Toros

Manuel Román hace lo más torero en una insulsa segunda tarde de la Feria Taurina de Córdoba

Manuel Román, en un lance a la verónica al segundo de su lote y último de la tarde.

Manuel Román, en un lance a la verónica al segundo de su lote y último de la tarde. / Miguel Ángel Salas

El último Califa del Toreo cordobés, es decir Manuel Benítez, El Cordobés, en los carteles, había reaparecido la temporada de 1979 en Benidorm. El año siguiente, con el polifacético Martín Berrocal como empresario de Madrid, la pregunta era de cómo serían los carteles de San Isidro y si el Huracán Benítez comparecería alguna tarde en la isidrada. Trabajo costó confeccionar aquel San Isidro. Benítez se anunció, pero al final no toreó. Lo mismo ocurrió con la máxima figura del momento, Paquirri, quien se descolgó con unos altos honorarios, no llegando a un acuerdo con el tenaz y sagaz empresario.

Pero sin lugar a dudas, uno de los carteles estrella de aquel ciclo isidril fue el ideado por Martín Berrocal y que, sin lugar a dudas, causó gran expectación y tiró de muchos abonos. En él, se acartelaron el rejoneador luso Joao Moura, el matador de toros Curro Romero y el por entonces firme promesa de la novillería Pepe Luis Vázquez.

Viene este recordatorio porque fueron muchos los que censuraron o pusieron en duda el festejo anunciado, muchos años después en Los Califas, pues Lances de Futuro reunió a la máxima figura actual del rejoneo, a un espada con vitola de artista genial y a la que se considera una firme promesa de la novillería y, para más señas, la gran esperanza de la Córdoba taurina, que ve en el joven de Santa Marina la esperanza para que la ciudad de Los Califas vuelta a reverdecer ajados y marchitos laureles. Por lo que nihil novum sub sole, o lo que es lo mismo, nada nuevo bajo el sol.

El festejo, que hacía el segundo de abono del serial cordobés, resultó entretenido a pesar del insulso juego de los toros y novillos, aunque la doma y la conexión con los tendidos de Diego Ventura, los chispazos de Morante de la Puebla y, sobre todo, la torería de un Manuel Román que se afianza como firme promesa, hicieron al público pasar una tarde que a la postre no se hizo larga, ni tediosa, aunque el resultado final no fuese el apetecido por actuantes y asistentes.

Diego Ventura se dispone a banderillear al segundo de su lote. Diego Ventura se dispone a banderillear al segundo de su lote.

Diego Ventura se dispone a banderillear al segundo de su lote. / Miguel Ángel Salas

Abrió plaza un Diego Ventura que mostró en Córdoba porqué está considerado máxima figura del rejoneo. En su primero, un toro distraído y mansurrón, cortó una oreja por una labor en la que destacó en el tercio de banderillas, clavando banderilla al quiebro con ajuste y, como para colmo evidencia una monta segura y vistosa, sobre todo a dos pistas con el burel pegado a la cola de sus cabalgaduras. Clavó rosas con gallardía para cobrar un certero rejón, que despenó a su oponente cortando una oreja.

En su segundo, un animal incierto y tardo, le supo en todo momento marcar los terrenos para evitar que buscara los terrenos de dentro. Volvió a lucir en banderillas, no pudiendo culminar su labor de forma certera, obligándolo el público a saludar.

A Morante el público siempre lo espera. El torero de la Puebla del Río se estrelló con un mal lote, aunque hay que reconocer que no atraviesa un buen momento. En su primero, cuajó un trasteo correcto, con temple pero sin ajuste, y sobre todo con una colocación demasiado ventajista. Su particular estética hace que todo parezca más de lo que realmente es, pero al final la cosa no terminó de romper y el toro tampoco fue un colaborador excepcional.

Morante de la Puebla, con la muleta en el primero de su lote. Morante de la Puebla, con la muleta en el primero de su lote.

Morante de la Puebla, con la muleta en el primero de su lote. / Miguel Ángel Salas

En su segundo, al que recibió con unos primorosos lances a la verónica rematados con una decimonónica larga cordobesa, se aburrió pronto ante la falta de colaboración de su oponente, tras un brillante inicio de faena al hilo de las tablas. Tras sacar al toro al tercio, éste se paró y el matador opto por abreviar. Detalles y poco más.

Manuel Román se consolida de forma notoria. Lo realizado a su primero fue sin lugar a dudas una faena de las que gusta a los públicos y a los aficionados. Que puede tener defectos, es obvio, acaba de empezar un largo camino, pero con pasos firmes. Cuajó un trasteo templado, con gusto, con pulcritud, con limpieza y, sobre todo, con personalidad. Hizo las delicias de un público, por qué no decirlo entregado, que le aplaudió y le jaleó, llevándolo en volandas como agradecimiento a su entrega. Cuando se perfiló para matar, se hizo un silencio sepulcral, un silencio de Viernes Santo. Todos sostenían el estoque. Román entró a matar y cobró una estocada contraria, de tanto de como se entregó, que precisó el uso del verduguillo que hizo que el posible doble trofeo quedara en una sola oreja y una triunfal vuelta al ruedo.

A su segundo, al que recibió con unos elegantes lances a pies juntos, le realizó una faena sobreponiéndose a un novillo incierto, un animal que escarbó y no tuvo fijeza alguna. Aún así, Román, se centró en una faena donde estuvo muy por encima de su oponente. Terminó metido entre los pitones, entregado y muy en novillero. Lástima de los aceros, una vez más, que hicieron que todo quedara en una cariñosa ovación de despedida.

El cordobés Manuel Román brinda su oreja al público del Coso de los Califas. El cordobés Manuel Román brinda su oreja al público del Coso de los Califas.

El cordobés Manuel Román brinda su oreja al público del Coso de los Califas. / Miguel Ángel Salas

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