recreativo | betis

Al Colombino le cambian el significado

  • Unos 7.000 aficionados atiborran las gradas del estadio onubense, más verdiblancas que nunca, y disfrutan de una victoria demasiado sufrida

Del Polígono de San Pablo, del Tardón, de Coripe, de La Puebla de Cazalla, hasta 7.000 béticos procedentes de los cuatro puntos cardinales acompañaron al equipo verdiblanco en su peregrinación a Huelva, cuyo santuario futbolístico, el decano, se llenó de fieles de la causa heliopolitana. Ya es costumbre, que no se diga, y no solamente porque fuera ayer Sábado de Pasión. La grey bética no ha dejado de peregrinar con los suyos desde los albores de la temporada: hay quien conoce mejor las gradas de los campos de la España profunda que las del Benito Villamarín. Y no es una exageración.

Menos mal que al final hubo victoria. El triunfo se produjo en la víspera del Domingo de Ramos y, según podía apreciarse en la primera mitad, el partidito bético amenazaba a torrija después del torrijón del Leganés. La tarde, se estaba viendo venir, olía a chamusquina, a santón quemado: ni Rubén Castro ni Jorge Molina, los fetiches con más devotos entre los verdiblancos, tenían su tarde y fueron Varela y Portillo quienes presentaron su candidatura al santoral del aficionado. En las gradas, mientras tanto, fueron tomándoselo a pecho. Algo más que habrá que hacer aparte de pasar una deslumbrante tarde de sábado. El cántico sonaba casi unámine: "Oé, oá, otra jornada que jugamos de local". Y era el Nuevo Colombino.

Y eso que hubo una cierta suspicacia que recorrió los asientos verdiblancos durante los minutos previos al pitido inicial. ¿La causa? Pues el que lo soplaba, el silbato, quien tiene unas señas que responden a la ciudad del Tormes: Valladolid, símbolo de la rivalidad por el ascenso. En más de una ocasión, el colegiado debió pensar que, por alguna extraña razón, había arribado a Sevilla, no a Huelva, y hasta se le escapó alguna señalización anticasera. O casera, pues ayer el significante -el recinto- no respondía al significado -el color del graderío-. Ni Saussure hubiese previsto jamás un cortocircuito lingüístico de tal calibre.

Al gol de Xavi Torres respondió con júbilo el respetable, que no dudó en mancillar los colores del estadio durante los noventa minutos. Era una invasión en toda regla, consentida pero cierta. Las gradas hablaban en verdiblanco, hasta que llegó el gol, que provocó el grito. Y del grito al cántico, "¡Betis, Betis, Betis!", para finalizar con el pitillo de quien ha satisfecho sus necesidades.

Las necesidades del Betis eran ganar. Había obligación de vencer a toda costa. La torrija, esperaban los aficionados, para hoy, por mucho que los hombres de Pepe Mel amagaran con todo el muestrario de dulces de Semana Santa. El pestiño -el partido del Betis lo fue- se transustanció en tres puntos. De milagros, nada. Los puntos de casa son irrenunciables, aunque no fuera técnicamente casa.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios