de obligado olvido, otras de candidatos a talent-shows y algunas, muy pocas, atesoran el don de pellizcar los adentros. En la acera contraria gana presencia cada Pentecostés el sector hostelero. La globalización del velador a las puertas de la marisma.
Pongámonos reflexivos. Si dicen que el Rocío vertebra Andalucía, Villamanrique hace lo propio con Sevilla. Por aquí llegan romeros del Aljarafe, con los vítores y oraciones de Aznalcázar, Palomares del Río, Espartinas y San Juan de Aznalfarache; de la lejana Sierra Sur, estampada en la estrella del simpecado de Morón; de la Vega, con los cantes entusiasmados de los romeros de La Algaba; y del Bajo Guadalquivir, en los afanosos mulos de Lebrija, que suben a la velocidad del rayo los siete escalones. Toda la provincia en una plaza de pueblo. ¡Y qué pueblo!
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