En el tejado

F.J. Cantador

fcantador@eldiadecordoba.com

El Show de Truman

En 1998 -en breve hará 20 años-, el cineasta australiano Peter Weir estrenó El Show de Truman, una película que iba más allá de la interpretación gesticulante y a veces cansina que caracteriza a su protagonista, Jim Carrey. Con ese film, Weir -cual Julio Verne del siglo XX- adelantó lo que en muy poco tiempo iba a ser una realidad, que casi desde la cuna estamos destinados a una existencia en la que nos controla el Gran Hermano. La cinta gira en torno a un programa de televisión, un reality. Su protagonista, Truman Burbank (Jim Carrey) está frente a las cámaras aún antes de nacer, sin ser durante muchísimos años consciente de ello. La vida de Truman es simple y llanamente una historia filmada a través de miles de cámaras ocultas, las 24 horas del día, y transmitida en vivo a todo el mundo. La ciudad natal de Truman, Seahaven, es un decorado construido bajo una cúpula tan grande que incluye un sol, firmamento y mar artificiales siendo por su tamaño visible desde el espacio; este set está poblado por actores de la serie y del equipo, lo que permite al productor del programa Christof (Ed Harris) controlar cada aspecto de la vida de Truman, incluso el clima o la duración de los días. Es más, como si de una especie de oráculo se tratara, el nombre Truman es homófono en inglés a True man, que se traduce como Hombre verdadero, en alusión a que es lo único real en un mundo ficticio. Sí, es ficción, pero los años la han ido convirtiendo poco a poco en realidad. Vivimos en un mundo en el que, si lo pensamos bien, pocas cosas son ya tan real como parecen.

Estamos controlados por más Christofs de los que desearíamos. El Gran Hermano de Google y el de Dropbox, por ejemplo, saben más de la cuenta de nosotros y hasta, si nos descuidamos, de lo que pensamos. Te metes en una página web en la que muestras tus gustos por una determinada cosa y gracias a esos cookies que aceptamos nos acaban bombardeando día tras día con publicidad relativa a productos relacionados con esos gustos a ver si mordemos el anzuelo. Creemos que controlamos que no nos dirijan y nos equivocamos. Nos incitan a comprar el último modelo de móvil a base de dejar obsoletas las anteriores generaciones de iphones o smartphones. Y además, somos tan inocentes que solemos convertir las redes sociales -caso de Facebook- en esa ciudad -Seahaven- en la que vivía Truman. En Facebook publicamos toda nuestra vida y hasta damos pistas a los ladrones de que nos pueden desvalijar la casa cuando nos vamos de vacaciones al indicar dónde estamos. Total, que al fin y al cabo en estos tiempos que corren todos somos Truman y nuestra vida digitalizada es todo un show.

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