Calle Rioja

Francisco Correal

fcorreal@diariodesevilla.es

“Son rusos, y él socialista; le conozco 
de vista”

Vivencias. En su libro ‘Galería de raros’, Ramón Carande narra su visión de Lenin, en 1911 en Lausana (Suiza). Ayer se cumplieron cien años de la muerte del ideólogo de la revolución rusa

“Son rusos, y él socialista; le conozco 
de vista”

“Son rusos, y él socialista; le conozco 
de vista”

Verano de 1911. Lausana. Ramón Carande Thovar (1887-1986), un siglo de la historia de España, ha viajado a esta ciudad suiza en compañía de un curioso amigo. En 1909 llegaba a Madrid Eugeni Alexandrovich Frenkel, un periodista nacido en Kiev que viene para enviar sus crónicas al periódico de San Petersburgo en el que trabaja y firma sus artículos como E. Adamov. La escena de Lausana la refleja Carande en su libro Galería de raros, quince perfiles de personajes singulares, incluido un Nobel de Medicina, Santiago Ramón y Cajal. El corresponsal ruso se hizo muy amigo durante su estancia en España de Luis García Bilbao, uno de los raros más singulares de la agenda de Carande.

Durante su estancia 
en Londres en 1914, Carande visitó al anarquista Kropotkin

El autor de Sevilla, Fortaleza y Mercado recordaba así aquella visión de Lausana con su amigo Frenkel. “Una tarde descansábamos en un banco en Ouchy, a la vista del lago, cuando ante nosotros pasaba, acompañado de dos señoras, un hombre que podría tener unos cuarenta años, poca talla y rostro mongólico; cubría su cabeza una gorra de visera y su cuerpo un paletot grisáceo. Frenkel me dijo: ‘son rusos, y él socialista; le conozco de vista’. Añadió su nombre que, inconscientemente, apunté en un cuaderno: Vladimiro Ilitch Ulianov. Desde 1917 le conocemos con otro nombre”.

Antes de referirse a este encuentro con Lenin, Rafael Pérez Delgado, en el prólogo de Galería de raros, escribe que en Carande se da la perspectiva de tres generaciones, “importa saber que don Ramón ha viajado en diligencia, se ha encontrado entre las ruinas de un fracaso: el de su generación, vencida y ausente, y la heredera sin manos para recibir la herencia”.

“Son rusos, y él socialista; le conozco 
de vista” “Son rusos, y él socialista; le conozco 
de vista”

“Son rusos, y él socialista; le conozco 
de vista”

Ayer se cumplieron cien años de la muerte de Lenin, ideólogo de la revolución soviética, primer ejemplo de trasladar al terreno práctico, con unos resultados catastróficos, los postulados del marxismo y el materialismo dialéctico. Lenin nace en 1870, el año que muere Bécquer y atentan contra Prim. Muere el 21 de enero de 1924. Cinco días después, las autoridades soviéticas deciden cambiar el nombre de la ciudad de Petrogrado (la San Petersburgo del periódico del amigo corresponsal de Carande) por Leningrado.

Tres veranos después, en 1914, residiendo en Londres, Carande tuvo ocasión de visitar en su casa al príncipe Kropotkin, ideólogo del anarquismo. Se lo presentó José Castillejo. Kropotkin fue siempre enemigo irreconciliable de Lenin. Se interesó por lo que hacían aquellos jóvenes españoles en Londres. Castillejo se lo explicó: “De los pensionados por la Junta de Ampliación de Estudios se espera que, en Londres, aprendan a ser gentlemen”. Kropotkin no imaginaba ese alma de gentleman de los españoles del futuro, pero algo había visto en sus viajes por España, con “la impresión que me causaron, en mis viajes, en vagones de tercera de los ferrocarriles españoles, lentos y sucios, los aldeanos y otros pobres castellanos que nos ofrecían sus provisiones, a la hora de comer, y ayudaban a mi hija a descender del tren…”.

Si la visión de Lenin aparece en el capítulo de su raro Luis García Bilbao, la visita a Kropotkin la narra en el de Diego Angulo Molina, el primero de los quince personajes de esta Galería de raros de Regino Escaro de Nogal (pseudónimo de Carande) que editó Alianza Tres con el patrocinio de la Sociedad de Estudios y Publicaciones de la Fundación Banco Urquijo. Carande, siempre con sus banqueros. Este libro es el contrapunto bohemio y sosegado de su monumental Carlos V y sus banqueros, una aventura equinoccial que empieza en 1943 con el primer volumen y termina en 1967, diez años después de su jubilación.

Carande nació en Palencia. Llega a Sevilla el 29 de septiembre de 1918, como catedrático procedente de la Universidad de Murcia. Es el año que termina la Primera Guerra Mundial, una de las tres que vivió en primera persona. De sus inicios da un testimonio conmovedor.

Había viajado a Londres para asistir a unos cursos sobre economía impartidos por los fabianos que no se llegaron a celebrar. Viajó con tres compañeros (los hermanos Angulo Molina y Manuel González Moreno) en el rápido de Irún hasta la estación del Norte de París. “El día siguiente a nuestra llegada, y muy de mañanita, tuve que leer a mis acompañantes esta noticia en la primera plana de un diario: ‘Ayer (28 de junio) cayeron asesinados en Sarajevo el archiduque Francisco Fernando, heredero de la corona de Austria, y la archiduquesa Sofía, su esposa morganática”.

Los acontecimientos precipitaron el regreso a España. Carande lo hizo “en un vapor de la Nelson, que cursaría ruta furtiva, para evitar que nos hundieran los submarinos”. En ese barco coincidió con dos mujeres de tronío, Carmen de Burgos, Colombine, la periodista, que viajaba con su hija, y Antonia Mercé, Argentina, la amiga de Lorca, que lo hacía con su madre. Desembarcaron en La Coruña y Carande aprovechó para pasar unos días en el pazo de Vicente Viqueira, compañero de travesía.

El ruso que le habló de Lenin a Carande se involucró en las costumbres españolas y se hizo muy amigo de Luis García Bilbao, un tipo curiosísimo que al final de una conferencia de Ortega y Gasset en el Teatro de la Comedia sobre Vieja y nueva política, se le acercó con su aire despistado para ofrecerle el dinero de una herencia para poner en práctica los proyectos que había preconizado en esa charla. Un dinero con el que Ortega sacó los primeros números de la revista España.

García Bilbao le presenta a Carande a Manuel de Falla, le anima a aprenderse de memoria las poesías de Rubén Darío. Los dos gustaban de recorrer las calles de Madrid buscando las estampas de los Epidosios de Galdós, a quien Carande había visto en persona en Santander cuando se dirigía a una guantería donde le esperaba Pereda. El corresponsal ruso viajó a Portugal para informar de los sucesos políticos en ese país. Se convirtió en un apóstol de los libros de Chejov y Tolstoi y tradujo al ruso Los intereses creados, de Jacinto Benavente, participando en los preparativos para su estreno en Kiev y San Petersburgo. Carande viajó con el amigo ruso a Cuenca y a Ávila. En un convento de esta ciudad conocieron a un fraile que había estado en Vladivostok durante la guerra ruso-japonesa.

En 1916 le pierde Carande la pista a Luis García Bilbao, que muere en Madrid en 1939, el año que termina la guerra civil. “… una mujer bondadosa, desde su alto puesto (Lola Rivas de Azaña) le mandaba comida. Nunca sabría Luis que existían cartillas de racionamiento”.

Kropotkin y Lenin. El anarquista y el comunista unidos a dos de los quince raros de Carande. El hijo de Diego Angulo Molina fue uno de los mayores especialistas en la obra de Murillo. Su padre fue el cicerone de Carande cuando llegó a Sevilla poniendo fin a lo que llamaba años babilónicos (su destierro madrileño). “Cuando yo acababa de llegar a Sevilla, fue mi guía en calles y plazas, y en el parque de María Luisa, en el tiempo en el que se labraban los palacetes de la plaza de América, para la exposición iberoamericana”.

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